Janett Fermín Andarcia

El sinnúmero de relaciones expresadas en la realidad necesitan para su interpretación estrategias que conformen una visión paradigmática dada desde la transdisciplinariedad cuyo significado está definido por el contexto.

Las concepciones teóricas que transitan este nuevo mirar se han ido configurando desde la mirada del pensamiento complejo en los últimos 40 años, siendo el elemento definitorio la necesidad de integrar los referentes teóricos de las diferentes disciplinas para aceptar que el conocimiento parcelado de la realidad no permite su comprensión más allá de las fronteras y métodos.

Desde lo sociohistórico, se hace evidente la necesidad de asociar la producción de su conocimiento con la problematización de la sociedad que lo genera. Según la Unesco (2003), la transdisciplinariedad es definida como una nueva forma de aprendizaje y de resolución de problemas involucrando la cooperación entre diferentes partes de la sociedad y la academia para enfrentar los complejos desafíos de la sociedad.

En este sentido, es necesario considerar la construcción de un conocimiento que se haga socioculturalmente fuerte por haber tomado en cuenta, en el proceso de formulación, la consideración de la gente, sus anhelos, donde se piense más en lo que pueda querer el individuo y lo que busca, así como lo que espera.

La conjunción como elemento del pensamiento complejo, propuesto por Morin, no abre el campo de diálogo que parte desde lo interdisciplinar y llega a lo trans para potenciar los campos disciplinarios necesarios en la construcción del puente epistémico, cuya estrategia de elaboración requiere de la conjugación de los diferentes tipos de conocimientos y saberes y la articulación de diversos actores que lo produzcan.

La idea que debe prevalecer es la de integración entre conocimientos y saberes para promover una nueva organización del pensamiento, decisiva en la concepción de lo educativo. Como señala el propio Morin (2000), que las disciplinas, tanto las humanísticas como las científicas, deben inscribirse en finalidades educativas fundamentales, que las fragmentaciones disciplinarias y las compartimentaciones entre dos culturas habían terminado por ocultar: 1) formar espíritus capaces de organizar sus conocimientos en lugar de almacenar una acumulación de saberes; 2) enseñar la condición humana; 3) enseñar a vivir y, por último, volver a hacer una escuela de ciudadanía.

Por ello, es necesario incorporar en el abordaje de la escuela, un análisis de los elementos dados por la sociología, antropología y la cultura en el acercamiento a la educación, expresados por el sentir como cimiento en la construcción del episteme en el que se entrelaza el aporte antropológico en el estudio de la otredad cultural; así como de la alteridad y la diversidad cultural ya que son objeto, sujeto y método del hacer escolar, tal como afirmó Strauss (1988), “todas las sociedades humanas tienen su historia, aunque esta historia se encuentre presente de modo diverso en la historia colectiva”.

La formulación de un puente epistémico permite expresar los encuentros concretos de sus bases y de las configuraciones tanto culturales, como históricas de las cuales estos encuentros son sus partes integrantes para captar lo humano de una manera especial. El sabor de aprender se aborda desde su nacimiento, del contacto cultural, ya que el ser que aprende, según Krotz (1994), es considerado con respecto a sus propiedades como miembro de una sociedad, como portador de una cultura, como heredero de una tradición, como representante de una colectividad, como nudo de una estructura comunicativa de larga duración, como iniciado en un universo simbólico, como introducido a una forma de vida diferente de otras –todo esto significa, también, como resultado y creador partícipe de un proceso histórico específico, único e irrepetible–.

En consecuencia, se aborda el aprendizaje porque no solamente tiene que ver con el conocimiento sino también con la identidad, como señala Gore (2012), “se aprende sobre algo, pero también a ser alguien”. Ambos procesos no se dan de distintas maneras. Por el contrario, sostiene el autor, la construcción del conocimiento y de su pertenencia constituye una experiencia única porque hasta aprender el trabajo más fácil requiere atravesar un proceso social complejo. Hay que construir el oxigonio epistémico del conocimiento.

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