El 11 de julio de 1960 salió a la venta la novela Matar un ruiseñor (To Kill a Mockingbird). La autora del libro fue la abogada Nelle Harper Lee (1926-2016). Lee vivió y conoció la enraizada segregación racial del sur de Estados Unidos desde la ventana de Monroeville, pequeña población de Alabama. La obra devino entonces en su aporte personal a favor de la igualdad racial y la justicia que logró alcanzarse años después.

La expectativa del editor era vender varios miles de copias del libro. Por su lado, la autora de la novela solo esperaba que “a alguien le gustara lo suficiente como para darme ánimos”. Lo que vino después fue una gran sorpresa para todos. Matar a un ruiseñor se convirtió de inmediato en un best seller que ha mantenido el estatus a lo largo de los años: ha vendido más de 30 millones de ejemplares y se ha traducido a 40 idiomas.

Mas eso no fue todo. En 1961 el libro obtuvo el Premio Pulitzer y al año siguiente fue adaptado al cine, con Gregory Peck como actor principal, y se convirtió en un éxito en taquilla. La cinta consiguió tres premios Oscar, y Peck recibió el de mejor actor.

La línea principal de la historia se resume así: Atticus Finch es un respetado abogado del imaginario pueblo de Maycomb, en Alabama. Como hombre y profesional del derecho de firmes principios y a pesar de los prejuicios y fuertes críticas de sus vecinos blancos, Atticus decide asumir la defensa de un hombre de raza negra (Tom Robinson) que es acusado de violar a una mujer blanca (Mayela Ewell).

A lo largo del juicio, Atticus demuestra la inocencia de su cliente y pone en evidencia las mentiras de la supuesta víctima y de su alcohólico padre Bob Ewell. No obstante la contundencia de sus comprobaciones, Tom es condenado injustamente. El acusado trata entonces de escapar de la cárcel y en dicha acción recibe un tiro. Ello implicó matar a un inocente, a un ruiseñor.

Ya con anterioridad el abogado les había dicho a sus hijos que es pecado matar un ruiseñor. La pequeña hija de Atticus quedó confundida y comentó el asunto a su vecina. Ella le explicó que los ruiseñores no le causan ningún daño a nadie, y resaltó que esas aves «sólo cantan con todo su corazón para nuestro deleite».

Luego de transcurrir 58 años de la formulación literaria de la regla anterior, los esbirros de la dictadura la hacen añicos al asesinar a un ruiseñor: el concejal del municipio Libertador de Caracas, Fernando Albán. De entrada, no hay que perder de vista que el aparato represivo del gobierno ha hecho de la mentira algo normal y ha convertido en regla de derecho lo que es contrario a la naturaleza humana.

Tampoco podemos obviar que lo heroico no tiene necesariamente que anidar en todo ser humano, ni siquiera en la persona de un líder político responsable y probo. Por eso, incluso si fuera cierto que el diputado se suicidó “por voluntad propia”, el régimen sigue siendo culpable por no velar por su integridad física mientras estuvo bajo su custodia.

Un hombre que sale del país por su aeropuerto más importante, viaja a Estados Unidos y regresa sin ninguna preocupación para continuar con su labor política, no luce como un peligroso opositor involucrado en el fallido atentado contra Nicolás Maduro. Esa simple lógica está ahí para rebatir, prima facie, su supuesta participación en el frustrado magnicidio.

Lo realmente cierto es que, desde que fue detenido y aislado por el Sebin, no se supo absolutamente nada de él. Tres días después el hombre se “suicida” lanzándose por una ventana, desde un décimo piso. Así de simple.

¿No hay algo incongruente y grotesco en esta historia? ¿No es indispensable abrir una investigación independiente para que determine qué ocurrió en los días y horas previas a su muerte? ¿Realmente Albán se suicidó o lo “suicidaron”?

Creo que hemos alcanzado el punto de no retorno: o el país sale del estado de máxima ruindad al que hemos llegado o todo rastro de civilidad se pierde hasta que reaparezca un nuevo conglomerado social consciente de la necesaria unidad de esfuerzos. En este momento crucial, en manos de todos los venezolanos opositores está la última palabra.


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