Hiroshima, de Grishka Holguín. Taller de Danza Contemporánea. 1981. Foto Nelson Garrido

Los sucesos de Hiroshima y Nagasaki, hace 75 años, se convirtieron en ineludibles motivos de reflexión para la creación artística en Japón y el mundo. Tal devastación ha sido objeto de múltiples interpretaciones y recreaciones a partir de los lenguajes y códigos expresivos de la literatura, la pintura, la música, la fotografía, el cine y las artes escénicas.

Pocas manifestaciones teatrales tan sencillas y tan complejas a la vez como el butoh. La llamada también danza contemporánea japonesa trajo consigo una valoración particular del cuerpo humano como entidad creativa. La expresión dolorosa y el gesto profundamente internalizado tienen en esta indagación corporal una motivación auténtica y un impulso vital.

Resultado de los cambios sociales y culturales operados en el Japón de la posguerra y del impacto del arma atómica como instrumento de aniquilación colectiva, el butoh surgió como un grito de modernidad y también de apego a tradiciones milenarias. Hiroshima y Nagasaki constituyeron puntos de inflexión que trajeron irreversibles consecuencias para la humanidad, determinando el surgimiento de un nuevo individuo en su dimensión existencial, y con ella las posibilidades su redención a través del arte.

La influencia de los precursores Tatsumi Hijikata y Kazuo Ohno configuró el butoh, tendencia que se sumaría a las conceptualizaciones alcanzadas por el nuevo teatro occidental, la danza expresionista alemana y la danza moderna estadounidense.

Esta manifestación aportó una visión filosófica de la danza, una estética de la quietud y el silencio. Es la  introspección como moral y el advenimiento de un nuevo virtuosismo. No el de las técnicas formales establecidas, sino el surgido de conciencias corporales alternativas.

En la Venezuela de finales de los años cincuenta, el coreógrafo mexicano Grishka Holguín, reconocido como iniciador del movimiento de la danza moderna en el país, asumió el histórico acontecimiento del ataque nuclear desde una doble perspectiva, dramática y abstracta. Su obra Hiroshima, también en algún momento conocida como Cuatro puntos sobre rojo, música electrónica de Edgar Varese, estrenada en 1959 en el Teatro Nacional de Caracas, significó una motivación determinante y un momento elevado dentro de los procesos de establecimiento y configuración de la danza contemporánea nacional, en los que la captación y formación tanto de talentos como de públicos representaba una ardua empresa.

Hiroshima, de Grishka Holguín. Taller de Danza Contemporánea. 1981. Foto Nelson Garrido

Cuatro legendarios bailarines integrantes del Teatro de la Danza, institución fundada por Holguín en 1950, fueron sus intérpretes originales: Conchita Crededio, Jean Didier, Carlos Ortega y el propio Grishka.

Hiroshima como obra emblema de su tiempo enfatiza en su diseño espacial, dinámico y expansivo, así como en una gestualidad corporal orientada por los avasallantes sonidos de Varese, en concordancia con el sentido expresivo de su sobrecogedor origen. Sin narración alguna, la abstracción elabora un lenguaje formado por elementos de hondo dramatismo y excitante plasticidad.

En la segunda mitad de los años sesenta la pieza integró el repertorio de una nueva etapa de la agrupación de Holguín, nombrada ahora Teatro de la Danza Contemporánea, con un elenco conformado por una nueva generación de sólidos y comprometidos bailarines: Ofelia Suárez, José Ledezma y Juan Monzón, junto con Grishka, su maestro.

En dos oportunidades la obra coreográfica de Grishka Holguín, considerada como un todo, fue objeto de revisiones y montajes retrospectivos, y en ambas Hiroshima estuvo en el centro de las acciones. La primera en 1981, a cargo del Taller de Danza Contemporánea (después Taller de Danza de Caracas), bajo la observancia directa de su creador. Abelardo Gameche, Macarena Solórzano, Eduardo Ramones y Adolfo Ostos, todos figuras de la agrupación de José Ledezma, asumieron esta nueva  versión dada a conocer junto al inicio del auge y la amplia diversificación de la danza en el país.

La segunda en 1998, fue realizada por el Instituto Universitario de Danza con motivo de la conmemoración del cincuenta aniversario de la danza contemporánea en Venezuela, según montaje de Ledezma, con la participación de bailarines no necesariamente cercanos a Holguín, provenientes de distintas formaciones, corrientes estéticas y experiencias profesionales: Félix Oropeza, Marieli Pacheco, Cruz Mata y José Antonio Blasco.

Hiroshima, de Grishka Holguín. Teatro de la Danza Contemporánea. 1968. Foto Miro Anton

También la Fundación Compañía Nacional de Danza, creada en 2006, incorporó la fundamental obra al repertorio inicial de su elenco de danza contemporánea.

Rubén Monasterios enfatizó que Grishka Holguín representó para la danza venezolana la ruptura de lo preexistente y la apertura a nuevas posibilidades de interpretación de la realidad. Hiroshima se convirtió en un alegato sin palabras sobre la violencia humana y sus extremos.


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