Chavismo convocó a una movilización paralela a la opositora el 12 de febrero
AFP

Ya nada nos sorprende en Latinoamérica, me refiero a la forma de gobernar, la estructura de la sociedad y la solución de los problemas, siempre llevan a la misma conclusión, ineficiencia, corrupción y delincuencia. Y lo peor de todo, quedan atrapados en un fuego cruzado los ciudadanos, que mueren miles al año, por no cumplir estos gobiernos sus responsabilidades y a la vez, la sociedad no reclama sus derechos.

El problema principal de los países hispanohablantes es el régimen centralista en el que están sometidos, en el cual el presidente de la república es la viva imagen de la santísima trinidad, es decir, jefe de Estado, jefe de Gobierno y controla el presupuesto nacional. En pocas palabras, no tienen ningún control y pueden actuar a sus anchas y a veces con total impunidad. Esa estructura de país, provoca en muchos integrantes de la sociedad fricciones, ya que no hay independencia de los poderes públicos, no se respeta el imperio de la ley, con una alta dosis de clientelismo político, ocasionando la falta de diálogo y entendimiento, optando por parte de quienes ostentan el poder, en perseguir, discriminar y encarcelar a aquellos que levanten voces de protesta.

Entonces estos países comienzan a padecer deficiencias en el funcionamiento de las diferentes instituciones así como de los servicios públicos que prestan, porque en vez de tener expertos al frente de los mismo, colocan en esos puestos a operadores políticos, con la única razón de convertir a los organismos del Estado en cajas de resonancia del partido de turno que gobierna, para imponer una línea de adoctrinamiento y de sumisión a los ideales difundidos.

A esto se le suma también que en los países del hemisferio, uno de los problemas más graves que enfrentan esas sociedades, son los altos índices de criminalidad. Llegando a cifras espeluznantes por concepto de homicidios, tráfico de drogas, secuestros, asaltos y otras barbaridades. En esas condiciones, ya las comunidades han cruzado el umbral de la pobreza para sumergirse en la miseria y naturalmente con una alta dosis de desconfianza y temor.

Eso convierte la vida en América Latina en un azar de sobrevivencia, sumado a unas causalidades itinerantes, en la cual impera el idiotismo y la ignorancia, pero sin evitar caer en la mediocridad y la marginalidad. Esa verdad se convierte en tan nuestra, que olvidamos en realidad cuales son nuestros derechos y deberes como ciudadanos.

Asimismo, origina que los gobernantes de turno no son los fieles garantes de las instituciones del Estado y defensores de la democracia, no no no…su sueño es llegar al poder para de esta forma solventar sus problemas financieros para las próximas 4 generaciones, es decir, quieren meterle mano al erario público, realizar tráfico de influencias, recibir comisiones por cualquier negociación y hacerse ricos, extremadamente ricos.

Entonces para poder justificar su estadía en los gobiernos que regentan, se inventan canciones, eslogan y estribillos, que puedan generar en el pueblo esa recuerdo repetitivo que ellos son los únicos garantes de la institucionalidad y si no existiera ese movimiento político, el país entraría en una espiral de caos y desorden.

Cuando se llega a esos niveles de manipulación, ya la decencia se pasó al campo de la vulgaridad, por lo tanto la violencia arropa a la convivencia, lo que manda es la trampa y el abuso, la justicia y el respeto ya no existen, ya no se lucha por y para rescatar al país, se acepta con resignación la nueva realidad, porque lo que manda es la opresión sobre la libertad.

Por su parte, la mentira se legitima como un arma para el engaño, auspiciado por el líder que crece en función no de su dignidad, no que va, sino en función de su ego. Solamente hay que oírlos en sus discursos y se puede notar que viven en otra realidad, expresan palabras que nada tiene que ver con la verdad y orbitan el espacio de la megalomanía.

Pero algo siempre sale a relucir en la sociedad, el miedo a protestar. Ya no se puede decir nada, ya que los jerarcas sufren de sensibilidad otítica. Muchos gobiernos de América Latina vociferan que en sus respectivos países se respeta la libertad de expresión, pero debes tener mucho cuidado con lo que dices. Entonces es la inseguridad quien embarga a la colectividad, en el cual ve el miedo en cada esquina, en cada recorrido.

No obstante no se puede ocultar la realidad, a pesar de que la disfrazan, la edulcoran y le cambian los nombres, pero a la larga se descubre que es la única verdad, esa verdad que desnuda la farsa de mucho regímenes, que cuando ya no pueden ocultarla, apelan a la violencia para preservar su dominio en el país, claro, evaden de esta manera el futuro, buscando soluciones en el pasado para diseñar un presente incierto.

