En la semana que acaba de transcurrir pudimos observar videos de nuestros “próceres bolivarianos” –y también extranjeros– en los que se exhiben actitudes, dichos y conductas que no son las que quisiéramos inculcar a nuestros hijos ni establecer como valores familiares.

En primer lugar, nos referimos al feroz ataque personal proferido por el jefe del Estado en un evento ante profesionales de la salud en el cual se refirió al nuevo presidente de la Asamblea Nacional como dinosaurio, viejo cuyas canas destilan veneno, corrupto, etc. Al mismo tiempo, con tono y actitud de los bajos fondos el “señor” Maduro desafió al doctor Barboza a un enfrentamiento físico con su voluminosa humanidad para el caso de que el legislador “se metiera con el pueblo” dando, pues, a entender que el “pueblo” es inapelablemente él. Este columnista confiesa que el video que recoge ese episodio le ha no solo disgustado sino avergonzado. Conocemos a Omar Barboza –no mucho pero algo– y podemos afirmar que se trata de un caballero, de un político veterano al que no se le señala como indecente ni como merecedor de los vitriólicos epítetos que le dedicó quien ostenta la primera magistratura del país. Menos mal que el aludido no lo ha dignificado siquiera con una respuesta.

En segundo lugar, comentamos el bochorno que arropa la actitud arrogante –y a la postre mentirosa– del conductor de un repulsivo programa de televisión que emite el canal de noticias del partido de gobierno, quien, ataviado con uniforme tipo camuflaje militar, anunció la inminente incorporación de un importantísimo banco privado (Banesco) al sistema de banca pública lograda en una negociación en la que el señor Cabello habría arrinconado al banquero más hábil de Venezuela forzándolo a vender sus acciones a precio vil. Usted, lector, ¿le creería a Cabello o a Escotet, quien inmediatamente desmintió la versión? Suponemos que alguna guerra soterrada debe haber allí.

Como todo lo feo y desagradable no ocurre exclusivamente dentro de las fronteras de nuestra Venezuela, no podemos dejar de reseñar un episodio que por su repulsividad pareciera imposible que proviniera de boca nada menos que del presidente de Estados Unidos, quien –en decidida competencia con Nicolás– se quejó el jueves, en plena Casa Blanca, ante varias decenas de legisladores, y reclamó por qué su país tenía que aceptar inmigrantes de “países de m…” (shithole countries) como Haití, El Salvador o África, en lugar de recibir los procedentes de Noruega. Como dice un amigo: “La misma vaina pero en inglés”. Dada la curiosa forma de gobernar de Mr. Trump, no sería de extrañar que salga afirmando que no dijo tal cosa (reseñada en los videos y la prensa) o que la justificara en sus descargas de tweets nocturnos en las que revela las directrices que guiarán su política hasta que las cambie en el próximo tweet. Parece aprendido de Chávez, que mucho antes que él inventó esa peculiar manera de anunciar sus órdenes.

Los episodios comentados revelan que desgraciadamente el ejercicio de la política ha sustituido la “P” mayúscula por la “p” minúscula en amplias áreas geográficas de nuestro planeta, por lo que no es de sorprenderse que la actividad atraiga cada vez menos gente calificada y decente dejando el campo de juego libre a toda clase de aventureros, charlatanes, delincuentes y demás fauna cuyas ejecutorias obviamente no son las apropiadas para conducir pueblos por la senda de la prosperidad, el bienestar y las libertades. Este columnista, partícipe que fue de obsoletas versiones de nuestra república, apuesta sus esperanzas por la nueva generación de dirigentes que han venido cubriendo las vacantes. ¡Ojalá no nos defrauden!


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