Jennifer Moya Gil

La música tradicional es el elemento por excelencia que comunica el alma de los pueblos, es instrumento indisociable del ser humano en tanto revela sus emociones más recónditas. La acción pedagógica de la educación musical debe estar circunscrita, entonces, hacia la implementación de programas curriculares que respondan a esta necesidad de hacer música del pueblo para el pueblo.

Conforme a esto, el docente de música ha de ser fiel conocedor de lo que enseña, conectado con su gente, sus tradiciones y costumbres; por excelencia, académico y músico cultor popular de su pueblo. En ese sentido, no cabe la menor duda de que la educación musical es la vía suprema hacia el realce y la preservación de la tradición y ha de ser creada desde la génesis interna del pensamiento del ser. Es el binomio –música tradicional y educación– la sublime combinación que mantendrá viva las manifestaciones musicales de una tradición soslayada por la praxis educativa actual.

Es evidente que los caminos recorridos hasta ahora no han permitido cosechar frutos lo suficientemente nutritivos en cuanto a cultura musical se refiere; actualmente, vivimos en una sociedad que es movida por una dependencia tecnológica descomunal, a tal punto que la música y la forma de hacer música no han estado exentas de ello.

Fenómenos musicales urbanos cargados de ritmo, y no cualquier ritmo que imaginemos provienen del percutir de una membrana o madero, sino de la generación de sonidos virtuales, computarizados y electrónicos; es lo que hoy por hoy mueve a las generaciones del momento; es cada día más proliferante ver estudiantes de cualquier nivel educativo contagiados por el reguetón, el hip hop, el dance, entre otros géneros, y no se trata de que esto sea rotundamente malo: el gran detalle es el desplazamiento y sepultura que esta música ha acarreado sobre la identidad musical del venezolano.

Reflexionando acerca de ello cabe perfectamente la posibilidad de preguntarse si es que la música tradicional no ha evolucionado lo suficiente como para homologarse a la forma de hacer música que está dominando al mundo. Partiendo de los planteamientos de Valderrama, pienso que es posible dar una evolución rítmica y poética, incorporando cadencias de otras culturas del mundo en un intento por crear fusiones interesantes sin restar su esencia pura y limpia.

Educativamente tenemos ante nuestros ojos la posibilidad de valernos de las teorías interculturales y multiculturales para crear nuevas tendencias musicales desde la escuela, haciendo al niño partícipe de su propio desarrollo, fomentando su capacidad creativa, tomando como base nuestra música y permitiéndole que él, desde su óptica, incorpore u opine en función de los cambios que debería experimentar la música tradicional venezolana, para que le resultara tan atractiva como cualquier otra.

La diversidad no es un concepto aislado de la humanidad, representa una posibilidad de verse desde ópticas distintas; en un foco integrador, asume esas diferencias raciales y culturales en un crisol de complementos que enriquecen al ser. La educación intercultural, por su parte, es la proa educativa visionaria en la que la diversidad es el elemento preponderante que coadyuva a la suma de culturas y saberes de distintos pueblos.

La interculturalidad, como modalidad educativa, nos permite deconstruir y complementar el acervo autóctono propio y originario de los pueblos, donde cada región reconozca lo suyo, lo de otros y lo de todos, en un movimiento que nazca y se consagre principalmente desde la escuela. Desde la perspectiva intercultural, la enseñanza de la música tradicional venezolana implica idear mecanismos didácticos e instruccionales, acordes con la realidad tecnológica y globalizante que vivimos, logrando apoderarnos de espacios perdidos que hoy están siendo llenos por otros bombardeos musicales que trascienden el territorio venezolano.

La identidad musical del venezolano ha de ser concebida como el tesoro más preciado, en tanto constituye la herencia o legado de la forma de hacer música de nuestros ancestros; no obstante, hay que abrir caminos hacia una nueva concepción de la música tradicional que tome en cuenta y vuelque la mirada a la riqueza intercultural y multicultural sobre la cual estamos circunscritos, creando innovadoras propuestas que ocupen los espacios musicales que la cultura pop y urbana han poseído sin pedir permiso en nuestros espacios culturales.

Es el momento de abrir grandes brechas mentales que conduzcan a efectuar profundas mutaciones y evoluciones de la música de la tierra venezolana, sin perder su esencia, su mística y su encanto. El camino se hace complejo, pero educativamente tenemos ante nuestros ojos la posibilidad de valernos de la diversidad cultural imperante en el mundo, para crear nuevas tendencias musicales desde la escuela.

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