Vamos a elecciones regionales.

El reflujo de la acción política que ha buscado un cambio fundamental en las políticas del gobierno y en la recuperación y, para mí, profundización de la democracia, no necesita agregar comentarios. A la angustia de la gente por el hambre y la mengua, se agrega la de la frustración. Es difícil comunicar que así son las cosas: en la acción política hay idas y venidas y, para esta situación, hay que perseverar en lo que puede ser una larga lucha. No solo por cambiar de gobierno, sino por la necesaria construcción del país.

Están planteadas las elecciones regionales y, afortunadamente, luego de algunas vacilaciones, la oposición organizada se ha incorporado a ese proceso. Independientemente de que el gobierno cumpla o no con las leyes, hay que prepararse.

Esa preparación tiene que ver con los conceptos de desconcentración, descentralización y diversidad. Y los tres con una profundización de la democracia.

La centralización desde hace tiempo está asociada a un poder que ejecuta lo que concibe como necesario y que, por lo tanto, lo que requiere es un curso de fidelidad a esa concepción y una adecuada competencia para ello. Para nuestro caso esa concepción fue expresada como una actualización del marxismo en el lenguaje del socialismo del siglo XXI, pero, más eficientemente verificada, como la cohesión en torno a un líder mesiánico que, independientemente de que tuviera o no esa ideología, tenía el carisma y los recursos necesarios para ofrecer la solución a todos los problemas y acabar con la pobreza. Eso fracasó, el líder desapareció al igual que los recursos, pero queda la centralización. Un gran poder sin mayor proyecto, con una dirigencia muy comprometida y cercada por gente armada, con conflictos internos, cuentas oscuras y un parapeto ilegítimo de fieles predecibles para conservar esa centralización.

La descentralización se incorporó desde hace décadas a los programas de reorganización del aparato estatal. Implicando complejas medidas administrativas y un adecuado programa de educación social que requería el descenso de las responsabilidades a los niveles de estados, municipios y comunidades. Eso navegó con lentitud y tropiezos, pero nunca llegó a desplazar la petrofilia. El uso de los ingresos petroleros con tonos populistas y que suponían menores esfuerzos que aquellos de incorporar a la gente a la producción y al abordaje y solución de sus propios problemas. La descentralización avanzó poco más allá de lo que permitían los conflictos y propósitos partidistas y electorales.

La descentralización tenía que haber supuesto una desconcentración de la voluntad política y productiva y otra ética que implicara que la cohesión de la nación no suponía unanimidad ni fidelidad sino más bien diversidad como fuente para la creación de procesos y propósitos adecuados a las especificidades ecológicas y culturales de cada ámbito.

Ahora las elecciones regionales a gobernadores y, eventualmente, a legislaturas y alcaldías, serán oportunas para retomar esos propósitos que más allá de implicar una necesaria reforma del Estado requieren una superación de la petrofilia y compromisos y comprensión de las exigencias de esa diversidad y una prometedora oportunidad para la formación de nuevos líderes. En esas direcciones se podrían orientar las discusiones y propuestas de los candidatos y, a la vez, dejar atrás la melancolía y el reflujo.

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