Nada es más dañino a la vida política que la falta de autenticidad. Predicar una cosa y hacer otra es conducta típica de los farsantes, demagogos y populistas. Todo esto, y mucho más, han terminado siendo los integrantes de la cúpula roja que ha usurpado el poder de las instituciones republicanas.

El demagogo y populista hace de la farsa su herramienta de penetración y captación política. Asume posturas con un frenesí que no siente, que no forma parte de sus convicciones. Lo hace por mero oportunismo, por conveniencia.

Los comunistas han querido hacer del tema ambiental su bandera. Acusan al capitalismo de ser responsable de los graves daños medioambientales que sufre la humanidad. Proclaman que con “el socialismo” terminará la destrucción del planeta. Ideologizan un problema humano, que está más allá de cualquier modelo, y que por el contrario todos los sectores políticos, económicos, religiosos y culturales están obligados a asumir. Pero no. El tema es del socialismo.

Han llegado a anunciar la exigencia de un “ecosocialismo”, como una disciplina especial, que salvará al planeta de la hecatombe capitalista.

Pronto la farsa quedó al descubierto. Al desaparecer la URSS, al caer el Muro de Berlín el mundo pudo comprobar, gracias al acceso a la información que la democracia y la sociedad occidental ofrecen, el desastre ecológico generado por el mundo comunista.

Personalmente, lo pude comprobar y observar al visitar en Leipzig, territorio de la antigua RDA (República Democrática de Alemania), las fosas de la minería de carbón convertidas en basureros de material de guerra de la II Guerra Mundial. Mientras la Alemania auténticamente democrática, la República Federal de Alemania, podía exhibir logros significativos en la recuperación, con creces, de áreas afectadas por la minería, los alemanes comunistas exhibían una catástrofe ambiental. Y así ocurrió con todos los países detrás de la cortina de hierro.

El ecosocialismo se quedó en una consigna, en un discurso vacío. Por el contrario, todos los países comunistas de Europa dejaron una herencia en pasivos ambientales altamente gravosa para la humanidad.

El régimen chavista en su “originalidad conceptual” asumió la consigna y el discurso del ecosocialismo. Llegó hasta a quitarle al despacho del área el nombre original del Ministerio del Ambiente y de los Recursos Naturales para colocarle el “original” nombre de Ministerio de Ecosocialismo. Lo cierto es que nada está más alejado de lo ecológico que esta dictadura del chavismo.

A Chávez jamás le importó el tema ambiental. Llegó hasta a proponer un gasoducto que atravesará la Amazonia, hasta llegar a la Patagonia, sin pensar por un instante en los graves impactos sobre la diversidad biológica de la esa frágil región.

Chávez jamás les paró a los parques nacionales, a las cuencas hidrográficas, a la contaminación de los cuerpos de agua, a los pasivos ambientales de la extracción petrolera y minera. Por el contrario, en nombre de la revolución, se han invadido áreas protegidas, se ha deforestado y luego han dejado abandonadas esas tierras, destinadas “a los campesinos e indígenas sin tierra”. Demagogia burda y simple del difunto comandante.

Pero Maduro le ha ganado en la farsa ecosocialista. Su ignorancia es de tal magnitud que lo convencieron de conseguir dinero, para seguirlo dilapidando, con la entrega del escudo guayanés a la minería desordenada y depredadora. El arco minero, pensó Maduro, es la salvación, después de haber raspado la olla de la bonanza petrolera.

Sin detenerse en el irreversible daño ocasionado, entregó a aventureros, disfrazados de compañías, a militares, y a la guerrilla colombiana del ELN, la reserva de diversidad biológica más importante del país, y una de las más importantes del planeta. Ahí están los desastres en pleno corazón del Parque Nacional Canaima. Ahí está la amenaza contra nuestro Salto Ángel y contra todas las importantes caídas de agua que atesora ese imponente parque nacional.

El desorden es de tal naturaleza que del ecocidio al arco minero pasamos al homicidio en masa, como el ocurrido la semana anterior en pleno corazón de Tumeremo, en el estado Bolívar. La masacre ecológica y humana ya es de por sí extremadamente grave. Pero más grave es la denuncia de los vecinos y mineros de que dicha matanza fue cometida por el Ejército de Liberación Nacional de Colombia (ELN) que, con la autorización de Maduro, actúa como ejército de ocupación. Este ELN asesina, depreda el ambiente y confisca todo el oro, y otros minerales, que allí se explotan. Además de escocidas, son homicidas.

La presencia de la guerrilla colombiana en nuestro territorio no es nueva. Solo que ahora están con el plácet del gobierno. Luego de la asunción del nuevo gobierno de Colombia, su presencia se ha incrementado. El gobierno de Maduro no solo les permite el territorio nacional como aliviadero, sino que ahora les permite explotar oro, coltán y madera. Cada grupo, el ELN y las FARC, tiene su espacio territorial.

Además del oro, se les permite explotar madera. En asociación con el alcalde chavista de Guasdualito, acaban de invadir el último reducto de bosque seco tropical, existente en nuestro país. 3.000 hectáreas de bosque original están siendo demolidas para sacar la madera y dejar allí un desierto, o más sabana. El Convenio ULA-Ambiente ha sido desconocido, y la camarilla roja permite este nuevo ecocidio para favorecer a los grupos irregulares. Esas 3.000 hectáreas están ubicadas en el sector Cachicamo-Limoncito, parroquia El Cantón, municipio Andrés Eloy Blanco, en los límites con el Alto Apure.

Y para completar tan “patriótica” tarea, les han entregado los grandes hatos estatizados en Apure a equipos de las FARC colombianas, que son lo que gobiernan las reservas de fauna, forjadas durante muchos años por ciudadanos amantes de la nación y de la naturaleza.

Maduro y su camarilla menos se han interesado en los temas del medio ambiente. Pero se ufanan del ecosocialismo. Su gobierno ha devenido en un régimen ecocida y homicida.


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