“En defensa de la vida sencilla o contra la sifrinería venezolana” sería el título largo pero más comprensivo del presente artículo, con el que cierro una serie de escritos para estos tiempos decembrinos (que los cristiano-católicos llamamos de Adviento y después Navidad) por medio de los cuales ofrecía algunas ideas y experiencias espirituales aplicables también a toda la vida.

Sifrinería venezolana porque considero la vanidad como uno de los peores vicios de nuestro gentilicio, el cual nos ha llevado al materialismo y clasismo e incluso cualquier otra forma de segregación contra todo aquel que viva de manera sencilla. Después de haber defendido la necesidad del silencio y la soledad, considero que debo hablar de una forma de vida que comprenda estas virtudes pero especialmente tenga la capacidad de adoptar todo lo bueno, y creo ver la respuesta en la humildad. Este tipo de conducta no solo es la más humana y fraterna sino la más acorde con la ecología, y a los venezolanos nos permitiría saber sobrellevar la mayor crisis de nuestra historia, siendo a la vez un pilar para la superación de nuestro rentismo-populismo.

¿Qué es la vida sencilla? Al revisar el diccionario nos dice que lo sencillo es lo simple (un solo elemento), pero no me gusta la palabra simple porque pareciera referirse al tratar las cualidades de las personas como los que son conformistas o los que parecen más animales que humanos. Básicos, pues (“simplones”). Eso no es la sencillez porque esta requiere una filosofía de vida, una jerarquía de valores que ponen en primer lugar las virtudes de la humildad, la paciencia, la mansedumbre, pero también la reciedumbre que nos permita con disciplina y fortaleza evitar todo lo que nos “jala” (tienta) a abandonar lo sencillo.

Ser sencillo en Venezuela es ser “desenrollado” porque no anda haciendo de las cosas una complicación y ve todo con gran naturalidad. De ella hay diversas expresiones: lo primero siempre será rechazar la soberbia (la autosuficiencia, la ínfulas de superioridad), de modo que no se considera un ser humano sin defectos que “se hizo solito” o “que no le debe nada a nadie”, porque no somos islas y necesitamos la ayuda de los demás y por esto retribuir los favores siempre que sea posible porque siempre estaremos en deuda. Una persona sencilla tiende a ser agradecida (en actos y palabras) con todos por apoyarnos y por soportar nuestros defectos, en especial con los más “pequeños”, que son aquellos que no nos pueden pagar como nosotros tampoco podremos hacerlo con tantos.

Una segunda expresión podemos decir que es la sencillez de lo material, de los bienes que necesitamos para vivir. Si eres sencillo no necesitas mucho e incluso buscas vivir cada día con menos, tienes la austeridad como una gran meta y un principio permanente. E incluso haces sacrificios si así lo exigiera la caridad con los demás. No es exaltar la pobreza sino el desprendimiento por la constante atención al necesitado. Si acumulas más de lo necesario para vivir todo se complica, requieres más espacio y entonces debes gastar más y te angustiarás más porque el cuidado de todo ello requiere seguridad. Si tienes poco tienes menos de qué preocuparte. Pienso en la estúpida idea esa que sostiene que a más ingresos más gastos tienes, porque la verdad es que a más ingresos más ahorro (que permitirá la inversión y el progreso) y solidaridad (que permitirá la justicia social y que vuelva al poder un populista). Si de algo hemos pecado los venezolanos es de ser unos grandes despilfarradores, porque siempre la ostentación, la echonería, las apariencias, nos desviven. Por ello nunca ahorramos en los “tiempos de las vacas gordas” y ahora padecemos hambre y miseria. Ojalá la pobreza de hoy nos vacune contra esa peste que ha sido la sifrinería.

Y una tercera y última expresión es la sencillez de la vida cotidiana, de las conductas en general. Ser sencillo es no hablar en exceso como si siempre tenemos el derecho de ser escuchados y no escuchar, opinar de todo, siempre tener la razón, y al final estar matando el silencio que nos da paz. Y lo peor es que en las últimas décadas el teléfono y las redes sociales las han potenciado de manera aterradora. Hablar demasiado agota al que habla y al que lo escucha, y como se les acaban los temas terminan siendo “tóxicos” y no paran de criticarlo todo y pronosticar lo peor. Tenía razón el rey Juan Carlos de España al decirle a aquel charlatán: “¡Por qué no te callas!”, que era más un mandato ante su cháchara resentida e inútil. El sencillo habla lo necesario y valora la contemplación que le ofrece la ausencia de palabras y ruido, y si no va a decir algo bueno o que ayude prefiere callar.

También están las gentes que no pueden estar quietas y se dispersan en un constante movimiento y actividades. Nunca parecieran concentrarse en una sola por lo que se distraen de manera permanente. Un ejemplo son aquellas que no paran de procrastinar o no pueden quedarse en sus casas y deben vivir en la calle, siempre metidos en Internet, o saltando de acá para allá. Se puede decir que no creen en la sencillez de la soledad, de la vida hogareña, de las actividades constantes y enfocadas que anhelan el perfeccionamiento de un arte.

Y para concluir podemos decir que la Navidad, aunque muchos la reduzcan a lo contrario, es el mejor ejemplo de sencillez. Dios se hace humano: se encarna y nace en una región secundaria en la Tierra en medio de una familia humilde y en una situación de total simplicidad (ahora sí se puede usar la palabra). No fue un hecho baladí, tiene un sentido absoluto, y por ello no podemos ser indiferentes al mismo.

A pesar de ser el día después del 25 de diciembre cuando se publicará el presente artículo podemos seguir dando un saludo de ¡Feliz Navidad! porque la tradición cristiano-católica así lo establece hasta el Día de Reyes (6 de enero). En este sentidos les deseo a todos (con gran deferencia a la comunicadora Patricia Molina), especialmente a los que hacen posible que El Nacional siga brindándonos el mejor periodismo, unas alegres navidades junto a sus seres queridos con la esperanza de que el año que viene el Niño Jesús nos permita comernos las hallacas, el pan de jamón, la ensalada de gallina, el pernil y el dulce de lechosa en libertad y prosperidad.


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