A medida que pasan los días y se acerca la fecha de unas elecciones decididamente anormales, resulta que en vez de aclararse el panorama se pone cada vez más confuso. El gobierno hace lo posible para que ello sea así y la oposición, en una desunión suicida, contribuye a potenciar la confusión, lo cual a su vez acrecienta las posibilidades del régimen madurista de ganar –o mostrar que ha ganado– la elección.

Es evidente hasta para el menos avisado que el órgano electoral (CNE) está desvergonzadamente sometido a los dictados del Ejecutivo. La señora Lucena y sus inefables colegas rectoras ya ni se preocupan por ocultarlo. El anuncio presidencial de hace unos días expresando la propuesta de acompañar la elección presidencial de otra más para todos los cargos electivos de la República –que seguramente será acogido obedientemente por el CNE– no deja la más mínima duda de cómo se bate el cobre en nuestra Venezuela enferma. Imagínese usted lo que pudiera ser el proceso para identificar y postular en apenas semanas 16.000 candidatos, que es el número de cargos a elegir. Primarias, consensos o cualquier otro método en la oposición no tendrían posibilidad alguna de escenificarse y menos aún de lograr unidad. Es posible que afloren más disgustos y tensiones que las que ya hay.

En el oficialismo la cosa parece más fácil porque existe una cierta o aparente verticalidad antidemocrática –mucho menos sólida que cuando Chávez– bastante más eficaz. Todo ello sin descartar los factores de tensión cada vez más evidentes entre el PSUV y Somos Venezuela, que ya parecen fracturar el “legado del comandante” en medio de una pugna por la hegemonía entre maduristas y “cabellistas”, cuya erupción luce cercana y además demoledora. ¡Ojalá que ellos también puedan experimentar lo que es el quiebre de la unidad!

Menos mal que paralelamente al tema electoral también están sobre el tapete otros más que aún no siendo del dominio o preocupación general, sí tienen relevancia en el presente y futuro de Venezuela que a todos nos va a afectar.

En efecto, la férrea reacción internacional en contra del gobierno venezolano, expresada ya de mil maneras en organizaciones regionales y mundiales, los disgustos bilaterales, la “desinvitación” de Maduro para la Cumbre de Lima, las malas novedades del caso Esequibo, la investigación preliminar anunciada por la Corte Penal Internacional de La Haya, el rotundo fracaso del lanzamiento del petro, la forzada decisión de tener que abandonar la inversión en la refinería de Pdvsa en Aruba, por falta de financiamiento; la declinación constante y sin remedio de la producción de crudo y el retiro de socios (ENI) en proyectos estratégicos, sumados a los cada vez más visibles estragos en la salud pública y el creciente rumor de tensiones internas en el estamento verde oliva permiten presumir que el colapso está cercano. De que pasa, pasa. ¿Cuándo? No somos adivinos sino apenas observadores y analistas de buena fe, pero aun con esa limitación intuimos que será más temprano que tarde, cuando algún evento –planificado o fortuito– se transforme en detonante. La Primavera Árabe se desencadenó porque la policía de Túnez en diciembre de 2010 le decomisó la mercancía a un buhonero, dando origen a una poblada. De allí en más es sabido lo que ocurrió y también es conocido y lamentable haber constatado que aquello no llevó a ningún cambio estructural permanente en esa parte del mundo. A lo mejor podemos haber aprendido algo.

Sin embargo, de lo que tenemos que preocuparnos es de que si va a pasar algo, ello sea antes de que el péndulo de la historia regional comience su próximo ciclo y nos deje del lado en desventaja para beneficio de los populismos autoritarios, que comienzan a tomar forma otra vez en México, Colombia y Brasil.


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