De la diáspora venezolana se ha dicho mucho; se ha conocido su versión dramática y también su versión optimista. Esta última vista más desde los lodos de la política que desde la visión objetiva que sobre el tema exige estos tiempos. Saber administrar el optimismo que despierta la diáspora venezolana es casi un imperativo, tanto para poder acercar la realidad sobre su estado en un país vasto de ilusiones como también para poder conocer sus límites para no avizorar sobre ella lo que no será posible.

Pareciera que cuando desde la política opositora del país se habla de la diáspora, se olvidara que diáspora significa estructuralmente dispersión y abandono de un lugar de procedencia originaria.

No ha sido lo mismo la emigración masiva ocurrida durante y después de la Segunda Guerra Mundial; o todas aquellas emigraciones masivas que posteriormente se realizaron desde Europa y también desde los países africanos y latinoamericanos, que la emigración masiva que se desarrolla en el mundo en estos tiempos.

Aunque la diáspora en general posee causas específicas que la originan, no siempre ella es consecuencia de lo que ocurre en el país de procedencia originaria. En la actualidad, la diáspora es un movimiento impulsado y además abiertamente estimulado por la globalización, los mercados y la innovación. Muchas naciones industrializadas comienzan a despertar serias preocupaciones sobre los flujos de emigrantes en busca de mejores oportunidades de las que el propio país ofrece, lo cual está generando desde los ojos de la gestión gubernamental, política y acciones que permitan al Estado elaborar una oferta atractiva de convivencia social y de bienestar económico que impacten y reduzcan el flujo de emigrantes.

Curiosamente, la diáspora como problema político pareciera enfocarse más en  la búsqueda de soluciones que permitan redireccionar la demanda de profesionales al interno de los países, que en desarrollar un esquema de colaboración internacional que permita la transferencia de conocimiento. Y esto no significa que lo anterior no sea relevante. Solo China sería un ejemplo suficiente como para constatar la eficiencia de programas de colaboración internacional y su impacto en la economía de la innovación.

La globalización, los mercados y la innovación están dibujando ciertas singularidades en la diáspora. Una de ella es el actual dinamismo del cambio tecnológico que está promoviendo y redireccionando un nuevo tipo de demanda-oferta del mercado laboral internacional, basado en conocimientos tecnológicos que muy tardíamente podrían ser ofertados y valorados en los países menos o pocos innovadores. La rapidez de obtener los conocimientos y la mayor confianza en los actores que lo generan se han convertido en un componente central, como nunca antes, para insertarse de forma exitosa en este nuevo mercado laboral. Otra, es el tipo de convivencia social y cultural que está siendo impulsado por la globalización y que ha flexibilizado la política migratoria al interno de los países. Este nuevo tipo de convivencia es caracterizado por la multiculturalidad y ha ejercido una enorme influencia en la disposición de los emigrantes de permanecer por muy largo tiempo fuera de sus países de procedencia originaria.

Ambas características están teniendo importante repercusión en el fracaso de políticas de atracción y de colaboración con profesionales y demás talento en el mundo.

La diáspora venezolana, incluso en los casos donde los profesionales atraviesan por un proceso no deseado de desplazamiento de sus habilidades y destrezas para poder permanecer en los países adonde han emigrado, también es impactada por la globalización, el mercado y la innovación.

Salvo una dosis demagógica del discurso político del gobierno o de la oposición, es que uno podría imaginarse el regreso masivo de los profesionales venezolanos o su disposición práctica y efectiva masiva para colaborar desde el exterior en la solución de los problemas que afectan al país. No parece posible que en esta nueva dinámica del capitalismo mundial, intenciones políticas de esta naturaleza sean viables, dado que difícilmente puedan sostenerse en el tiempo.

Por lo tanto, la acción política frente al problema de la diáspora, podría concentrarse en saber primero la magnitud de la destrucción de la economía nacional en el escenario de la sociedad de la innovación. Y sobre ella, antes que otra cosa, formular un plan generacional para crear los profesionales del futuro que el país requerirá.

Y es que en las circunstancias en las que está Venezuela solo queda aprovechar hasta lo que se pueda de la diáspora administrando el optimismo y al mismo tiempo pensando y promoviendo la nueva educación; y las nuevas capacidades y destrezas laborales que el país innegablemente requerirá para no caminar siempre entre las ruinas.


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