Mucho puede saberse de una persona por los libros que tiene en su biblioteca, de los que no tiene, o peor aún, esos que únicamente llenan espacio y que tal vez fueron comprados por metro para que dieran cierto aire de intelectualidad a aquel espacio de la casa u oficina; pero, por el contrario, ajeno a la calidez propia de un espacio en el que de los libros pareciera emanar un especial y dulce aroma que eleva el alma, los ejemplares que allí se encuentran más bien parecen prisioneros esperando sean rescatados y todo el escenario se vuelve una fría catacumba.

Hace un tiempo, no recuerdo cuándo, en una biblioteca, no recuerdo dónde ni de quién, pude ojear uno de esos prisioneros que desde que me vio parecía hacerme señas a escondidas para poder decirme un secreto bien guardado, una suerte de confesión personal, me llamó la atención su título y su autor, jamás había oído hablar de él, pero desde las inscripciones en su portada supe que bien merecía leerlo, refería sobre las condiciones que ha de tener un caudillo y las diferentes clases de caudillismo; la demagogia, sus productos y semblanzas, y finalizaba refiriéndose a los diversos modos de ganar las elecciones. No pude más que dar una muy rápida lectura a sus páginas, tuve que devolverlo a su lugar, nuevamente prisionero en un lugar en el que no tenían el mínimo aprecio de los secretos que guardaba.

Quién pensaría que unos años después encontraría en un cesto de libros muy viejos y usados en una feria un ejemplar original, del año 1935, de la Zoología política de Alfredo R. Bufano, que fuera de su cautiverio estaba presto a divulgar sus secretos guardados, lo cuales lejos de ser desconocidos, hoy en día parecen evidentes en nuestra sociedad venezolana, así como de la Argentina de 1935, sirvieran de ambiente para la descripción de los animales políticos de la época, una fauna muy particular, con las mismas costumbres que los hallados en estos predios caribeños y que en absoluto se identifican con la idea propuesta por Aristóteles del zoon politikon, los de aquí si se inclinan a la acepción más general.

Bufano, en una parte de su obra, señala y describe varios de los especímenes de esa fauna propia del ambiente del caudillismo y demagogia; así entonces es que refiere a los que llama el simulador, el matón, el fatalista, el yarará, el sabandija, el gringo, pero el que ahora nos interesa destacar es el que denomina “el universitario”, al que

llama el doctor –médico o abogado– Erastótenes Rupestre, aunque en su relato de particulares muestras de bestialismo político también están personajes, o mejor dicho, “muestras”, tales como Euterpes o Parménides Chimimoya, así como Lupercio Cacheuta.

Del Dr. Rupestre señala e infiere que su titulación universitaria, además de para hacerse llamar “doctor”, especialmente si es abogado y en foros penales, le sirve para torcer la idea de justicia liberando criminales que le serían incondicionales, y con el apoyo de esas huestes personales incursionar en la política, haciéndose ver como protector del pueblo, sin embargo, al igual que muchos otros de los ejemplares de la zoológicas muestras, su existencia y subsistencia no son más que el producto de la demagogia propia de regímenes y sistemas que de democráticos lo único que tiene es su denominación.

En la interesante obra, digna de estar ubicada en la sección de “libros raros” de muchas bibliotecas, en ningún momento refiere que estos animales políticos hayan tenido alguna actuación fuera de su Argentina natal, vista la fecha de la obra, 1935, no sería nada extraño que algunas andanzas tuviesen en estas tierras caribeñas, producto de las cuales resultara una inmensa cantidad de “hijos de políticos”, que a su vez hallaran reproducirse y multiplicarse, cundiendo nuestros campos, pueblos y ciudades con tan particular fauna demagógica, cuyos hábitos y costumbres ya forma parte de nuestro entramado social. Tal vez sea algo totalmente distinto y nuestros animales políticos no estén emparentados con aquellos del Cono Sur que bien detalla el autor, aunque en su esencia demagógica sean muy similares, lo que bien podemos tomar a modo de invitación a retomar esta especial clase de investigación de zoología, especialmente ante el surgimiento de nuevos especímenes.

A ver: ¿Sé les ocurre algún espécimen en especial sobre el cual referimos y analizar?

Solo a modo ilustrativo, observemos cómo se refiere Bufano sobre el espécimen doctor Erastótenes Rupestre:

“Utiliza… toda su ciencia jurídica al servicio de la delincuencia desvalida y abandonada. Toda su preparación retórica es furiosamente ordeñada para traer símiles sorprendentes que demuestren la dulce inocencia y la candorosa alma del procesado. No hace la apología del crimen, pero sí la del criminal, con una emoción eminentemente patética.

(…)

El doctor Rupestre es orador de frases rotundas; grita, gesticula, lanza denuestos contra el gobierno si está en el llano de su partido, y contra la oposición si está en el poder. Cierra sus discursos con períodos fogosos que arrancan lágrimas a los borrachos y aplausos frenéticos a sus correligionarios.

Despotrica contra la sociedad, habla de legislación social, incita a odiar a los poderosos, abre el resobrado estandarte del salario mínimo y de la jornada de ocho horas, intercala a menudo en sus peroraciones una que otra frase genuinamente criolla imposible de reproducir, y promete, modestamente que su partido, en el poder o no, siempre estará con el “proletariado, que es el que amasa, ciudadanos, el porvenir de la patria”.

(…)

El doctor Rupestre sale en gira política a la campaña, seguido de matones, serviles, amanuenses y secretarios, entre los cuales un buen fisonomista podría reconocer a más de un facineroso que el doctor hizo salir de la ergástula mediante su heroica defensa.

(…)

¡Vino y demagogia! He ahí dos palabras y un solo fin verdadero: vivir del infeliz que lo llevó al poder estando borracho.

(…)

Persigue implacablemente a la oposición y a todo el que no está con él. No repara en medios ni en consecuencias. El hecho es dominar, adueñarse de todos los resortes del poder y de alguna que otra finquita, que para eso es lírico e inocentón. Por otra parte, justo es que tena donde reposar de sus fatigas.

(…)

¿El Poder Judicial es inamovible? ¡No es cierto señores! ¡Eso es una patraña! Él, de un plumazo, lo pone patas arriba.. Exonera a diestra y siniestra y nombra a sus incondicionales, hasta lograr tal homogeneidad de servilismo y adulonería, que hace lo que quiere en todas las reparticiones y dependencias del Estado.

Como tiene la mayoría en la Legislatura, hace sancionar leyes que tienden exclusivamente a impresionar al electorado, leyes de protección a “su querido y noble pueblo”, el que en adelante ya no será explotado por nadie, sino por el señor gobernador y sus centuriones.Subvenciona a la prensa venal, persigue a la honesta, hace deportar, encarcelar, secuestrar, y llega por medio de sus “aguerridas huestes”, a los límites más incalificables de la abyección y del crimen con todos aquellos que no le responden y que pueden restarle “fuerza democrática”.

Cuando el caudillo gobernador termina su mandato, tiene especialísimo cuidado de designarse un sucesor que habrá de responderle en cuerpo y alma. Y como en el mundo hay también marionetas, el caudillo encuentra sin muchos trabajos al hombre que hará el papel de gobernador de la provincia. Pero él se oculta tras el cortinado. De allí mueve sus hilos. Tira, afloja, habla con voz de espíritu de ultratumba. Y el señor gobernador, muy orondamente, gesticula, se mueve, firma. Sobre todo firma.

(…)

Demasiado conoce el pueblo del país la actuación pública de estos productos de la demagogia para que entremos en mayores detalles.


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