Usualmente cuando pensamos en la palabra héroe imaginamos a una persona que no manifiesta temor ante una situación peligrosa y es capaz de arriesgar su vida por una causa mayor. En la mitología antigua, los héroes tales como Hércules o Aquiles, al ser hijos de dioses y seres humanos, se consideraban semidioses, que lograban anteponerse ante los desafíos más complejos de la vida. Hoy en día surgieron los superhéroes, como la Mujer Maravilla, Batman o Superman, quienes, con sus poderes sobrenaturales, se enfrentan a todo tipo de personajes malvados para salvar a la humanidad. Ambas tendencias crean el mito de la existencia de un personaje todopoderoso que se sacrifica por salvar al resto del mundo. Esta narrativa, aunque sabemos que es ficticia, es atractiva porque nos permite escapar de nuestras realidades complejas y nos permite soñar con la idea de que alguien todopoderoso tiene la capacidad de salvarnos. ¿Habrá otra categoría de héroes que sea más realista pero no menos importante?  

Javier Cercas, escritor español, nos dice que sí. En su novela Soldados de Salamina introduce de manera brillante una nueva noción de héroes: aquellos que dicen que no cuando todos dicen que sí. El gran significado de la novela se centra en la escena en la cual los dos bandos opuestos en la guerra civil española se encuentran frente a frente y, contra todo pronóstico, Miralles, un soldado republicano, decide dejar vivir a su enemigo, Sánchez Maza, falangista español.

En Soldados de Salamina, Cercas presenta el heroísmo como algo innato: «Alguien que se cree un héroe y acierta. O alguien que tiene el coraje y el instinto de la virtud y por eso no se equivoca, o por lo menos no se equivoca en el momento en el único momento en que importa no equivocarse, y por tanto no puede no ser un héroe.”

En Venezuela tenemos muchos héroes en el campo social. La visita y el informe de la alta comisionada de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos, Michelle Bachelet, reconoce la gran labor que hacen las organizaciones no gubernamentales en desnudar la crueldad de la dictadura de Nicolás Maduro. A pesar de que muchos sectores radicales se niegan a entender el valor que tendrá este testimonio de una entidad imparcial en la reconstrucción de la justicia, debemos apreciar y aplaudir la dedicación de cientos de héroes que de manera minuciosa se dedican a luchar por una Venezuela más justa.

Pero en la política, lamentablemente, no contamos con muchos héroes. Lo heroico en este momento sería revivir la unidad, aunque todos sepamos que es “contra natura” y muy difícil de mantener. Si esto implica invitar a aquellas corrientes antiheroicas que –deliberadamente– buscan la destitución del presidente encargado Juan Guaidó a la causa democratizadora, pues habrá que hacerlo. Ahora bien, si estas corrientes radicales niegan sumarse a la lucha pacífica, lo heroico implicará romper públicamente con ellas, pues la transición del país no es su primer objetivo. Hago énfasis en lo pacífico porque el único camino viable para lograr el cambio es la negociación. Sabemos que la crisis es inaguantable; pero también es el momento de asumir que lo que se había planteado ha fracasado. Esperar el milagro de que los militares reviren o que aterrice en Venezuela un superhéroe extranjero a rescatarnos no solo es iluso, sino también irresponsable. 

Justo para no aferrarnos más a un camino que no produjo el desenlace deseado, llegó la hora de decir que no a la intervención, aunque parte de la población y algunos liderazgos digan que sí. Necesitamos que alguien despierte nuestra conciencia sobre esta nueva tipología de héroes. Es esencial que aceptemos que esta lucha es dura y que no existen salidas cortas. Debemos resistir doblemente: a la dictadura que cada vez avanza torturando y violando derechos humanos, pero también a aquellos políticos, periodistas o voceros, que, en vez de apoyar a la causa democratizadora, nos alejan cada vez más de ella.

No vamos tan bien como quisiéramos y no podemos escapar de esta realidad. No existe, ni existirá una superheroína que nos salve de esta tragedia. Es la hora de aceptarlo, rectificar y crear una nueva estrategia unitaria que se divorcie del plan inicial (cese de usurpación, gobierno de transición y elecciones libres), que, a pesar de todos los intentos, aparenta haber fracasado. Necesitamos–a una o varias heroínas– que no se equivoquen en este preciso momento porque es el momento, el único momento que importa, como diría Cercas.


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