No recuerdo que, en la época de la tan denostada IV república, hubiera algún corte de energía eléctrica o de agua potable; probablemente los hubo, pero no los recuerdo, ni creo que, de haberlos habido, hayan sido tan prolongados, o que hayan causado tanto daño, e incluso la muerte de seres humanos. Si todo eso funcionaba, no es porque en aquellos tiempos no hubiera iguanas o gente que no adversaba al gobierno de turno; funcionaba porque al frente de esos servicios había gente capaz, que les daba el necesario mantenimiento, sin perjuicio de que, a veces, también se metieran una tajada al bolsillo. Todo eso funcionaba porque el entonces jefe del Estado, en vez de perder el tiempo hablando sandeces en frente de sus acólitos (incluidos los que deberían estar trabajando al frente de esos servicios), estaba ocupándose de los asuntos del Estado. La represa del Guri y las grandes autopistas son el producto de esa época; las cajas CLAP, los huecos en las calles, la persecución política y los colectivos armados son el símbolo de los nuevos tiempos. Hemos pasado de un sistema escolar que, sin ser ejemplar, garantizaba que los niños tendrían clases cinco días a la semana, a un régimen que solo sabe decretar días de asueto laboral. Fue en los años de la IV república cuando se construyó el teatro Teresa Carreño, al que venían figuras de la talla de Claudio Arrau, a exhibir su arte en los mismos espacios que hoy ocupan los colectivos chavistas para sus reuniones políticas. Ahora, las prioridades son otras, y así se refleja en la calidad de vida de los venezolanos.

Había problemas en aquellos tiempos. Seguramente, muchos de mis lectores recuerdan las famosas “colitas de Pdvsa”, y saben que eso es una nimiedad comparado con el uso que, en estos últimos veinte años, se ha hecho de los aviones de la nación, incluidos los que se les ha prestado a jefes de Estado extranjeros, o los que se utilizan para llevar a pasear a las familias de los hombres nuevos. Ni que decir que un presidente de la República fue juzgado –y condenado– por el uso indebido de 200.000 dólares de una partida destinada a gastos de seguridad; pero las instituciones funcionaban, y había independencia de los poderes públicos. A ese presidente se le juzgó y se le condenó porque, aunque había dinero, existía el deber de administrarlo correctamente y de rendir cuentas. Pero hay que subrayar que, para los corruptos de hoy, 200.000 dólares son una minucia. Aunque aquellos eran los años de la libertad de información, y no de la censura, sentíamos que la voz del pueblo no siempre era escuchada; pero había elecciones libres, que incluso llevaron a un ex golpista a asumir el poder y a derrochar los recursos de todos los venezolanos, sin rendirle cuentas a nadie. Lo demás es historia conocida.

Luego de veinte años de un festín y una borrachera sin límites, en que se entregó a ignorantes e incapaces la administración de presupuestos descomunales que no sabían cómo gastar, y en que se regaló dinero en maletines, ambulancias y el asfaltado de las calles de terceros países, en algún momento teníamos que despertar. Pero, para algunos, la intoxicación alcohólica ha sido tan grande que les ha causado delirium tremens y, en donde hay falta de mantenimiento, ven los monstruos terribles de la oligarquía y el imperio. En su insania mental, en donde están las huellas de la corrupción más descarada, ellos solo ven sabotaje. Los mismos que le entregaron el país a Cuba, a Rusia y a Hezbolá, para vigilar e intimidar a los venezolanos que protestan por la falta de servicios, nos advierten del peligro de una invasión extranjera.

No es que el chavismo nunca se haya percatado de que teníamos que atender el sistema eléctrico; para ocuparse de eso es que, en 2009, Chávez llamó a un comandante cubano –Ramiro Valdés–, y luego designó a un teniente golpista como ministro de energía eléctrica. ¡Todo en vano! Después de un mes sufriendo largos cortes del suministro eléctrico, que también traen aparejado el corte del suministro del agua potable y del funcionamiento de los surtidores de gasolina, Nicolás Maduro anunció un plan de racionamiento eléctrico, aunque con un nombre mucho más rebuscado, en una jerigonza propia de quienes no se sienten cómodos con la verdad y son incapaces de llamar las cosas por su nombre. El referido plan, del cual no se conocen más detalles, supuestamente incluirá las reparaciones y el mantenimiento que, en veinte años, no se le dio a la red eléctrica. En cualquier país serio, una catástrofe de las dimensiones que hoy vive Venezuela sería suficiente no solo para la caída de un ministro, sino de todo un gobierno; pero aquí no pasa nada, y hay un señor (o como pretenda hacerse llamar) que intenta seguir conduciéndonos al desastre.

Nunca pudimos imaginar lo que era vivir en el socialismo del siglo XXI; ahora sabemos que es una pesadilla de la que cuesta despertar. Qué duda cabe que la mal llamada IV república tenía fallas y carencias que era necesario superar; sin embargo, en aquellos tiempos no había unos matones al servicio del gobierno, teníamos electricidad y agua potable, la gente disfrutaba de vacaciones en el exterior, podíamos expresarnos con libertad y, sobre todo (a pesar de que aún no había llegado el boom de los precios del petróleo), mirábamos al futuro con esperanza. Éramos felices, pero no lo sabíamos.


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