Hace 50 años la Nochebuena de 1968 no fue una cualquiera. Mientras el mundo cristiano se preparaba para celebrar la Navidad, habían tres cristianos que estaban haciendo lo que nunca antes se había hecho en la historia de la humanidad: entrar en órbita alrededor de la Luna. Estos astronautas formaban parte de la tripulación de la misión Apolo 8: Frank Borman (comandante), James A. Lovell (piloto del módulo de comando) y Williams Anders. (piloto del módulo lunar).

La misión se inició el 21 de diciembre de 1968, día del solsticio de invierno boreal, y fue la primera misión tripulada en salir de órbita terrestre, llegar y orbitar a la Luna y finalmente regresar a la Tierra. Fueron los primeros humanos en salir de la órbita terrestre baja, los primeros en ver la Tierra completa, los primeros en ver el lado oculto de la Luna y los primeros en ver el amanecer de la Tierra desde la Luna, cuya foto espectacular se hizo muy famosa en el mundo entero.

Tardaron 3 días en llegar a nuestro satélite, orbitándolo 10 veces en 20 horas; durante este tiempo, la tripulación realizó una transmisión televisada de Nochebuena en la cual leyeron los primeros diez versos del Libro de Génesis. Esta transmisión fue la más vista de la historia hasta entonces. Borman, Lovell y Anders fueron recitando cada uno los versos iniciales de este libro de la Biblia, nunca leída a tan lejana distancia: “En el principio creó Dios los cielos y la tierra. Y la tierra estaba desordenada y vacía, y las tinieblas estaban sobre la faz del abismo, y el Espíritu de Dios se movía sobre la faz de las aguas. Y dijo Dios: Sea la luz; y fue la luz. Y vio Dios que la luz era buena… “. Desde el centro de control de Houston advertían que tuvieran cuidado con lo que iban a decir pues un tercio de los terrestres estarían escuchándolos. No hubo mejor decisión que leer la Biblia.

Ha sido una feliz coincidencia que esta efemérides me haya tocado vivirla en el país que dio origen a esta misión: Estados Unidos de América, adonde he venido a seguir cumpliendo compromisos de investigación científica, invitado por el Departamento de Astronomía del Williams College (Williamstown, noroeste de Massachusetts). Y así como los astronautas del Apolo 8 pasaron la Navidad muy lejos de la Tierra, así mismo me ocurrió a mí, pero muy lejos de Venezuela. En los ambientes campestres, solitarios y cubiertos de nieve del condado de Berkshire, donde está la localidad de Williamstown, asiento del Williams College, me encuentro escribiendo esto para ustedes allá en Venezuela este 25 de diciembre de 2018 (con mucha nostalgia y tristeza) que me recuerda los astronautas del Apolo 8 cuando leyeron el Génesis para toda la humanidad el 24 de diciembre de 1968, de tan lejana distancia.

Pero aun así, pude disfrutar por TV la tarde y noche de ayer 24 de diciembre de 2018 (C-SPAN3, American History) la programación alusiva a este aniversario del Apolo 8: imágenes de la Luna nunca vistas tan cerca, entrevista a Borman y Lovell, reportajes audiovisuales de la época, etc. Mientras hacía eso, mi WhatsApp se inundaba de mensajes de texto, imágenes, música y videos alusivos a la Navidad, unos por ciertos muy creativos y cómicos, fotos de cenas familiares. La combinación de esto con lo que veía por TV me inspiró la siguiente reflexión que quiero compartir con ustedes.

