Este artículo pretende ser una crítica a un aspecto de la reciente, y muy buena, edición aniversaria de El Nacional. Como todos los años, la leí atentamente. Respecto a los “100 años de ciencia”, quedé estupefacto: ninguno de los excelentes ensayistas (¿no tenían por qué hacerlo?) ni en ningún lugar de la gruesa edición se concede un espacio a las llamadas “ciencias blandas”. Se persiste en el error de Las dos culturas, influyente conferencia pronunciada por C. P. Snow en la Universidad de Cambridge, en 1959. Se trata de un estereotipo cultural contemporáneo que, muy a su pesar, se reafirma con la publicación del libro de Thomas S. Kuhn, La estructura de las revoluciones científicas (1962). El paradigma de Kuhn, allí enunciado, ya no es aceptado y ha sido sustituido por el concepto de paradigma sistémico. ¿Por qué? Porque el esquema de Kuhn: ciencia normal-revolución científica- y vuelta a la ciencia normal, no pasó las pruebas empíricas de la historia de las ciencias, aun de las “duras” No sólo en la comunidad académica se genera ciencia, germina en toda la sociedad. El paradigma sistémico, en cambio, es societario, pues considera que en cualquiera de los estratos de la sociedad, aun los menos educados, han contribuido al desarrollo y nacimiento de nuevos campos científicos, sobre todo en las ciencias “blandas” o sociales. Remito a las obras de Paul Feyerabend, Ludwig Wittgesntein y Edgard Morin.

Ciencia duras, ciencias blandas. ¿Cuál es la diferencia entre ellas? Cuando dividimos nuestros conocimientos científicos en clases, solemos utilizar una categorización que segmenta un continuo en entidades discretas. ¡Lógico!. No hay otra vía que nos conduzca a elaborar clasificaciones. Empero tal taxonomía de las ciencias se sustenta sobre cimientos muy endebles. Más aun, lo que hoy se considera blando mañana puede ser duro, si tales disciplinas progresan adecuadamente. Por lo tanto, debemos ser muy cautos a la hora de basar nuestros juicios en tales constructos mentales. ¿Pero de qué hablamos?

En primer lugar, de la comparación de los logros en ambos casos del conocimiento, la imaginación y el aporte a una vida más satisfactoria o mejor. Pero ¿cómo comparar, por ejemplo, la detección momentánea del bosón de Higgs con nuevos descubrimientos sobre el desarrollo social y la planificación, como la teoría del Alto Desarrollo, propuesta por Paul Krugman (le valió el Nobel), sobre la base de los aportes previos de P. N. RosenteinRodan (1955) y Albert Hirschman(1959)? . Y ¿qué decir del descubrimiento de la penicilina por Alexander Flemming, en 1928, su posterior aplicación masiva para prevenir y sanar infecciones? Y también, ¿cómo calificar con puntos académicos el libro de la filósofa judía alemana Hannah Arendt titulado Los orígenes del totalitarismo, publicado en 1951, bajo pleno mandato de Stalin? Fue la primera pensadora que estableció las equivalencias entre fascismo (Mussolini, nacionalsocialismo (Hitler) y comunismo (Stalin).

¿Cómo tomar aquí una decisión, digamos, en un Comité que debe otorgar un galardón entre postulados que tienen y practican distintas disciplinas? ¿A qué atenerse? Porque un punto “académico” otorgado a un científico “duro” puede valer menos, en comparación con un punto “no académico” de un gran cineasta egresado de las Escuelas de Artes.

Una solución ha sido otorgar estos premios por disciplina, a fin de hacer más homogénea la comparación. Así lo hace el Comité del Nobel, y hacía lo hacía el antiguo Conicit, al otorgar el premio Nacional de Ciencias. Otro criterio consiste en determinar, por diversos medios idóneos, el alcance, profundidad e impacto de los aportes de cada postulado sobre su Nación, y también internacionalmente. Igualmente, se suele tomar en cuenta el grado de prestigio que los logros y obras del aspirante otorga al Instituto o Universidad donde ha realizado sus investigaciones y su labor docente.

Pero continuemos con algunas consideraciones generales sobre este tema.

Generalmente, suele hablarse de ciencias duras para referirse a las matemáticas y la física, debido a que tradicionalmente han logrado alcanzar un alto grado en la formalización matemática de sus teorías, así como un gran poder predictivo, “en general”. Por el contrario, las denominadas ciencias blandas se encuentran en un estado de desarrollo que no ha dado lugar “aún” a tales logros. Y aquí entran tanto las ciencias experimentales, como las sociales y las denominadas humanidades. Sin embargo, obviamente, hay grados de dureza-blandura dentro de las diferentes disciplinas de una misma ciencia, lo cual suele pasarse por alto.

