En su magnífico relato La silla, José Saramago construye la metáfora de un poder que se derrumba: el del dictador portugués António de Oliveira Salazar, quien fue cabeza y la principal figura del llamado Estado Novo, el cual abarcó el período de 1926 a 1974. El escritor comienza imaginando una silla que empieza a desplomarse muy lentamente, con un hombre sentado en ella, que, por el imperceptible trabajo de la carcoma, no se da cuenta de que está a punto de caer y partirse la cabeza. 

La silla es de caoba, desgraciadamente, y no de ébano, pues este resiste el ataque de la carcoma, en tanto aquella es lentamente devorada por el coleóptero. Fue en algún lugar, escribe Saramago, “donde el coleóptero, perteneciente al género Hilotrupes o Anobium u otro, se introdujo en aquella o cualquier otra parte de la silla, desde la cual viajó después, royendo, comiendo y evacuando, abriendo galerías a lo largo de las venas más suaves, hasta el lugar ideal de fractura…”. 

Y es que aquellos encaramados en las sillas de todos los niveles del poder, desde el más alto hasta el casi puramente ilusorio del burócrata de bolsas o cajas, no son conscientes de que esa silla es constantemente corroída por la carcoma de sus propios actos. Es su propia conducta ―autoritaria, arbitraria, déspota y violenta― la que va carcomiendo la silla en que se sienta diariamente, desde donde cree que ejercerá el poder, como De Oliveira Salazar, como Pérez Jiménez, como Maduro, por siempre. 

Pero también el piso donde se asienta la silla es lentamente socavado por otra clase de animal: el topo, lo cual, asimismo, ha servido de metáfora a lo largo de la historia para describir la condición de un poder que se derrumba. 

En cualquier tradición cultural, determinados animales han sido siempre fuente de inspiración para la creatividad alegórica, espejos metafóricos en los que los grupos sociales han querido ver reflejada la proyección de cualidades humanas y la ejemplificación de ciertas virtudes y defectos. 

 Así es el topo, un símbolo de una resistencia que no es del todo visible, pero que va cobrando eficacia imperceptiblemente hasta aflorar y visibilizarse en un momento dado del proceso histórico; representa la estrategia a plazo humanitario, la construcción de un nuevo Poder, la constancia en el hacer de aquel que trabaja para que algún día pueda ser derribada la dictadura de Maduro y su pandilla.

Nada es eterno y mucho menos el poder que algunos seres humanos ejercen sobre otros, con toda su cauda de abusos y vejaciones. Por una parte, la silla en que creen firmemente asentado su poder es constante y silenciosamente carcomida por los coleópteros y, por otro lado, el piso debajo de la silla es también constante y lentamente socavado por los topos; así que tarde o temprano la silla cederá y el dictador caerá con todo estrépito.

Pero no lo anticipemos, aunque sepamos que la silla se va a partir. Primero tiene que sentarse el hombre, y este Tiranosaurio tiene que posar las manos o agarrar con fuerza los brazos de la silla, para no dejar caer bruscamente las nalgas arrugadas en el asiento que le ha soportado todo, como resulta necesario especificar, pues todos somos humanos y lo sabemos. Del lado de las tripas, aclárese, porque de esta subespecie hay muchas y diversas, se ha recostado en el respaldo, se ha inclinado, incluso un casi nada hacia el lado frágil de la silla. Y esta se parte…

Ahí va… las patas patalean, y todo el cuerpo acompaña, el dictador ya no sujeta los brazos de la silla, las rodillas en el suelo obedecen ahora a otra ley, y los pies, que siempre han calzado botas disimuladas, ya están en el aire… Y no hay nadie en ese momento de bufón. Mi reino por una isla, gritó este Ricardo III, y nadie le ayudó porque no había una balsa. Ay, estos pies en el aire, cada vez más lejos del suelo; ay, aquella cabeza cada vez más cerca…

La historia confirma la metáfora: la Silla está carcomida: hambre, miseria, muerte, destrucción, desolación, diáspora, demolición de la república, fin de la soberanía popular, verborrea desde la Silla contra el informe Bachelet, vale decir, contra los derechos humanos.

Hoy, que la metáfora se vuelve historia, habrá que darle una manito a la carcoma aliándose con coraje e inteligencia a la carcoma y al topo.


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