La Navidad tiene la mágica propiedad de “ablandar” corazones; es como la primavera que ablanda el hielo y lo derrite. No tienen comparación con el Día de los Enamorados ni con el Día de las Madres. Abrazos, besos, regalos, llamadas, videollamadas, tarjetas, etc. Qué lástima que dure tan poco porque pasada esta, los corazones se vuelven a poner duros, la genta se aleja… Los buenos deseos desaparecen, todo vuelve a la “normalidad”. Extraña contradicción del ser humano. Por eso yo creo que hay una falsedad crónica en la celebración de esta fecha caracterizada por el consumismo. Limitada a la mera celebración religiosa, la Navidad es más sincera y más austera. Pero las tradiciones son las tradiciones y hay motivos culturales para preservarlas, aun en las condiciones más adversas. Dentro de pocos días el WhatsApp, el correo electrónico y demás redes sociales se inundarán nuevamente con mensajes, imágenes y videos de buenos deseos y augurios para 2019. Se ablandarán otra vez los corazones, que ya vienen ablandados de la Nochebuena y Navidad anterior. Habrán nuevamente promesas que nunca se cumplirán y tradiciones tampoco. Por ejemplo, ya no se quemará tanta pólvora (o nada), ya no se comerán las doce uvas porque no se consiguen o están muy caras, ya no se podrá comprar champaña ni tampoco sangría; ya no se podrán comprar pantaletas amarillas, rojas, blancas, o rosadas, para la buena suerte en la fortuna, en el amor, la paz o la salud del sexo femenino, porque no hay dinero para eso; tendrán, las damas, que ponerse pantaletas usadas, no importa que estén rotas o no ponerse nada (la situación está muy difícil, muy crítica). Tampoco la gente sacará del closet las maletas y maletines después de la medianoche del 31 de diciembre con la esperanza de viajar por placer. No hace falta sacar ya las maletas; la gente se está yendo no solo con las maletas vacías sino también con el estómago vacío, con los bolsillos vacíos… La diáspora en pleno desarrollo. Para los que se quedan en el país, la pobreza no los dejará viajar.

Para combatir la nostalgia, la añoranza, la melancolía o el “guayabo” que me invaden en este retiro invernal solitario, muy lejos de Venezuela, y que me hace sentir como el oso Yogui invernando en el parque nacional de Yellowstone, me concentro en mi trabajo científico. Al respecto, estamos preparándonos para la observación científica del gran eclipse total de Luna que ocurrirá el 21 de enero de 2019, desde el observatorio astronómico del Williams College, y que será visible desde todo el hemisferio americano desde Alaska hasta la Patagonia, incluyendo a Venezuela.

Tenemos preocupación por el tiempo atmosférico que usualmente se tiene en Estados Unidos en el mes de enero debido al invierno, cuyos cielos nublados nos pueden impedir la captura de data usada en el análisis de la exploración de la atmósfera media y superior terrestre con un eclipse como estos. Sin embargo, nuestro colega Robert Lucas, ingeniero retirado que trabajó en la NASA, junto con su equipo, estará en el sur de California haciendo las mismas observaciones que nosotros acá en Massachusetts. Si nosotros no podemos por mal tiempo, Lucas a lo mejor sí, dado que por aquellos lados el tiempo, Dios mediante, puede ser mejor. De esta manera, seguimos en contacto con la Luna cuya sombra (eclipses totales de Sol) he perseguido más que a una mujer

En 1968 la superficie de la Luna nunca había sido tan observada de cerca como lo hicieron Borman, Lovell y Anders buscando el mejor sitio para el descenso de futuras misiones Apolo. En julio de 1969 los humanos pisaron por primera vez la superficie selenita, por lo que en 2019 se cumplirán 50 años de esta hazaña que le correspondió al Apolo 11. Como State-Alumni- Venezuela (dada mi condición de ex becario Fulbright), intentaremos realizar en nuestro país una programación conmemorativa alusiva para no dejar pasar por alto esta importante efemérides de la historia de la humanidad.

De las anécdotas que más recuerdo de las maletas sacadas a la calle en las dos primeras horas del Año Nuevo, me viene a la mente aquella vez que me fui con la maleta hasta el terminal de pasajeros de Acarigua-Araure. Justo frente a la salida de los buses, carros por puestos, etc., de ese terminal, vivía un sobrino en una urbanización llama Los Mangos, en la primera calle después del portón. Después de recibir el año, varios familiares sacaron las maletas, pero yo me fui un poco más allá, al terminal, que a esa hora ya se encontraba totalmente vacío. Al regresar, mis familiares me preguntaron que para dónde había ido, yo les dije que para el terminal, porque el que no había ido hasta allá con la maleta no viajaba; ese año, si no recuerdo mal, viajé a China a observar el eclipse total de Sol más largo de este siglo.

Recuerdo también, en otro Año Nuevo pero en Caracas, cómo la Avenida Principal de la urbanización San Luis de El Cafetal se llenaba de gente rodando maletas para arriba y para abajo; el sonido generalizado producido por las ruedas de las maletas y maletines contra el pavimento rugoso de la calle me recordaba a un terminal de pasajeros en temporada alta. Seguro que esta vez, no habrá tal espectáculo porque ya las maletas dejaron de rodar en Venezuela en Año Nuevo (por ahora), cortesía de un “regalo” de un tal Nicolás que no es precisamente Santa sino todo lo contrario.

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