Desde este mismo espacio expresamos hace algún tiempo nuestra opinión acerca de cual sería el desarrollo y culminación del actual ciclo de “diálogo” entre gobierno y oposición. Afirmamos que no creíamos absolutamente nada y –sin pretender pasar por videntes– constatamos ahora que teníamos razón. No era cuestión de tener dotes sensoriales especiales, sino apenas de captar lo evidente: al gobierno solo le interesa ganar tiempo y –por lo visto– lo viene logrando.

Las declaraciones de los asistentes a República Dominicana revelan el deterioro del ambiente que ha rodeado el agonizante experimento. El gobierno, por boca de su más desagradable vocero (Jorge Rodríguez) anuncia que un acuerdo está prácticamente listo y que falta apenas algún detallito de menor relevancia para anunciarlo (renovación del CNE). La oposición, por su parte, informa que no se ha llegado a nada ni se ha suscrito declaración ni documento alguno, lo cual equivale a expresar que el ciclo ha fracasado. Este columnista prefiere creerles a Julio Borges y su equipo de asesores compuesto por gente capaz y honorable con muchos de los cuales tenemos vínculos de amistad desde hace bastantes años.

Otra cosa en la que hemos venido insistiendo es en afirmar que la presión internacional no tumba gobiernos, pero que es poco probable que tal cosa pueda ocurrir si no hay esa misma presión internacional. No cabe duda de que en este momento, cuando Miraflores luce envalentonado por el nuevo aire obtenido por la trampa y el atropello, es la presión internacional la principal fuerza que empuja para que se produzcan los cambios que se requieren. Hay que conservarla.

Es precisamente en esta área internacional donde día a día se anuncian hechos que revelan que estamos en la recta final. Sanciones impuestas ya en diversos frentes, aislamiento diplomático, exclusión del circuito financiero, la gira del secretario de Estado de Estados Unidos por varios países del continente y demás cosas que vienen ocurriendo producen reacciones gubernamentales que ya lucen desesperadas. A ello agréguese la mala noticia de que la disputa por el Esequibo irá a la Corte Internacional de Justicia y pare usted de contar.

Entretanto, el venezolano común poco se entera y menos le interesan ninguno de los temas hasta aquí comentados. Este columnista, que pulsa la opinión del venezolano de a pie, constata que el comentario que ocupa toda las conversaciones no es sino la preocupación por conseguir los rubros más básicos de comida y el precio inalcanzable de la misma, sumado a la inseguridad personal, cuya incidencia alcanza a todos los estratos.

Los focos de intranquilidad social nada tienen que ver con la libertad de expresión ni la independencia de los poderes del Estado ni la acción del Tribunal Supremo de Justicia ni la agonía del Estado de Derecho. Todo eso es materia de preocupación para aquellos que se desenvuelven en el estrato del estómago satisfecho. La intranquilidad pública creciente y cada vez más combativa se centra en cerrar carreteras para detener el paso de vehículos que transportan comida para vaciarlos y en ver cómo se las arregla cada quien para conseguir una caja CLAP que en muchos casos se otorga a cambio de pisotear la dignidad de quien la recibe. Es dramático escuchar cada vez con mayor insistencia la preocupante afirmación de quienes no dejarían de agradecer el suministro de las calorías mínimas familiares así vinieran de manos de las agencias humanitarias internacionales o de los mismísimos “marines” siempre que desembarcaran trayendo comida.

Antes de concluir permítasenos un comentario final que en una o dos semanas podrá ser contrastado con la realidad. Se trata de la visita que emprenderá el lunes Mr. Tillerson a varios países del hemisferio. Se anuncia que el tema central que dominará la agenda será el de la situación venezolana. Se especula que luego de la fracasada visita del vicepresidente Pence el nuevo enviado pudiera abogar otra vez por acciones de fuerza preferiblemente colectivas para restablecer el orden democrático en Venezuela. Este columnista anticipa que en las reuniones reservadas que el secretario de Estado norteamericano pueda sostener con los líderes de países amigos, seguramente varios coincidirán con la tesis de la conveniencia de la intervención militar, ya sea colectiva o unilateral. Más que obvio resulta anticipar que ninguno, por más convencido que esté, apoyará en público semejante iniciativa, menos aún si tuviera que ayudar a pagarla. Sin embargo, en la tan denostada África eso lo han hecho varias veces con algún éxito.


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