Partiendo del principio de la buena fe, pensamos que la esencia del hombre es ser bueno, bondadoso y generoso. Atributos que ayudan a construir sociedades basadas en la igualdad y en la libertad. Esa forma de apreciar la sustancia de los seres humanos, se ve reflejada en las distintas religiones que se profesan en la humanidad, además, es una manera de comparar lo bueno con lo malo, lo correcto con lo incorrecto.

Sin embargo, no hay que subestimar que en el mundo hay seres con instintos perversos, dándose en muchos casos que superan a aquellos que han hecho de su doctrina de vida la nobleza, la honradez, el sacrificio y el esfuerzo.

Pero lamentablemente hay sociedades en las cuales son la violencia y la intimidación las que señalan el camino de muchas comunidades y para colmo de males, son precisamente esa gente la que termina gobernando el destino de un país. Vaya paradoja.

Aquí tenemos que hablar de las ambiciones individuales, ya que hay personas que son capaces de realizar cualquier cosa, con tal de lograr sus metas. No les importa el prójimo, no les importa el bienestar colectivo, lo que importa es saciar su sed de poder. Y es en ese momento cuando salen a relucir lo peor de esa sociedad que es conducida por aquél innoble y fariseo. Lo que domina es la fuerza bruta, lo que domina es la violencia, lo que domina es el acoso. Disfrazan sus actos ilegítimos, diseñando leyes que se ajusten a su desmanes y darle así un tinte legal a sus abusos.

Ya los ciudadanos no tienen derechos, solo la fuerza del que manda. Ya no hay sociedad organizada, sino masas dispares que necesitan un líder para poder existir. Nace así la autocracia, el sargento necesario para poder coexistir como nación. Ya la libertad la han degenerado en libertinaje, ya los deberes los han degenerado en chantajes, ya la esencia del libre albedrío desapareció. Se han socavado los cimientos de la democracia, se despedaza el orden social, se desintegra la civilidad de un país.

Los autócratas comienzan así a gobernar con mentiras y engaños, porque consideran a la sociedad una masa amorfa que no requiere sensatez y cordura para ser conducida, solo necesitan pan y circo. Por lo cual, al pueblo hay que seducirlo, porque es incapaz de reflexionar. Las ideas mezquinas, las representaciones de la mentira y la construcción de una verdad irreal, son suficientes elementos para guiar a la población.

Para el déspota, el pueblo ha mutado a populacho, arropado por el desconocimiento, manteniéndolos al borde de la esperanza para así manipularlo, pero al mismo tiempo, incapacitándolo para que pueda pensar por sus propios medios. Para los dictadores, no hay posibilidad de realizar acuerdos con sus adversarios, ya que los considera que no tienen derecho a disentir; además, al mismo tiempo incentivan posiciones absurdas para sembrar la semilla de la discordia, porque lo que vale para él es la instauración y la permanencia de la ignorancia.

Lo expuesto anteriormente justifica su forma de gobernar, en la cual recurren a la hipocresía y al engaño para conservar sus vicios y beneficios. El honor y la sinceridad no forman parte del discurso político, lo que vale es el engaño arropado con la fuerza para imponer una sola manera de ver las cosas, la suya, ya que el fin justifica los medios.

Los tiranos para conservar sus prebendas recurren a estrategias que tienen impacto negativo en la sociedad, originando en los ciudadanos temor y debilidad para enfrentar el aparato represivo del Estado, que los conduce a su vez a una inestabilidad en la estrategia a seguir para combatir a la opresión, originando un desequilibrio total y absoluto en el momento de protestar, terminando la oposición en una representación sin visión de futuro, desarticulada, con un planteamiento ilógico y con aspectos cambiantes en la medida de los intereses mezquinos de las individualidades.

Del lado del gobierno, aquellos que ejercen el poder de forma autoritaria, están convencidos que para administrar eficazmente una nación, la supremacía debe estar en manos de una sola persona, imitando a Luis XIV cuando en 1654 dijo su célebre frase “El Estado soy yo”.

Estos nuevos regímenes que nacen como hongos por todo el mundo piensan que para que se sostenga la civilización el despotismo debe ser absoluto, esgrimiendo una teoría que solo un dictador cree, que no es otra que las masas deben ser dirigidas, porque el pueblo es bárbaro, ya que cuando cree haber conquistado la libertad, en su accionar la convierte en libertinaje y eso conlleva a la instauración de la anarquía. Por eso es necesario la mano dura. Todo un dios el tirano. En pocas palabras, hombres y mujeres quedan atrapados por una doctrina, que consiste en basar sus vidas en las decisiones y conclusiones de otras personas. ¿Y la libertad? ¿Cuál?

