¿Cómo puede entenderse que un ser humano medianamente racional, que de verdad desee la libertad como un modelo de vida civilizado, pueda tener la aspiración insólita de que los políticos y los partidos políticos se esfumen, se mueran, pero que ninguno de ellos sea capaz de decir yo asumo la responsabilidad y haré lo que estos políticos iletrados, cacos, no han querido o no han podido hacer? De inmediato saltan, no, yo no soy político, eso jamás, ni mis hijos tampoco lo son. Ese es un ambiente pervertido, es un nido de víboras. ¿Entonces para qué y qué sentido tienen esos secuaces y malsanos deseos? ¿Entonces qué hacemos? ¿Dejamos que la vida continúe a la deriva, que naufrague? ¿Es esa la solución del asunto? No podemos seguir pidiendo que venga un militar a poner orden y echar adelante la patria si llevan 22 o 23 años instalados en Miraflores y miren lo que han hecho. ¿Es que les parece poco los miles de miles de niños desnutridos, los infelices sueldos, los 6 millones de compatriotas errando por los cosmos, la odisea excursión de cruzar el Darién, los humillados por la xenofobia, maltratados y vejados, pero usted ni los suyos se meten en esta cosa sucia de la política, solo miran y reprochan? ¿De dónde proviene ese sadismo crítico e indiferente? Quienes solo sirven para condenar, pero no para colaborar no tienen derecho a opinar, no tienen derecho a abrir la boca. El poeta Andrés Eloy Blanco en su “Presentación mural del hombre honrado” dice: «Hombre honrado de Venezuela, patriota sellado de honradez por derecho de nacimiento, por derecho de  calva y anteojos, por derecho de abuelo con levita, hombre de aspecto y en el fondo honrado, pero, honrado no más, sin movimiento, sin riesgo, solemnemente virtuoso, paralítico ilustre, honorable egoísta, indiferente, amueblado por tu honradez perpetua, por tu honradez cobarde, por tu cobarde gravedad, viviendo de un seguro de vida venturosa, con tu renta de diez por ciento sobre el respeto general”.

Conectándome o desconectándome más bien, no lo sé exactamente, para tomar otro camino que nos lleve al mismo lugar, haré una breve mención a la autocrítica sobre los errores de campaña para enfrentar lo que pasó el domingo 4 de septiembre en Chile entre el “apruebo” o “rechazo” del texto de la nueva Constitución propuesto por la Convención Constitucional. Óscar Guillermo Garretón, subsecretario del presidente Salvador Allende, cuenta que lo acontecido ese día no es un tema menor. Afirmó, además, que esa espectacular derrota propinada al “apruebo”, cito textualmente: “Nos obliga a una discusión muy profunda, que supera por mucho la coyuntura. Sobran dedos de una mano para contar los gobiernos exitosos de la izquierda latinoamericana. Los intentos guerrilleros fracasados bañaron de sangre joven selvas y ciudades del continente y las únicas tres tentativas triunfantes –Cuba, Nicaragua y Venezuela– son un desastre, del cual hasta desde la propia izquierda buscan tomar distancia”. Me vi tentado a copiar el texto completo de su magnífico análisis, pero finalmente me abstuve para ajustarme al titular de la nota de hoy. Pero les invito a buscarlo a través de las redes sociales, Internet, y allí encontrarán la fantástica radiografía de la situación política, no solo de Chile, sino del socialismo en Latinoamérica.

Venezuela, que al fin y al cabo es nuestro rompecabezas, mejor dicho, los gobiernos de Hugo Chávez y Nicolás Maduro, son bajo mi óptica el fracaso más rotundo de todos los gobernantes que llevaron el sello del izquierdismo en estas regiones que a continuación menciono: ni Evo Morales en Bolivia, Rafael Correa en Ecuador, Lula Da Silva en Brasil, Michelle Bachelet en Chile y Pepe Mujica en Uruguay, llevaron a sus respectivos países a la anarquía, al perverso caos, en el que hoy vivimos los venezolanos. Por el contrario, en muchas áreas lograron importantes avances y se respetaron las normas referentes a la alternabilidad de poderes. Justamente, la alternabilidad ha sido y es uno de los grandes inconvenientes que tropiezan los sectores democráticos de aquí, vencer la resistencia y el temor del régimen de poner en riesgo la pérdida del poder. Esto representa un gran obstáculo que la oposición tendrá que manejar con suprema y aguda inteligencia. Estirar la cuerda de la cordura hasta el extremo de los terrenos de la convivencia bilateral. En pocas palabras, procurar que ellos no sientan terror, que sepan que conservarán sus cabezas unidas al tronco por medio del cuello. Porque es evidente que el régimen hará todo lo que esté a su alcance para escapar de la contingencia de tener que contarse en unas elecciones libres o medianamente equivalentes. La oposición tiene en buena medida las posibilidades, de ella depende que se logren los requisitos como la actualización del registro electoral, derecho al voto de los venezolanos que residen en el extranjero, la habilitación política de los candidatos…

Vuelvo, ahora, sobre lo dicho la semana pasada. La decisión de los distintos sectores opositores de ir a elecciones primarias abiertas y sin exclusión vale en aquellos casos donde priven elementos especiales. La sociedad venezolana, la cual definitivamente es quien tiene los votos, no aceptará imposiciones para favorecer a unos y desfavorecer a otros. Sin embargo, la sociedad venezolana debe tener muy presente que la política, como la vida misma, está conformada, además de éxitos, por tropiezos y fracasos; que no hay forma humana de vivir en libertad y en democracia sin partidos políticos. El ciudadano no militante en partidos políticos no está libre de responsabilidad de lo que concierne a su país. No queda otro camino que la convivencia para un reencuentro conveniente y civilizado. Partir del hecho de que se puede tener desacuerdos, pero hay que respetar; es decir, cohabitar con nuestros desacuerdos. En fin, mejor que el mejor acuerdo es ir a un proceso electoral interno para escoger el candidato presidencial de 2024.

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