La magnitud de la tragedia que vivimos los venezolanos ha permitido visualizar con mayor nitidez la naturaleza del régimen socialista. Es tan brutal el caos que no hay forma de justificarlo, de disimularlo o encubrirlo con una tesis ideológica.

Pero más allá de las ya estudiadas y conocidas características del fracasado sistema político y económico implantado por Hugo Chávez, se muestra el rostro de personas que, a todas luces, acorraladas por el monumental fracaso y por el creciente repudio popular, saltan a la palestra a ofrecer un discurso tan primitivo como violento y antihistórico.

El tema del discurso de “la barbarie roja”, como la califiqué ya desde hace más de una década, revela qué tipo de personas están frente al poder del Estado. Revela cuál es el ambiente espiritual que ronda por los pasillos del poder.

Algún ingenuo o desapercibido ciudadano puede no detenerse en él análisis de las palabras que recurrentemente se pronuncian desde las tribunas del régimen militarista. Pero para quienes buscamos afanosamente una ruta de civilidad, progreso y democracia para nuestra patria, no pueden pasar inadvertida ciertas expresiones que muestran lo que sienten, piensan y pueden hacer los personajes que de forma ilegítima e inconstitucional ejercen el poder en nuestro país.

A lo largo de estos ya casi veinte años de hegemonía del militarismo comunista, hemos alertado sobre la ruta por la que se nos estaba conduciendo solo al analizar el discurso del extinto comandante presidente y de otros actores de ese sector político.

Mucha gente, incluso personas educadas y con influencia social y política, no le dio en su momento importancia a ese discurso y a las alertas que se hicieron. Solo despertaron cuando ya vieron la palabra hecha carne, hecha realidad tangible en la vida de la nación.

Tal y como lo escribí en un artículo anterior: “Pánico y represión”, la cúpula roja ha decido el camino de la violencia para perpetuarse en el poder. Prefirieron cerrar el camino de la política y privilegiar el camino de la represión y la violencia.

Así lo demuestra “el discurso de la barbarie roja” de las últimas semanas. Antes de abandonar el poder, porque ya no les será posible permanecer más en él, debido a la ingobernabilidad por ellos mismos producida, quieren lanzar la nación al holocausto de la guerra.

Ya lo anunció el inefable tránsfuga de la diplomacia chavista, Roy Chaderton, en declaración del pasado 12 de agosto de 2018, al expresar: “Vamos hacia una guerra con Colombia donde tenemos superioridad militar”. (http://www.noticierodigital.com/2018/08/roy-chaderton-somos-mas-civilizados-la-oligarquia-colombiana-tenemos-superioridad-militar/).

Pero con mayor crudeza, y muy acorde con su personalidad, la señora Erika Farías, alcaldesa de Caracas, lo recalcó con un mensaje claro: “Esta patria es de nosotros o no es de nadie”. (http://www.el-nacional.com/noticias/gobierno/erika-farias-esta-patria-nosotros-nadie_248091)

Prefieren dejar tierra arrasada que retirarse del poder. El discurso de Erika es la expresión más preclara de la barbarie. Es la representación más acaba de una idea primitiva del poder y de la política. Esa señora solo entiende el poder como se entendía en la Edad Media. El poder nos pertenece por siempre. Para ella la humanidad no cambió. No hubo Revolución francesa, no evolucionó el pensamiento político. No surgió la democracia. Ella se quedó anclada en el poder absoluto de una persona o de un grupo. El poder no es de los ciudadanos. Es de la camarilla. Y como es de ellos se sienten autorizados para matar, encarcelar, expulsar, destruir y arrasar a todo aquel que ose desconocerlos.

Estos revolucionarios que en su momento prometieron “la democracia participativa y protagónica”, que anunciaron “un hombre nuevo” y reclamaron el acceso al poder de “caras nuevas” han terminado sacando del baúl más antiguo una tesis tan envejecida que ya ninguna mente medianamente sensata y con rubor se atreve a sostener: el poder, todo el poder, nos pertenece por siempre.

Estos discursos revelan cuán enfermas están las mentes y cuán vacíos están los espíritus de todos estos personajes que cada día buscan un nuevo argumento para justificar su fracaso, y cada día comenten un desafuero para insuflar miedo y desmoralizar a una nación que se resiste a tanta bajeza y a tanta miseria.

Mientras la cúpula roja recrea su obsoleto discurso de violencia, desde las trincheras de la civilidad democrática debemos buscar el encuentro y construir el discurso de paz, de inclusión, prosperidad y democracia que Venezuela necesita.


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