Si seguimos hurgando en la naturaleza de las dictaduras, podemos notar que su esencia radica en la fuerza para imponer sus ideas y en la falsedad para definir su acciones. Por un lado, predican el amor hacia el pueblo y luchan para garantizar sus derechos, pero por el otro lado, desarrollan sus destrezas para engañar y disfrazar sus actos, porque lo que les importa es preservar el poder a todo costa, por eso la violencia es un principio en todo régimen autoritario, para evitar así ser derrocados.

Sin embargo, para sostener su disimulada vida, el absolutista debe comprar conciencias, por lo tanto propicia y sostiene niveles de corrupción inimaginables, asume posturas antinacionalistas y practica la traición como forma de ejercer el poder. Pero sin dejar de someter a la sociedad, para que no puedan levantar su voz de protesta, porque para el autócrata el populacho no tiene derecho a pensar y muchos menos comparar, sólo debe aceptar una única verdad, la que proviene de las instancias del gobierno autocrático.

No hay que olvidar que a estas tiranías no les importa ejercer el miedo como política de Estado, por eso la persecución y el encarcelamiento de disidentes es lo común en estos sistemas. Acompañados por ejecuciones puntuales de adversarios políticos, desapariciones y empujar a muchos ciudadanos en buscar asilo en otras naciones, todo con la finalidad de generar y sostener el terror y la sumisión de la sociedad. Esto se define en una palabra, intolerancia.

Y precisamente en este punto es cuando la ciudadanía pierde todos sus derechos, porque se convierten en esclavos de los caprichos de un dictador. Ya que la imposición del terror y el pánico son aplicados de manera despiadada, para eliminar cualquier vestigio de resistencia, porque repito, para estos advenedizos, la masa, el populacho, solo sirven para llenar concentraciones y mítines políticos, del resto, son ciegas para ver otra cosa, sordas para oír otras opiniones y mudas porque no tienen derecho a opinar, esto origina que el país entero entrega su voluntad a aquellos que los han corrompido moralmente.

Pero lo más triste de todo es que estos hombres y mujeres, que creen que son la reencarnación de la verdad, son unos seres mediocres, con escasa preparación y con un nulo conocimiento de la realidad que los rodea. Son simples oportunistas, que vociferan verdades a medias, que venden esperanzas y que prometen un porvenir irrealizable. Ilusiones para mantener en el pueblo, ese anhelo del futuro que puede ser, pero que algún día llegará, siempre y cuando siga el dictador en el poder.

Para el déspota lo que le importa es el aquí y el ahora, no analizan ni estudian la historia para entender la verdad que los rodea, solo se enfrascan en aplicar teorías rutinarias, sin importar si dan o no resultados, ya que lo que vale es que sigan en el poder para disfrutar de esas ventajas. En algo si son eficientes estos opresores, en ser charlatanes inagotables, que sin ningún tipo de desparpajo, muestran que tienen un mar de conocimiento, pero con un centímetro de profundidad, es decir, son analfabetas funcionales. No olvidemos que estos despreciables, buscan el abrazo de la oscuridad, para continuar en sus fechorías. Por su parte, al pueblo llano lo único que le queda, es recordar lo felices que eran en el pasado.

En el desarrollo de la implantación de una dictadura se aprecia el desplome de la institucionalidad, que garantizaban el Estado de Derecho y las libertades, pero para poder mantener al pueblo bajo el férreo control, los someten a través del yugo de los alimentos, para dominar a la sociedad a través del hambre. Y entonces para justificar su distribución equitativa de la miseria, se erigen libertadores de los oprimidos y olvidados, vendiendo verdades como mentiras, que sólo por medio de su régimen, lograran evitar la opresión de algún imperio, oligarquía o burguesía, pero conduciendo a toda una nación a una nueva forma de dominación y abuso.

Para tratar de concluir esta pequeña disertación, podemos afirmar que todo gobierno autócrata tiene como objetivo principal debilitar el libre pensamiento, evitar a toda costa la crítica, que el pueblo deje de pensar, porque la reflexión puede dar pié al nacimiento de la oposición. Por eso sus campañas informativas son para distraer, buscando culpables en otros horizontes para acusarlos de los males que ellos mismos con su ineptitud han ocasionado.

Por eso acostumbran al pueblo a obedecer, mostrando que la única manera de vivir es bajo los lineamientos del dictador. Eso eliminará muchos obstáculos en el camino para implantar un régimen autoritario. Ese es el único plan, el gobernar viene después. En este punto, ya no hay ideología que valga, solo cansancio por parte de la ciudadanía, hartos de odios, muertes, hambre, enfermedades y miseria, porque lo que le importa a la dictadura es doblegar a la sociedad de tal forma, que la única manera de encontrar la paz, es abrazando a tu opresor.

 


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