Esto origina que muchas naciones se organizan alrededor de la degradación, porque las bases en la cual se sostenía toda la estructura del Estado ha desaparecido. Por lo tanto se nota que se vive en un bucle repetitivo, en pocas palabras, los autócratas venden la idea que están haciendo todo diferente, pero para terminar en la misma desgracia.

Por su parte los ciudadanos se encierran en una burbuja como una manera de evadir esa realidad que les produce zozobra, que saben que cuesta mucho cambiar, por eso se forman callos alrededor del corazón y forran el estómago con cuero, con tal de no sentir ni padecer nada. Sin embargo, están al tanto que la miseria forma parte de su día a día, tienen temor en afrontar esa verdad, a pesar que cuentan con la capacidad de hacerlo, solo se conforman en desarrollar sus instintos de sobrevivencia.

Ese instinto que ayuda a que construyan una zona de ignorancia, que les permita evadir los pensamientos críticos y lo peor de todo, es que comienzan alardear de ella, admirando falsos ídolos, venerando profetas fraudulentos. Todo con la finalidad de no pensar en el destino, se conforman en aguantarlo, con la esperanza que venga otro mesías, que los ayude a salir del lado oscuro.

No valen los gritos, no valen las lágrimas, no valen las torturas y desapariciones, no vale el recrudecimiento de la pobreza, las injusticias y las desigualdades, no vale el retorno del poder militar cuartelario y dictatorial, lo que quieren es esconder la gravedad de lo real, se adaptan para que las palabras solo recorran la distancia entre un tímpano y otro.

Como sociedad, se convierten en una amalgama de improvisaciones y apresuramientos, todo con la finalidad de sobrevivir, pero sin hacer preguntas, sin pensar, sin actuar, le tienen miedo a los cobardes, que utilizan la violencia y la crueldad para imponer sus ideas. Entonces se sumergen en la complicidad del silencio, para esquivar cualquier compromiso con la verdad.

Pero a los gobernantes autócratas no les tiembla el pulso para amenazar, difamar, encarcelar, expropiar y crear leyes criminalmente aprobadas, para satisfacer proyectos personalistas de un vivo que piensa que las guerras se ganan arrasando en llamas a toda una nación y además, para torcerles la voluntad a los ciudadanos.

Esto lleva a muchas personas en creer que el presente que les toca vivir, es el único estado posible de las cosas, porque han reducido a los hombres y a las mujeres al silencio, sus vivencias se acomodan al estado de decepción que deben compartir a diario, sometidos al toque de queda de la criminalidad, que viene refrendada por un círculo político cómplice, pero al mismo tiempo apoyada por una sociedad conformista y complaciente.

Lo anteriormente descrito confirma que en muchos países el pueblo vive en un estado imaginario de democracia, en el cual los gobernantes son un compendio de oportunistas que disfrutan de las riquezas del Estado, pero teniendo como base las miserias del pueblo.

Podemos concluir que todos los regímenes autoritarios, sean de izquierda o de derecha, ponen en práctica la censura, la coacción, la amenaza, la intimidación, el soborno y la corrupción para así controlar el flujo de información. Ya cuando en un país, no se pueden medir las diferentes opiniones y el espíritu crítico de los distintos medios de comunicación, se puede afirmar que la salud democrática de esa nación está en estado vegetativo.

Eso provoca en los ciudadanos su incapacidad de construir un futuro mejor, porque viven un destino impuesto por delirios ideológicos de un líder que piensa que sus palabras están por encima de la esencia humana. Por eso, para que se pueda salir de ese desastre megalómano, es necesario que las sociedades se organicen para generar una conciencia de país, un sentimiento de patria y un proyecto de nación.

Además, hay que comenzar a capitalizar la unificación de criterios, para que el pueblo se sienta representado por los movimientos políticos de la oposición, que se comprometan en rescatar y transitar el camino democrático, para poder subsanar los problemas para ejercer la autodeterminación, con responsabilidad y desechar el odio, la destrucción y la polarización en la cual están sumergidas muchas sociedades de diferentes países.

Las naciones se fortalecen en la medida que defienden la verdad y combaten los errores que puede ensuciar el buen funcionamiento de un país, además, para crecer en unión y armonía, hay que descartar una vez por todas, la filosofía del fracaso, el credo a la ignorancia y la prédica de la envidia. Así y solo así, se logrará crecer en paz y en libertad.

 

 

 

 

 

 

 

 


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