Continúan las lluvias en Venezuela y, nuevamente, es necesario decirlo, se repite una tragedia. Hemos tenido grandes fallas y vicisitudes, y vemos con dolor que lo ocurrido en el estado Vargas se repitió en Las Tejerías, municipio Santos Michelena del estado Aragua. Por supuesto que hemos indagado en torno a los más nefastos acontecimientos que ha vivido nuestra población y el testimonio ha sido el de un constante aprendizaje de la ciudadanía, pero sobre todo un gran desaprendizaje del Estado. Nos referimos a los fenómenos naturales como las lluvias, vaguadas, terremotos. Así que nadie venga con el cuento chino de que este régimen está sorprendido como los habitantes de la localidad aragüeña esté cansada de lanzar severas advertencias sobre los peligros de unas prolongadas lluvias y de exigir la limpieza de los drenajes, las quebradas y los ríos, como viene ocurriendo en el resto del país.

Con la llegada de la democracia comenzaron a canalizarse y embaularse los grandes ríos y las pequeñas quebradas, incluyendo la construcción del Complejo Hidroeléctrico del Caroní, que por siempre se llamará Raúl Leoni, y numerosas represas. En los años cincuenta, se nos dice, Caracas era un fiel espejo del resto del territorio nacional, porque apenas caía un aguacerito, se inundaba la ciudad. Pérez Jiménez inauguró sus dos faraónicas torres de El Silencio en una ciudad que tuvo que esperar a que Rómulo Betancourt alcantarillara para que no se inundara. Por no decir de terremotos, como el de la Caracas que lo sufrió por la década de los sesenta, pero el Estado dejó de celebrar el cuatricentenario caraqueño, y salió adelante para auxiliar a miles de caraqueños al mismo tiempo que las guerrillas echaban lavativa.

En este país, todo el mundo sabía el nombre del director de Defensa Civil, eran muchísimos los grupos de rescate y hasta hubo niños que soñaban con ser bomberos, teniéndolos por héroes. ¿Qué ocurre ahora? No hay ni agua para apagar el fuego, los carros bomberiles están dañados y quien se quede atrapado en un ascensor dependerá de los vecinos que se enteren e, incluso, para rescatarlo, tengan que dañarlo y deban pagar una costosa reparación. Por supuesto, no toquemos el tema de los míseros sueldos que estos héroes reciben por tan loable labor.

En los últimos 20 años desde lo ocurrido en Vargas, han pasado numerosas tragedias ocasionadas por desastres naturales, como los del valle de Mocoties en Mérida, pequeñas vaguadas en la zona oriental del país,  las inundaciones en la zona sur del lago, entre otras; estos sucesos nos decían que era necesario prepararse, pero, por el contrario, cada vez es peor y con consecuencias de pérdidas que lamentamos. Numerosas vidas humanas y cuantiosas pérdidas materiales suceden cada vez. Por eso digo que hemos desaprendido, pues la lección nos sigue pasando la factura. Queremos politizar y sacar provecho del más mínimo desastre, y así llevar la bandera del salvador, mientras que la gente afectada, muere de mengua y de necesidades.

La lección principal es tanto aprender como desaprender;  es reconocer, ante todo, que las respuestas no han dado el resultado esperado y que es momento de dejar aquellas creencias y conocimientos establecidos que no funcionan a un lado  para promover diferencias y cambios. Dejar la politización, el sectarismo y la centralización, utilizar los organismos como defensa civil, que estaban destinados y entrenados para este tipo de desastres. Es aceptar que todos somos necesarios, y, mucho más, en momentos difíciles como lo que han ocurrido. Buscar cambios que generen bienestar a la población, aprendiendo lo que realmente es importante y funcional. Aprender implica crear nuevas conexiones neuronales que hay que practicar una y otra vez repetidas veces, para fortalecerlas. Todos estos años hemos insistido, resistido y persistido para aprender que la democracia participativa y real incluye cuidar de la naturaleza donde nos desenvolvemos para que ella nos cuide como respuesta.

@freddyamarcano

 


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