La desconfianza es una característica que crece y se extiende a muchos sectores de la vida nacional. Es una clara señal de la debilidad que alcanza la densidad de capital social entre nosotros y que es causa, y a la vez consecuencia, del incremento de la pobreza, la inequidad, la inseguridad y el deterioro de los distintos indicadores del desarrollo sostenible, como la libertad, la democracia, la transparencia y la justicia, entre otros.

Hay claridad que el desarrollo de un país depende de aquellos capitales intangibles que tenga, más que de sus riquezas naturales, y una de las más importantes es la confianza entre las personas, y entre estas y las diversas instituciones. Nada prospera en medio de la desconfianza.

Hace unos meses se presentaban aquí, en estos artículos de prensa, los resultados de unas encuestas aplicadas en el estado Trujillo sobre este tema, que mostraban una lamentable realidad. Ahora se amplió ese estudio a 36 comunidades del occidente del país y los resultados no pueden ser peores. Se le preguntó a una serie de personas, la mayoría líderes de la comunidad, que calificara del 1 al 10 el grado de confianza a sus familiares, amigos, vecinos, compañeros de trabajo, jefes y supervisores, así mismo a una serie de oficios y profesiones, y a algunas instituciones.

Como comentó una estudiante en la presentación del estudio: “Parece que la gente vive en una cáscara”. La desconfianza alcanza los más altos niveles en los policías, militares, políticos, jueces y empleados públicos. Es muy elevada en los comerciantes, en los vecinos, compañeros de trabajo y supervisores. Es media en los religiosos, periodistas, empresarios maestros y profesores. La desconfianza es baja en los médicos, los amigos, los familiares y las personas mayores.

Es muy baja la confianza en las instituciones gubernamentales, en el sistema judicial e incluso baja en las instituciones religiosas. Los entrevistados mostraron muy poco interés en el trabajo comunitario, en la política y en su participación en organizaciones políticas, religiosas y civiles.

Al detallar estos resultados resulta que coinciden en comunidades urbanas grandes y pequeñas y en áreas rurales. Es factible deducir de este trabajo que la desconfianza en una plaga que se ha extendido muy gravemente, lo que erosiona las posibilidades de ir saliendo de la situación de deterioro de la calidad de vida.

Hace unos días se presentaban diversos informes sobre la gravedad de las condiciones de vida del continente latinoamericano, entre ellos Venezuela. Afirmó Christof Wünsch, director del departamento para América Latina de la organización de ayuda alemana «Brot für die Welt» (Pan para el mundo): «Lo que observamos, y también lo que nos comparten nuestros socios en el continente, es que la situación es realmente dramática y que, lamentablemente, los niveles de pobreza seguirán aumentando”.

“Venezuela tiene el último lugar en el Índice de Estado de Derecho 2021” afirmó de World Justice Project; en el World Talent Ranking correspondiente al año 2021 aparece Venezuela en el último lugar de los 64 países estudiados respecto a la competitividad laboral, está entre los cinco países percibidos como más corruptos del mundo según los estudios de Transparencia Internacional, y es el primero en Latinoamérica según el Índice de Percepción de la Corrupción. Así estamos en los indicadores de libertad, democracia y en el Índice de Desarrollo Humano del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo.

No es de extrañar entonces que los venezolanos tengan estos altos niveles de desconfianza, y que hayan decidido reducirse a tratar de sobrevivir con dignidad en sus espacios más íntimos. Pero esto es lo más insostenible del mundo, así no se puede seguir si se quiere salir del laberinto. Es necesario hacer todo lo posible por ir ampliando los círculos de confianza, desde cada uno de nosotros en casa, en su lugar de residencia, en su trabajo y en cada espacio que ocupa.

Toca por supuesto a los líderes asumir en grado heroico la tarea de construcción de confianza, que comienza por hacer coherente la palabra con los hechos. Darle valor a la palabra, es una tarea fundamental. Cada persona y cada institución, en esta hora oscura que sufrimos, debe convocarse a una serena reflexión y asumir la transformación que el tamaño de la crisis demanda. Superar la desconfianza es una tarea fundamental en el complejo camino de salir de esta pesadilla en que nos metió el socialismo del siglo XXI.


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