De que se puede se puede. Pero de que no se debe no se debe. Transigir o pactar o negociar una cohabitación oficial con la hegemonía roja sería un despropósito. Sería entregarle en bandeja todos los activos de la lucha política democrática de 2019, en buena parte cimentados en años anteriores. Sería una agresión despiadada con el pueblo venezolano, que sufre de una manera radical la catástrofe humanitaria que asola al país, y que es consecuencia directa del despotismo y la depredación de la hegemonía. 

Es cierto que se crearon expectativas infladas, digamos que inmediatistas, con respecto a la salida de Maduro y los suyos. Por cierto que algunos connotados voceros oficialistas de otros tiempos fueron de los principales personeros en crear esas expectativas, y lo siguen siendo. Cierto, también, que el voluntarismo de un sector decisivo de la oposición política no ayudó a colocar las cosas en una perspectiva realista y se impuso un clima de triunfalismo que, como todos esos tipos de climas políticos, no suelen durar mucho. Todo eso es cierto. Pero igual no se debe transigir.

No es cuestión de cálculos o componendas diplomáticas. Tampoco es una cuestión de meros procedimientos o medios para alcanzar un fin. Ni mucho menos es una cuestión de estrategias mercadotécnicas que, bien se sabe, casi siempre conducen al naufragio. En verdad, es una cuestión de valores, de principios, de derechos y sobre todo de deberes para con la nación venezolana.. Alegar que no importa que esa nación se desintegre, porque al fin y al cabo una parte significativa de la misma le ofreció su apoyo a la hegemonía, es un alegato injusto y además inaceptable. 

El tema de las responsabilidades es un tema nacional, no hay duda, pero de lo que se trata es de superar la hegemonía, para que Venezuela tenga al menos una posibilidad de iniciar un proceso de reconstrucción integral. No estar de acuerdo con esto es una actitud y una acción criminal. Hay figuras, para llamarlos de alguna manera, que quieren transigir. Unos, quizá, por una ingenuidad enfermiza, que me parece bastante sospechosa. Y otros, porque ya están tan metidos en el tremedal de la hegemonía que a estas alturas no tienen cómo salirse, si aún así lo quisieran.

¿Cuál es el a-b-c del camino específico y práctico que nos puede llevar a la liberación? Con todo y lo importante que sea la pregunta, tiene un orden secundario en relación con el principio, el valor y el deber de no transigir. Si esto no está claro y resuelto, lo otro, la denominada ruta de salida, no lo puede estar. Y en este sentido, debe insistirse que la Constitución formalmente vigente establece diversos mecanismos para el restablecimiento de la gobernabilidad democrática. Repito, diversos mecanismos, que además son muy amplios, en algunos casos.

Desde el mismo instante en que se sienta en el ambiente una disposición, así sea disimulada, a transigir con la hegemonía roja, la causa democrática de Venezuela estará perdida. Por lo menos en lo que se refiere a los que la enarbolan en el presente. No pocos, pero no todos, con pleno derecho. Decía Eduardo Frei padre, presidente de Chile, que el político que triunfa es el que aguanta un cuarto de hora más… Y para complementar esta noción, recordemos que desde el Granma la consigna de Fidel Castro era una sola: resistir, resistir, resistir. 

Obviamente, que no comparo a Frei con Castro. El primero fue un demócrata, el segundo un tirano.. Pero la sustancia de los planteamientos son valederas para la encrucijada venezolana. ¿Se puede transigir? Siempre se puede, aunque la escena tenga decorados tan sugerentes como falsos. ¿Se debe transigir? Rotundamente no. No se debe transigir, sino continuar la lucha a partir de este principio, de este valor, de esta obligación con la nación venezolana.

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