El domingo  19 habrá elecciones presidenciales y legislativas en Chile. La noticia ha merecido un moderado espacio en la prensa internacional. Es que serán elecciones normales, en las que no hay trampas, esquives constitucionales y ni pensar en un  fraude.  Se prevé  además –encuestas dixit– que el gobierno de “izquierda y progresista” de Michelle Bachelet nuevamente pasará el mando a Sebastián Piñera, “conservador y de derecha”,  repitiendo lo que ya había ocurrido en 2010, así como en 2014.  

Piñera le devolvió el bastón a Bachelet y de la diestra se pasó a la siniestra (o izquierda por si esa palabra suena feo y no gusta). Dicho esto último, más los “entrecomillados”, para salirme de esa recurrente y arbitraria adjetivación política de definir a unos u otros de derecha o de izquierda, y para advertir sobre ese maniqueísmo, cómodo, ridículo y frívolo, pero a la vez manipulador  que nada tiene que ver con la realidad. Y Chile es un buen ejemplo de ello: tras la dictadura, la Concertación –coalición de “izquierda  y progresista” – ganó todas las elecciones hasta 2005 (triunfo de Bachelet) y durante todo ese tiempo se cuidaron muy bien de continuar con el modelo económico “neoliberal, conservador y de derecha”, impuesto por Hernán Büchi, ministro de Hacienda de Augusto Pinochet. Chile se desarrolló, se modernizó, se destacó y se “separó” del resto de la región; fue lo que se catalogó de “milagro chileno”. Es que ninguno de aquellos presidentes –Patricio Aylwin, Eduardo Frei Ruiz-Tagle y Ricardo Lagos– eran tontos. La Bachelet, como dicen los chilenos, fue quien comenzó a hacer pesar la ideología (“de izquierda”) y a desordenar todo lo hecho con la consecuencia de que al final de su  mandato debió entregar el poder a Piñera (“la derecha”). Este reencaminó algunas cosas, pero no como se esperaba y ni cerca con su política exterior; se mostró tímido y ambientó la agitación social –de “izquierda y progresista”– a caballo de la cual volvió Bachelet.

En su segundo mandato la presidente no hizo oídos sordos al griterío y avanzó en su línea. Hay que reconocerle un cierto aggiornamento: unión civil entre  personas del mismo sexo y el aborto terapéutico. Se trata, en el caso, de materias muy caras a la fuerte Iglesia Católica chilena, en las que el país muestra retrasos: por ejemplo, la inexistencia, hasta hace poco más de 10 años, de una ley de divorcio hacía que un porcentaje altísimo de chilenos fueran hijos, “bastardos o naturales”, de matrimonios ilegales (ley México, etc).

Bachelet también encaró una reforma educativa –que a muchos conformó y a otros tantos no– y decididamente insistió en “desordenar” el sistema o el modelo, con consecuencias negativas para la economía de Chile y de los chilenos, afectando la credibilidad del país y la confianza que se habían ganado. Si lo de Bachelet no fue peor se debió a la suba del precio del cobre, del que Chile es el primer productor del mundo. El buen precio del cobre fue también una de las causas “del milagro”, dicho esto para bajarles un poco el copete. De cualquier forma hay que reconocerles que lo han  manejado bien; los venezolanos tienen una de las mayores reservas de petróleo del mundo y sin embargo no les va tan bien. ¿Será por causa del “modelo?

Lo de Bachelet además, demuestra que la agitación y la militancia mete ruido, pero no siempre junta votos aunque se les hagan los gustos: hay una gran mayoría que no milita, pero tiene otra visión y otras urgencias.

Buena parte de esa mayoría sería la que hoy quiere la vuelta de Piñera. Las encuestas hablan de un apoyo de 45%, que si bien no le alcanza para obtener la Presidencia en la primera vuelta, lo da como casi seguro para la segunda que se realizará el 17 de diciembre.

Son 8 los candidatos presidenciales y Piñera le lleva 25 puntos al oficialista  Alejandro Guillier, que va de segundo. Es muy difícil que se dé otro resultado, pero no imposible, por supuesto. Puede que haya una gran abstención y muchos de los 14 millones de chilenos convocados a votar se queden en sus casas –el voto es voluntario– o puede que Piñera cometa algunas torpezas y caiga en tonterías, como ya ha pasado, que jueguen en su contra y contribuyan a unir a una “centro izquierda” muy dividida y variopinta.


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