Como creador de todo lo que fue, todo lo que es, y todo lo que será, Dios tiene la potestad de intervenir en los asuntos terrenales de la manera que crea conveniente, a su entera voluntad, cuando lo desee. En particular el medio ambiente natural terrestre, o nuestra casa como la ha denominado el papa Francisco en su última encíclica Laudate Si (alabado seas mi Señor), siempre ha sido, desde tiempos bíblicos, blanco de acciones hostiles para infringir daño al enemigo (guerra ambiental) o propiciar castigo divino a la humanidad. Así, Génesis 6-8 constituye, emblemáticamente hablando, el único registro escrito jamás encontrado de una catástrofe terrestre climática global, acaecida probablemente durante el tercer milenio a. C., que condujo presuntamente a una apreciable extinción de especies por mandato expreso de Dios Jehová para castigar el pecado. Hablamos del Diluvio Universal (DU) cuya historicidad ha sido profusamente debatida, analizada y defendida desde un punto de vista científico por M. E. L. Mallowan (1964), J. C. Whitcomb & H. M. Morris (1982), Y. Y. Shopov et al. (1997) y por W. B. F. Ryan et al. (2000).

En Génesis 7: 17-24 se lee: “El diluvio duró cuarenta días sobre la tierra. Crecieron las aguas y levantaron el arca que se alzó de encima de la tierra. Subió el nivel de las aguas y crecieron mucho sobre la tierra, mientras el arca flotaba sobre la superficie de las aguas. Subió el nivel de las aguas mucho, muchísimo sobre la tierra, y quedaron cubiertos los montes más altos que hay debajo del cielo. Quince codos por encima subió el nivel de las aguas quedando cubiertos los montes. Pereció toda carne: lo que repta por la tierra, junto con aves, ganados, animales y todo lo que pulula sobre la tierra, y toda la humanidad. Todo cuanto respira hálito vital, todo cuanto existe en tierra firme, murió. Yahveh exterminó todo ser que había sobre la haz del suelo, desde el hombre hasta los ganados, hasta las sierpes y hasta las aves del cielo: todos fueron exterminados de la tierra, quedando sólo Noé y los que con él estaban en el arca. Las aguas inundaron la tierra por espacio de 150 días”.

Pero esta actitud antiecologista y escatológica de Dios, de agredir a su propia creación, lo condujo a arrepentirse puesto que en Génesis 8: 21-22 se lee: “Al aspirar Yahveh el calmante aroma, dijo en su corazón: «Nunca más volveré a maldecir el suelo por causa del hombre, porque las trazas del corazón humano son malas desde su niñez, ni volveré a herir a todo ser viviente como lo he hecho. Mientras dure la tierra, sementera y siega, frío y calor, verano e invierno, día y noche, no cesarán»”. Evidencias paleo-estratigráficas sugieren que cada 26 millones de años ocurre una masiva extinción de especies (atribuidas a diferentes causas terrestres o ultraterrestres), siendo la más reciente la de hace 11 millones de años que acabó con los moluscos (revista Time, 6 de mayo de 1985). La extinción bíblica del DU acabó con todo excepto con lo que quedó a salvo en el arca de Noé. Por lo tanto, aparte de esta última, las demás extinciones no ocurrieron por expresa voluntad de Dios sino por causas naturales atribuidas al diseño que Él mismo le dio a su creación (como la que ocurrió con los dinosaurios hace 65 millones de años); lo mismo aplica para las que están por ocurrir, incluyendo aquellas por causas antrópicas (humanas). Lamentablemente la decisión de Dios de no intervenir más nunca el medio ambiente a escala macroclimática no incluyó las dos otras escalas, es decir, la mesoclimática y la microclimática. Así, tenemos los ejemplos de la destrucción de Sodoma y Gomorra para la mesoescala, y las siete plagas de Egipto para la microescala.

