«Conócete a ti mismo» (Heráclito)

He estado pensando en mí mismo. Esta mañana me he dedicado a meditar en cosas serias. Quería saber quién era yo. Quería saber quién soy. Vamos que me puse chulito con el adagio latino «primum vivere, deinde philosophari» y empecé por el final. Usted ya me entiende. Soy incapaz de aplicar el orden natural de la joya latina. No sabría vivir y luego filosofar, aunque sí podría filosofar y vivir a la vez. Pero solo vivir, sin nada más, no creo que pudiese.

De hecho, estoy tan loco que me he visto obligado a poner en orden ciertos pensamientos sobre la infelicidad en la que vivo.

Lo mejor que se puede hacer para ser infeliz es no pararse a reflexionar sobre uno mismo. Lo primero y más importante de esta aventura es vivir la vida loca, dejarse arrastrar y, por supuesto, evitar pensar acerca del yo, del tú ni del usted. Hágame caso, no dedique nada de su tiempo a preguntarse si le gusta lo que hace, lo que piensa o lo que sueña. No se cuestione nunca en la vida si está satisfecho con las ganas de levantarse de la cama el lunes por la mañana. Siga con los amigos de siempre, no cambie las cosas y deje que todo fluya de modo natural. ¿De qué vale hacerse preguntas raras? Nadie en su sano juicio se mira en el espejo y exclama «¿merece esto la pena?».

Ya que estoy elaborando un decálogo, la segunda idea que me viene a la cabeza para ser un tipo infeliz es fijarse en los demás, en lo bien que les va todo. Compárese con ellos y tardará poco en recorrer el mapa de Alaska con los dedos haciéndose el equipaje de solitario para dos años en la cabeza.

En tercer lugar, no olvide el malestar vivido el día de hoy. Cuente el día como uno perdido, don Pesimista, y si no lo ha hecho todavía, tómese unas pastillas para conciliar el sueño y llegar abatido, inconsciente y atontado a los brazos de Morfeo.

Suelte lo que le venga en gana en todo momento y en todo lugar. Hable sin parar. Hable utilizando lenguaje desagradable y soez. Diga palabrotas, insulte al prójimo, genere mal rollo. Sea vulgar. Despeje la cabeza esa loca que tiene de una vez por todas. Dos por dos son cuatro. Enrédese con el ovillo del gato.

Si ha sufrido un tropiezo con la mala fe de un conocido, recuérdeselo continuamente a sí mismo. Dele vueltas y más vueltas al maldito asunto. Amárguese. Este debe de ser el punto número 5.

Entre tomar el camino lento y hermoso y el otro camino rápido y con atajos, no sea idiota y elija el más corto porque tempus fugit que dijo el poeta.

Si el punto anterior fue el seis, este punto debería ser el siete que trata de lo clásico y lo vintage. Renuncie a las cosas que están pasadas de moda. No se atreva a vestir unos vaqueros nuevos. Hoy se llevan rotos y descosidos. Deje atrás la música clásica, Beethoven, Bach, el periódico y el jazz. Olvídese de la camisa blanca, los buenos modales y el latín.

Ocho, el comedor de bizcocho. Sea antipático. No salude al entrar en un café y tampoco diga adiós. No devuelva el saludo a un extraño.

Número nueve. Si escribir una columna de opinión es un placer, un arte y un grato menester, considérela una tarea ingrata, una atadura, una molestia. Convierta el acto creativo de las letras en un deber, un trabajo con fecha de entrega, un malvivir, una pelea silenciosa por un par de comas o una tilde mal puesta.

Siga escuchando poco. No se coloque por encima de la mala educación de quien grita. Grite más fuerte, pierda los nervios. Este es el último punto de todos, pardiez.

Para no ser un infeliz, o mejor dicho, para no seguir siendo un infeliz, lleve la contraria al decálogo punto por punto, desgraciado.


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