Son hechos, no palabras. Desgraciados aquellos que los sufren. Malhadados aquellos que se niegan a enfrentarlos con coraje y virilidad. Que la maldición caiga para siempre sobre los culpables.

A Luis Almagro, secretario general de la OEA.

Los datos hablan por sí solos: Venezuela ha sido devastada y su destrucción, como pueblo, como sociedad, como nación y como república, parece inexorable. Somos menos de lo que en momentos trágicos de nuestro pasado –la Guerra Federal o Guerra Larga (1859-1853)– llegáramos a ser: un campamento de refugiados asolados por la guerra, la peste, el hambre y la desolación. Con el enemigo durmiendo en casa. Ni siquiera nos pertenecemos: somos una colonia de la tiranía cubana.

En menos de cuatro años, la cifra de venezolanos que se encontraban en el exterior y pudieron ejercer su derecho al sufragio pasó de 62.311 electores, en 2013, a los 720.000 venezolanos que votaron el 16 de julio recién pasado. Es apenas una señal de los millones de venezolanos que han huido del país y cuya cifra real debe ser aún incalculable. Los países del vecindario se han visto obligados a cerrar sus fronteras, elevar las restricciones, mirarnos con temor y desprecio, como apestados y malolientes.

La echonería del “ta barato deme dos” parece una caricatura sangrienta. El sueño de una noche de verano. El salario mínimo del venezolano, que en mayo de 2012, hace tan solo 5 años, alcanzaba la cifra de 295 dólares, en mayo de este año 2017, medido en dólares a la tasa del mercado paralelo, solo alcanza los 36 dólares mensuales. Un trabajador venezolano, en la tierra del oro y los diamantes, el uranio y el petróleo, gana en promedio 1 dólar diario. Una caída de 88%, única en el mundo. Los efectos nutricionales son pavorosos. Los efectos del descenso en calidad alimentaria de vida son dignos de las peores tragedias africanas. Así lo señala el economista venezolano y prestigioso profesor de la Universidad de Harvard Ricardo Hausmann, de quien recojo estas espeluznantes cifras: “Medido en términos de la caloría más barata disponible, el sueldo mínimo cayó de 52.854 calorías diarias a solo 7.005 durante el mismo periodo, una disminución de 86,7% e insuficiente para alimentar a una familia de 5 personas, suponiendo que todo el ingreso se destine a comprar la caloría más barata. Con su sueldo mínimo, los venezolanos pueden adquirir menos de un quinto de los alimentos que los colombianos, tradicionalmente más pobres, pueden comprar con el suyo”.

En términos macroeconómicos, la guerra contra Venezuela librada por Hugo Chávez, su sucesor, Nicolás Maduro y su jefe de armas, Vladimir Padrino, todos ellos al servicio de la tiranía cubana, son sencillamente espeluznantes: Venezuela es el país más endeudado del mundo y la contracción de su producto interno bruto y de su ingreso per capita solo puede ser comparado con los de los países más pobres y subdesarrollados de la tierra, asolados por espantosos conflictos bélicos tribales o desastres naturales sin parangón. Es preciso escucharlo en la voz de uno de nuestros más brillantes economistas para mirar por sobre los cantos de sirena electorales y el patológico adormecimiento y catalepsia de las “élites” para ver la tragedia cara a cara y asombrarse de la irresponsable liviandad con la que el secretario general de Acción Democrática habla de las elecciones presidenciales de un futuro eventual como si estuviéramos en Suiza, ante un clásico mal gobierno y no ante una tragedia colosal, posiblemente la peor que haya vivido un país en la historia de América Latina, y nos sobrara el tiempo para detener el desangramiento de la República:

“El indicador que más se usa para comparar recesiones es el PIB. De acuerdo con el Fondo Monetario Internacional, en 2017 el PIB de Venezuela se encuentra en 35% por debajo de los niveles de 2013, o en 40% en términos per cápita. Esta contracción es significativamente más aguda que la de la Gran Depresión de 1929-1933 en Estados Unidos, cuando se calcula que su PIB per cápita cayó 28%. Es levemente más alta que el declive de Rusia (1990-1994), Cuba (1989-1993) y Albania (1989-1993), pero menor que la sufrida en ese mismo período en otros antiguos Estados soviéticos, como Georgia, Tayikistán, Azerbaiyán, Armenia y Ucrania, o en países devastados por guerras como Liberia (1993), Libia (2011), Ruanda (1994), Irán (1981) y, más recientemente, el Sudán del Sur.

“Dicho de otro modo, la catástrofe económica de Venezuela eclipsa cualquier otra de la historia de Estados Unidos, Europa occidental o el resto de América Latina”.

Si todos estos datos solo fueran datos científicos, técnicos o académicos, a lo sumo dignos de ocupar páginas y páginas de la prensa económica del mundo y sorprender a los especialistas en la materia, estaríamos en el abstracto ámbito de las ciencias sociales. El problema radica en que estos datos son la quintaesencia, viva y palpitante, de una realidad real y se expresan más temprano que tarde en las vidas concretas de quienes sirven de cobayas de experimentación a un proyecto de devastación masiva y aniquilación colectiva solo comparable al que hambreara, gaseara, fusilara e hiciera desaparecer a millones de seres vivos –padres, madres, hijos, familias enteras– bajo las órdenes del comunismo estalinista soviético, el maoísmo chino o en el de los jemeres rojos camboyanos y su líder Pol Pot, en el comunista de Fidel Castro, Raúl, su hermano y el argentino Ernesto Guevara, pronto a cumplir los cincuenta años de haber sido aprehendido y fusilado. En suma: en todos los experimentos por implantar el comunismo soviético en el mundo.

Hausmann y su equipo de colaboradores sintetizan esta tragedia a nivel real, el de la vida y la muerte de millones y millones de venezolanos, excluidos los millones que han huido de Venezuela como de Sodoma y Gomorra y que en un solo día atravesaran la frontera con Colombia para escapar al genocidio en una cantidad inédita: 35.000 emigrantes vecinos, en los siguientes términos, que lo dicen todo:

“La pobreza aumentó de 48% en 2014 a 82% en 2016, según un estudio realizado por las 3 universidades venezolanas de mayor prestigio. En este mismo estudio se descubrió que 74% de los venezolanos había bajado un promedio de 8,6 kilos de peso de manera involuntaria. El Observatorio Venezolano de la Salud informa que en 2016 la mortalidad de los pacientes internados se multiplicó por 10, y que la muerte de recién nacidos en hospitales se multiplicó por 100. No obstante, el gobierno de Nicolás Maduro repetidamente ha rechazado ofertas de asistencia humanitaria”.

Son hechos, no palabras. Desgraciados aquellos que los sufren. Malditos aquellos que se niegan a enfrentarlos con coraje y virilidad. Que la maldición caiga para siempre sobre los culpables.


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