Entre la recuperación del sistema eléctrico nacional en el “tiempo récord” de Delcy Rodríguez, o al “paso de vencedores” de Motta Domínguez, el país se hunde aún más en el caos y reclama una acción decisiva de las fuerzas políticas democráticas para echar del poder a la caterva de pillos que lo detentan.

Hace falta organizar la conciencia popular y preparar sus acciones para que no se queden en estallido circunstancial. Es el momento de la desobediencia civil por todos los medios, incluidas por supuesto las redes sociales, sin temor a una ley de odio espuria e instrumento de la pandilla de Maduro.

Tendrían que disponer de estadios, como Pinochet, o abrir campos de concentración, como Hitler, para tratar de ahogar el grito multitudinario de libertad. No podrán.

Tal parece que la voz moral de una causa justa no influye en un dictador que la desprecia, ha llevado a la miseria a millones de personas y pretende salirse con la suya por medio de marrullerías y martingalas. Corresponde a lo enigmático que poseen todos los tiranos –como diría Kafka– cuyo derecho no se fundamenta en el pensamiento sino en su persona.

A Maduro y sus secuaces les estalló en la cara, casi simultáneamente, el informe de Michelle Bachelet sobre violación de los derechos humanos y la denuncia en la OEA acerca de la tortura contra militares presos del régimen. Por cierto, ¿qué dicen sus hermanos de la FANB por esta afrenta?, ¿harán por fin valer su honor, tan caro al estamento?

Todo quisieran taparlo con otra mentira gigantesca, goebbeliana, como la del megaapagón: el cuento de un complot para un golpe de Estado. Con el secuestro de Roberto Marrero, cercano al presidente Juan Guaidó, se cumple la máxima de Henry Thoreau –el influyente pensador estadounidense del siglo XIX– de que “cuando un gobierno es injusto, el hogar de todo hombre honrado es la cárcel”. 

Pero la acción liberadora no puede quedarse solo en desmentir cada patraña de Maduro y su pandilla para distraer la atención. De eso se encarga la gente en la calle. “Ahora dirán que los murciélagos gringos se comieron los cables”, expresaba en el centro de Caracas un hombre que tuvo que caminar desde el este de la ciudad por uno de los últimos apagones.

Todo el mundo sabe que el sistema eléctrico nacional pende de alfileres y que los apagones continuarán porque “el galáctico” y sus herederos se lo robaron todo. Por cierto que los ciudadanos se burlaron de Maduro en las redes sociales el miércoles en la noche por el cuento chino del sabotaje “con fusil”.

El país continúa cayéndose por los cuatro costados. De los hospitales, como el militar de Caracas, devuelven a los enfermos, si acaso con una buscapina para aliviar el dolor porque, dicen los médicos, no hay insumos ni siquiera para el personal, y pacientes que deberían recibir cuidados intensivos mueren en los pasillos de los centros asistenciales públicos.

Y cada vez hay más gente comiendo de la basura, familias enteras y hasta mujeres con bebés en brazos acuden diariamente a los vertederos de desperdicios en todos los rincones del país.

En 2018, más de 94% de la población vivía en la pobreza, incluido 60% que se encontraba en pobreza extrema, según encuesta de tres universidades nacionales citada en informes de organismos mundiales como la ONU. Y esa situación se agrava cada día más.

El régimen de Maduro, que vive una pesadilla frente al efecto Juan Guaidó, vuelve a la carga contra el presidente interino. Y para el trabajo sucio de la inhabilitación del líder se vale de obsecuentes correveidile, pretendidos poetas que no traspasan porque no hay un ápice de verdad en el fondo de sus almas, o de funcionarios de segunda que votan por sí mismos para usurpar el poder, se hacen construir palacetes en zonas prohibidas como el Ávila y ostentan camionetas lujosas. ¡Hipócritas!, les enrostra el Evangelio del señor Jesús.

Pero para mayor pesadilla de Maduro y su pandilla, las encuestas demuestran que la gente confía en Guaidó. El analista político Félix Seijas indicó esta semana que las posibilidades de lograr el cese de la usurpación se irán incrementando en la medida en que la presión internacional avance y la presión popular se mantenga.

Y el consultor Óscar Vallés destacó: “La fuerza civil y democrática tiene que imponerse sobre la fuerza opresora y sin escrúpulos, que la única respuesta que ofrece ante las grandes carencias del país es la represión. Si no asumimos que el cambio político debemos efectuarlo entre todos, nunca llegará la paz, la libertad y la democracia”.

Ciertamente no puede dejarse todo el trabajo al presidente Guaidó y su equipo, pero sí pedirles que tracen una ruta más contundente de desobediencia civil; es su tarea como conductores políticos.

Lo que llamamos resignación no es más que una confirmación de la desesperanza, la inacción nos haría cómplices del opresor. Soñamos con que un día los ciudadanos que anhelamos la libertad salgamos a las calles de todas las ciudades del país y nos sentemos allí, en el inicio de contundente demostración de desobediencia civil.

Porque con Thoreau, inspirador de Gandhi y Martin Luther King, compartimos que todos los hombres reconocen “el derecho a negar su lealtad y a oponerse al gobierno cuando su tiranía o su ineficacia sean desmesurados e insoportables”.


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