“A excepción del hombre, ningún ser se maravilla de su propia existencia.” Schopenhauer

Leyendo los discursos de Vladimir Putin, me vino al espíritu lo que significaría el uso del arma nuclear en Ucrania y la respuesta que, a tal atrocidad, podrían provocar esas acciones en occidente y en el mundo.

Pensé de inmediato que podríamos estar, como lo ha advertido o insinuado el santo padre de Roma, Francisco, corriendo un riesgo mayor, cuya sola mención, debe ser motivo de angustia.

Esta semana, por cierto, el presidente ruso anunció la anexión pura y simple de las provincias que ya controla el ejército invasor en Ucrania, después de que las efímeras repúblicas que fraudulentamente iniciaron el desmembramiento de ese Estado que por cierto, ya tenía en la disputada e históricamente discutible para algunos soberanía sobre Crimea, un ejercicio perverso.

Tal vez pensó Putin al hacerlo que justificaba ante sus conciudadanos y frente a la jerarquía militar, el enorme y garrafal error cometido, pero, como nos enseñó Barbara Tuchman, hay quienes optan por “marchar desde y hacia la locura.”

Lo cierto es que los dados de la hecatombe final pueden estar ya en la mano de un energúmeno megalómano que no ha entendido que, probablemente, él pueda pulverizar las capitales europeas en segundos, pero olvida mencionar que también su país, sus ciudades, su pueblo, serían aniquilados, calcinados, exterminados poco tiempo después.

Más grave aún, las nubes tóxicas recorrerían la geografía toda llevando su mensaje y su veneno radiactivo, eliminando la vida mucho más allá que en el escenario bélico pretendido. Sería lo que las escrituras y guiones de algunos cinematógrafos, han denominado el apocalipsis por cuanto el ya contaminado medioambiente recibiría el empujón definitivo y nuestro planeta se haría, en buena parte de él, poco menos que inhabitable. Los deletéreos caballos en galope arrasador. De eso se está hablando me temo y con ligereza pareciera, y no solo del campeonato de fútbol de Qatar.

Esa conducta, irracionalmente posible, sin embargo, nos convierte en víctimas de una suerte de suicidio de la humanidad, a partir de la decisión de un sujeto que se erige en una suerte de genio de la lámpara, pero cuya magia conduce al acabose, el cataclismo, el cruento y fatal, letal final, para el que seríamos convocados.

“Easy to say” diría un anglosajón socarrón; empero, más gravoso, pernicioso, peligroso es pensarlo y hablar de ese asunto como inminente. Acudo al coloquio popular venezolano y, “una cosa es hablar del diablo y otra, oírlo tocar la puerta”. No banalicemos eso que pasa en Europa porque puede llevarnos y así lo dejo ver, repito, el papa Francisco, a lo más grave.

Entretanto, la organización internacional que luego de la Segunda Guerra Mundial se erigió como un valladar para los excesos y ambiciones y especialmente para la guerra, luce más impotente y obsoleta que nunca. Las llamadas potencias con derecho a veto y que obran en el Consejo de Seguridad juegan otro juego distinto a la concordia y la estabilidad y a favor de sus propios intereses.

El periodo conocido como la distensión, fase de coexistencia que admitió un relativo progreso y mejor comunicación entre los factores cuasibeligerantes o en pugna ideológica y militar, me refiero a la Unión Soviética y a Estados Unidos, no evitaba un subterráneo forcejeo, pero conscientes que la disuasión es un producto racional que asume que una guerra franca y abierta, con el arsenal nuclear en disposición al uso, era y sigue siendo mortal para ambos contendientes y también para los vecinos y quizá, a la postre, para todos, la practicó militantemente.

El llamado club atómico no solo lo integran hoy en día los miembros del consejo de seguridad de la ONU, a saber, Estados Unidos, China, Rusia, Reino Unido y Francia, pero, hay que agregar a India, Pakistán, Israel y quién sabe si Suráfrica e Irán postulándose pronto lo completarán. Cada uno tiene su escenario natural y sus enemigos históricos, especialmente, sus vecindades y odios, rencores, desconfianza y una mecha puede prenderse y una pira brutal puede encenderse.

A raíz del brutal episodio de Hiroshima y Nagasaki, luego de haber visto, contado, pesado a la muerte, entre el fuego de la hoguera indiscriminada, apreciando, cómo en el instante también reside la eternidad, según habría alguna vez dicho Baudelaire, medroso, ofendido y avergonzado el orbe, Sartre tomó la palabra para precisar con algún cinismo que le era connatural: “Hacia falta que la humanidad fuese puesta en posesión de su muerte. Hasta ahora ella no sabía de dónde venía y hacia dónde iba…”

De adolescente, hice de Albert Camus mi autor preferido y, a propósito de esta sencillísima reflexión, vino otra de sus siempre pertinentísimas expresiones, una que me vino al corazón; es el texto que comienza el ensayo sobre el hombre absurdo en el mito del Sísifo y que reza como sigue: “Juzgar si la vida es digna de ser vivida equivale a responder a la pregunta fundamental de la filosofía. Todo lo demás, ya sea que el mundo tenga tres dimensiones o no, que la mente tenga nueve o doce categorías, viene después”.

La humanidad no es enteramente inocente ciertamente, pero, en ella destacan muchos que sí lo son. La responsabilidad como carga del liderazgo de todos los tiempos consistió y aun consiste en atender a aquellos que necesitan protección, con la verdad y el compromiso de preservarlos como personas dotadas de dignidad. Ese debe ser el sentido de esa tarea y no otro.

El fin del mundo pues, puede estar cerca y no nos percatamos cuán próxima está esa posibilidad. Ojalá prevalezca, como otras veces ha pasado, la inteligencia y mantenga la humanidad a pesar de ella misma, el ethos, el pathos y el logos de Aristóteles, pero por la paz y la vida como leitmotiv.

¡Líbranos señor de todo mal y, danos la paz!

[email protected], @nchittylaroche

 

 

 

 

 


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