Reproducción: «Salón principal de clases del Liceo Caracas». El Nuevo Diario, Caracas, 21 de abril de 1917.

Cada vez más remota, digamos, completamente puntofijista, nuestra escolaridad fue harto superior a las de las actuales generaciones que muy apenas la pueden acceder. La diferencia fundamental no reside entre el aula de la modernidad y la posmodernidad, sino en un franco retroceso a la barbarie que, guardando las proporciones históricas, colocan al régimen socialista  en aproximación al desempeño educativo de la dictadura gomecista que le dio por crear uno que otro liceo en la Venezuela de entonces, predominantemente rural.

Ya hay muestra de ello, a la vuelta de pocos años, nos golpeará profundamente la desescolarización y el hambre de los muchachos de ahora, como un legado siniestro del actual poder establecido que estamos obligados a superar. Les ha faltado digerir una arepa bien rellena de carne mechada, o, al menos, una empanada convincente de pollo, con un vaso de leche, a los tres o cinco años de edad,  y también un ordenado, pulcro, seguro y confortable salón para las clases diarias bajo la rectoría de un maestro dedicado, bien pagado y vocacionalmente satisfecho.

Las cifras educativas del país son tan confidenciales como las macroeconómicas y criminales, siendo el más importante delito contra nuestros escolares el de la ocultación y, a lo sumo, manipulación estadística de una realidad padecida dolorosamente por todos los sectores de la sociedad, aunque la popular cantante Olga Tañón nos aseguró felices al cumplir recientemente con un contrato de presentación en la ciudad capital. Quizá debería saberlo, porque el socialismo del siglo XXI pugna por extenderse al resto del continente, que nuestros colegios públicos están en ruinas, es creciente la deserción estudiantil y docente, y el promedio de las escuelas privadas a duras penas sobreviven bajo la extorsión política de las autoridades educativas.

El principal proceso de (de)socialización se da fuera del ámbito escolar, bajo la perversa pedagogía de los jerarcas del hampa en los sectores populares y de su peculiar sistema de premios y castigos, al mismo tiempo que los sectores medios sufren de una radical incongruencia de estatus que también eleva la apuesta por la selva del Darién y sus equivalentes. En unos, por más que los militares constitucionalmente las monopolicen, la sola y libre circulación de las armas de guerra se convierte en un extraordinario y superbigotudo recurso didáctico, mientras que, en otros, buscan pagar un centro de enseñanza, preferiblemente de orientación católica, que aporte algo de valores a los chamos que acostumbran a inscribir provisionalmente, porque suelen deber las mensualidades del año lectivo anterior.

Fuerzan a maestros y profesores a la promoción de grado de los alumnos reiteradamente aplazados, además, con un precario o inexistente conocimiento en matemáticas, química y física, perdida la autoridad, aunque no la auctoritas, en el salón de clases, nociones éstas distintas e incompatibles con el autoritarismo, gracias a determinados dispositivos legales que convierten al Estado fantasmal y depredador, en el exclusivo y arbitrario protector de menores. ¿Cómo pedir sensibilidad y cordura al ignorarse las más elementales fórmulas de orden y convivencia ciudadana, como la de caminar a la derecha en los espacios públicos, delatando la falta de colegio o escuela; o aceptar el mutuo respeto y la mínima sensatez siendo tan violento el poder establecido desde su propia discursividad, convertida la educación en una práctica de la opresión?

Las antiguas comunidades educativas que llamaban a la participación de padres y representantes prácticamente no existen, partidizadas las públicas, añadido el empleo de los inmuebles oficiales para las actividades proselitistas en el caso de que el techo no se les venga abajo. El movimiento magisterial ha sufrido una amarga y continua derrota en más de dos décadas, erigida la dirección parroquial en sustitución de las viejas zonas educativas, como ramales del partido de gobierno.

Frente al Estado incompetente y agresor que empuña la exclusiva certificación de los estudios cursados, la sociedad va poco a poco reivindicando y  asumiendo hasta donde puede la dirección u orientación alternativa, por cierto, a tono con el principio del destino universal de los bienes (y servicios). Consagrando el crimen educativo, se ha estructurado la imposibilidad real y palpable de proseguir regularmente cursos de cualquier nivel, y, quizá como un adelanto de la deseable sociedad docente, bajo el modelo y la estrategia de desarrollo explicado por una economía social de mercado, surgen en los sectores populares los maestros que cobran modestas cantidades por atender a un número importante de niños, en el propio hogar; profesores particulares que refuerzan el conocimiento y las destrezas de los jóvenes de padres que pueden pagarlos, trátese de materias contrapuestas como la de matemáticas o la del entrenamiento futbolístico; o talleres prácticos para la reparación de computadoras, fregaderos y neveras: esbozos de un probable porvenir para el sistema y aparato educativo.

@Luisbarraganj

 


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