El caso de la destrucción y desaparición de Sodoma y Gomorra, narrado en Génesis 19: 1-29, ha sido analizado en la literatura científica por J. W. Block (1975), Y. K. Bentor (1990) y A. Nissenbaum (1994). La parte dramática es narrada en los versículos 15-29: “Al rayar el alba, los ángeles apremiaron a Lot diciendo: «Levántate, toma a tu mujer y a tus dos hijas que se encuentran aquí, no vayas a ser barrido por la culpa de la ciudad.» Y como él remoloneaba, los hombres le asieron de la mano lo mismo que a su mujer y a sus dos hijas por compasión de Yahveh hacia él, y sacándole le dejaron fuera de la ciudad. Mientras los sacaban afuera, dijo uno: «¡Escápate, por vida tuya! No mires atrás ni te pares en toda la redonda. Escapa al monte, no vayas a ser barrido». Lot les dijo: «No, por favor, Señor mío. Ya que este servidor tuyo te ha caído en gracia, y me has hecho el gran favor de dejarme con vida, mira que no puedo escaparme al monte sin riesgo de que me alcance el daño y la muerte. Ahí cerquita está esa ciudad a donde huir. Es una pequeñez. ¡Ea, voy a escaparme allá –¿verdad que es una pequeñez?– y quedaré con vida!». Díjole: «Bien, te concedo también eso de no arrasar la ciudad que has dicho. Listo, escápate allá, porque no puedo hacer nada hasta que no entres allí.» Por eso se llamó aquella ciudad Soar. El sol asomaba sobre el horizonte cuando Lot entraba en Soar. Entonces Yahveh hizo llover sobre Sodoma y Gomorra azufre y fuego de parte de Yahveh. Y arrasó aquellas ciudades, y toda la redonda con todos los habitantes de las ciudades y la vegetación del suelo. Su mujer miró hacia atrás y se volvió poste de sal. Levantose Abraham de madrugada y fue al lugar donde había estado en presencia de Yahveh. Dirigió la vista en dirección de Sodoma y Gomorra y de toda la región de la redonda, miró, y he aquí que subía una humareda de la tierra cual la de una fogata. Así pues, cuando Dios destruyó las ciudades de la redonda, se acordó de Abraham y puso a Lot a salvo de la catástrofe, cuando arrasó las ciudades en que Lot habitaba”. Contrario a lo que sucedió con el DU, donde hubo harta agua, Dios hizo caer azufre y fuego arrasando toda la región del Mar Muerto. Evidencia palinológicas y paleobotánicas indican que el desastre ecológico causado por el evento bíblico que supuestamente borró del mapa a Sodoma y Gomorra aproximadamente entre los siglo XXIII y XXI a. C. (Edad de Bronce), transformó una rica región agrícola en una tierra infértil, salobre e inhabitable, impactando a las sociedades nómadas de Palestina, Jordania y el antiguo Egipto.

Un tercer ejemplo es aquel relacionado con las diez plagas de Egipto, ampliamente debatidas en la literatura científica y cuya revisión ha sido hecha por J. S. Marr & C. D. Malloy (1996). De estas plagas, enviadas por Dios en contra del faraón egipcio y su pueblo para proteger el suyo, su pueblo de Israel, aunque casi todas tiene que ver con el ambiente, las que más tienen que ver con una ataque al medio acuático y aéreo son: el agua convertida en sangre (1° plaga, Éxodo 7: 14-25), la granizada (7° plaga, Éxodo 9: 13-35) y las tinieblas (9° plaga, Éxodo 10: 21-29). Algunas explicaciones naturales de estos ataques o castigos divinos al medio ambiente han sido propuestas por J. Bryant (1810), G. Hort (1957, 1958), R. Schoental (1980), I. Velikovsky (1980), H. M. D. Hoyte (1993) y, J. S. Marr & C. D. Malloy (1996). Otros eventos bíblicos considerados como ataques (castigos) geofísicos y ambientales, como terremotos, tsunamis, erupciones volcánicas, etc., son discutidos por Y. K. Bentor (1990) y A. Nissenbaum (1994). En todo caso, como manifestaciones de la voluntad divina de intervenir en los asuntos terrenos (A. Peacock, 1991), ¿queda excluida toda posibilidad de una discusión política, moral y ética al respecto en esta actitud en contra del ambiente por parte de Dios? Quizá sí, quizá no. Notemos que el Señor, con toda su omnipotencia pudo haber escogido otros métodos. Es más, su segunda venida se anuncia con una escatología llena de fuego que vendrá del cielo (Apocalipsis).

