Seguramente los que están llevando el proceso de expulsar a los usurpadores del poder previeron los sucesos del día 23, las muertes y heridos que hubo; sin embargo, a mí no se me va de la cabeza el momento en que los tripulantes de dos tanquetas de la GN, en algún lugar de la frontera, asesinaron a mansalva a un señor que había logrado introducir al país un pequeño camión con ayuda humanitaria. En ese preciso momento el presidente actual manifestaba en las redes sociales que dudaba de que Chávez hubiera aprobado los hechos de ese día, e incluso decía que pensaba lo mismo de un ser que no ha tenido ningún tipo de empatía con los sufrimientos de este pueblo, como la hija de aquel, María Gabriela Chávez.

Por ahí se dice que hay que entender la estrategia que sigue el presidente; que este posee consejeros sacados de los cuerpos de inteligencia más importantes del planeta; que incluso hay asesores neurolingüísticos que sopesan cada una de sus frases y la influencia que pudieran tener en nuestros ya desnutridos cerebros; que son muchos años los que se ha llevado elaborar el plan maestro que está en marcha, etc, etc,.  No dudo de que ello sea así esta vez, aunque para ser sincero algo no debe andar bien cuando hay que justificar y explicar tanto las cosas, como la frustrada incursión de la ayuda humanitaria y, sobre todo, esa peregrina distinción hecha por el presidente entre el accionar de Chávez y el de Maduro, que pocos ciudadanos entendimos.

Hay que recordar que aunque muchos de nosotros pensemos que el país está gobernado por una camarilla de oportunistas, hay una buena cantidad de ciudadanos que se han creído el relato revolucionario y no son susceptibles de ese tipo de halagos; que piensan firmemente que están inmersos en un proceso revolucionario, el cual comenzó con el comandante Chávez y que ha continuado con el presidente “obrero”. Eso mismo, por ejemplo, opinan sus colegas izquierdistas procedentes de otros países cuando muestran su solidaridad en las redes y frente a los consulados venezolanos en el exterior.

Nunca hemos terminado asimilando que, como dice Marcuse en su texto Ética y revolución –el cual no me canso de recomendar– , esta gente participa de la idea de que la violencia viene aparejada a la revolución; que, como dice el autor citado,  “la violencia se convierte en un elemento esencial y necesario del progreso…y no es sino la defensa contra la violencia contrarrevolucionaria”; que las revoluciones establecen su propio código moral y ético; y que  “una revolución, según los conceptos del Estado normal , es ‘ex definitione’ inmoral; quebranta el derecho de la comunidad existente; permite y hasta requiere engaño, astucia, represión, destrucción de vidas, bienes y propiedades, etc…”

Como nos lo hizo ver más de una vez Alberto Garrido en sus textos sobre el chavismo, fue precisamente Chávez quien aseguraba a cada momento que la revolución era una revolución armada y que él era solo un elemento más de algo indetenible que para realizarse apelaría incluso a la fuerza si fuera necesario. En este sentido, no hay que olvidar que con esta finalidad fueron creados durante su gobierno los llamados Círculos bolivarianos, los cuales tuvieron una participación destacada en los sucesos de Puente Llaguno y en toda la violencia llevada a cabo para defender al régimen durante los hechos de abril de 2002. Como se sabe, estos fueron transformados posteriormente por los llamados “colectivos”, los cuales, y según se dice, se basan en las milicias iraníes y fueron concebidos por el mismo Chávez como el “brazo armado de la revolución bolivariana”.

Si no entendemos todo esto y que fue Chávez precisamente el que introdujo la violencia en nuestras vidas, no entenderemos por qué está demás hacer esa distinción entre Chávez y Maduro, por muchas buenas intenciones que haya tenido el presidente al hacerla.


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