En la Segunda Epístola de Pedro 3: 5-10 leemos: “Porque ignoran intencionadamente que hace tiempo existieron unos cielos y también una tierra surgida del agua y establecida entre las aguas por la Palabra de Dios, y que, por esto, el mundo de entonces pereció inundado por las aguas del diluvio, y que los cielos y la tierra presentes, por esa misma Palabra, están reservados para el fuego y guardados hasta el día del Juicio y de la destrucción de los impíos. Mas una cosa no podéis ignorar, queridos: que ante el Señor un día es como mil años y, mil años, como un día. No se retrasa el Señor en el cumplimiento de la promesa, como algunos lo suponen, sino que usa de paciencia con vosotros, no queriendo que algunos perezcan, sino que todos lleguen a la conversión. El Día del Señor llegará como un ladrón; en aquel día, los cielos, con ruido ensordecedor, se desharán; los elementos, abrasados, se disolverán, y la tierra y cuanto ella encierra se consumirá”.

Cualquiera que lea los versículos anteriores, en forma aislada, pensará sesgadamente que la política divina para resolver problemas relacionados con los pecados del género humano es la de arrasar con todo y volver a comenzar (e.g. Génesis 9); algo así como “borrón y cuenta nueva». El papa Francisco nos muestra en su encíclica Laudato Si que eso no es todo. En el capítulo segundo: El Evangelio de la Creación, sección II: La Sabiduría de los Relatos Bíblicos (§ 65-75; pp. 50-60), el Santo Padre define lo que es la política ecológica divina en contexto con la escatológica. Aunque no se refiere a la manera de cómo Dios ha usado el medio ambiente para castigar al hombre, lo hace para dar a entender que el pecado se origina cuando se rompe tres relaciones vitales: la relación con Dios, con el prójimo y con la tierra. La armonía entre el Creador, la humanidad y todo lo creado fue destruida por haber pretendido ocupar el lugar de Dios, negándonos a reconocernos como criaturas limitadas, escribe el sumo pontífice. Este hecho, escribe a continuación, desnaturalizó también el mandato de “dominar” la tierra (cf. Génesis 1:28) y de “labrarla y cuidarla” (cf. Génesis 2:15). Como resultado –dice– la relación originariamente armoniosa entre el ser humano y la naturaleza se transformó en conflicto (cf. Génesis 3: 17-19). Lejos del modelo legado por San Francisco de Asís, hoy el pecado se manifiesta con toda su fuerza de destrucción en las guerras, las diversas formas de violencia y maltrato, el abandono de los más frágiles, los ataques a la naturaleza, acota.

En el parágrafo 67 (p. 53), dice que no somos Dios y que la tierra nos precede y nos ha sido dada. Se defiende ante la acusación de que Génesis 1: 28 invita a la explotación salvaje de la naturaleza, presentando una imagen del ser humano como dominante y destructivo lo cual, constituye una manipulación hermenéutica de la Biblia; en contraposición, cita a Génesis 2:15 en donde se nos invita a labrar y cuidar el jardín del mundo. Agrega que mientras “labrar” significa cultivar, arar o trabajar, “cuidar” significa pro­teger, custodiar, preservar, guardar, vigilar. Esto implica una relación de reciprocidad responsable entre el ser humano y la naturaleza. Cada comu­nidad puede tomar de la bondad de la tierra lo que necesita para su supervivencia, pero también tiene el deber de protegerla y de garantizar la continuidad de su fertilidad para las generaciones futuras. Porque, en definitiva, “la tierra es del Se­ñor” (cf. Salmos 24,1), a Él pertenece “la tierra y cuanto hay en ella” (cf. Deuteronomio 10:14).

Estas pocas pero significantes citas aportadas al principio de este ensayo, así como las de la encíclica Laudato Si de Francisco, dejan muy bien en claro cuál es la política divina y la posición del Vaticano en torno al medio ambiente la cual, en su contexto general, muestra que ésta va de lo escatológico a lo ecológico. Dios se reserva el derecho de arrasar con el ambiente o de acabar con el mundo, si así lo cree conveniente, pero no nosotros.

     [email protected], @PenalozaMurillo


El periodismo independiente necesita del apoyo de sus lectores para continuar y garantizar que las noticias incómodas que no quieren que leas, sigan estando a tu alcance. ¡Hoy, con tu apoyo, seguiremos trabajando arduamente por un periodismo libre de censuras!