A las Ciencias duras le seguirían las químicas, biológicas u médicas por su grado de “madurez”. Estas dan lugar a constructos teóricos que “suelen” ser más fáciles de corroborar-refutar que los de otras disciplinas. Pero cuidado, no generalicemos tan apresuradamente. Las subdisciplinas llamadas históricas (como la paleontología, geomorfología, etc.), por ejemplo, son más blandas que las que permiten experimentación y replicabilidad, generalmente haciendo uso de diseños experimentales de laboratorio. “La historicidad” siempre acarrea problemas de diferente índole. Aunque también se dan otros, como la complejidad del objeto de estudio, desde diferentes puntos de vista. Sin embargo, considerarlas como “menores” se me antoja un desatino y un agravio comparativo. Son así debido a que, hoy por hoy, no se pueden soslayar sus incertidumbres implícitas. No se trata de que los practicantes de las mismas sean necesariamente más chapuceros, sino que se enfrentan a retos mucho más complejos, desde el punto de vista del método científico. El objeto de las ciencias duras es fijo, o casi fijo. En contraste, el de las ciencias sociales es movedizo. Precisamente, el cambio social es el elemento central de las ciencias sociales

Una advertencia. No debemos confundir el empleo de modelos de simulación numérica en algunas ciencias históricas con formalización teórica, aunque con tal aserto no deseo descalificar tales herramientas. Simplemente, una simulación, no da lugar a una teoría más rigurosa hasta que se pruebe y corrobore con otro tipo de datos, la validez de sus premisas.

Y el furgón de cola suelen colocarse a las ciencias sociales y las humanidades. Tal hecho no debía atesorar connotaciones negativas ni positivas, aunque en la práctica si las hay, y ese es el problema.Y resulta que los propios investigadores formamos parte del problema, que no de la solución, como también los gestores de nuestra política científica.

Por término general, ha existido un desprecio, o al menos complejo de superioridad, de tipo gradual, desde los altares de las ciencias exactas hasta los suburbios de las sociales y humanidades, estando las ciencias experimentales e históricas (en el sentido dado al vocablo para la paleontología, con anterioridad) en lugares intermedios.

Sin embargo, tal jerarquía se ha roto, desde que nuestras autoridades priman la práctico frente a lo teórico, la ciencia aplicada ante la básica. Y así, algunas ramas desarrolladas por los químicos y biólogos (como es la biología molecular, etc.) se han zafado (con razón o sin ella) de ser tachadas de “más blandas que otras”, para codearse e incluso considerarse más valoradas que otras ciencias objetivamente duras. Tal hecho no ha sido el resultado de “hacer justicia”, sino del caos imperante en formalizar adecuadamente la jerarquía de las ciencias. No obstante, lo mismo no es cierto con las humanidades y ciencias sociales.

Se sigue pensando que las Ciencias Sociales y las humanidades son materias de segunda categoría, por lo que su relevancia social se minusvalora. En mi opinión, se trata de un craso error. Así, por ejemplo, las ciencias éticas deberían atesorar mucho más reconocimiento, tanto más en un mundo en donde tales valores se están perdiendo a pasos agigantados. De aquí las crisis económicas, el incesante aumento del fraude científico, la mala praxis industrial, entre otras repercusiones. Por otro lado, la filosofía y la sociología de la ciencia, resultan vitales con vistas a que los propios investigadores entiendan las reglas y el valor del método científico. Un ejemplo más, provendría de que las ciencias de la complejidad. Estas últimas han mostrado que muchos patrones y comportamientos cognitivos y sociales se asemejan sobremanera a otros naturales, obedeciendo pues a las mismas leyes. En otras palabras, el análisis del binomio natural-social, resulta ser una mina por explotar que nos deparará grandes sorpresas.

Más aún, en muchos proyectos de conservación, preservación y restauración ecológica, la participación de arquitectos, antropólogos y sociólogos resulta ser tan importante como la de los propios investigadores de disciplinas “más duras”, si se desea que tales iniciativas lleguen a buen puerto. Debemos entender que, gran parte de la biosfera se encuentra, de un modo u otro, alterada por las sociedades humanas, en mayor o menor medida. En consecuencia, reconocer y rastrear tales alteraciones, así como implicar a los habitantes afectados en los comentados proyectos, no es un lujo, sino una necesidad.

Cierto es que en algunas ramas de las Humanidades y Ciencias Sociales, sus practicantes no han dado los pasos necesarios con vistas a formalizar más rigurosamente sus constructos, o aplicar nuevas metodologías y tecnologías que hagan progresar a sus respectivas materias de indagación. Se trata de un hecho incuestionable que debe corregirse, por el bien de todos. Sin embargo, no debe hacerse uso de esta circunstancia con vistas a denostar las ciencias más blandas.

 Sin embargo, “los blandos” han realizado estos esfuerzos, con buen éxito notable. Uno es la arquitectura.  En nuestros talleres de diseño ya no se trabaja a mano, se usan computadoras (CAD), en las que el arquitecto o el estudiante pueden modificar la ubicación y el diseño de la casa, a placer. Toda una ciudad puede ser planificada o restaurada según la voluntad de la autoridad competente. En el caso de las ciudades, la vivienda y el hábitat, se trata de problemas masivos que afectan a toda una gran comunidad o a una Nación. Una restauración de ciudades coloniales son una contribución de primer orden al rescate y el arte de un pasado que nos pertenece.

Como he venido reflexionando y examinado, críticamente, en nuestros cursos de economía, historia, programación lineal y no lineal, en la UCV, existen muchos patrones cognitivos y sociales que se asemejan a los naturales, estando determinados por las mismas leyes generales, por lo que tarde o temprano, alcanzarán el grado de madurez y rigor propio de las hoy consideramos “ciencias más duras”. Todo ello ha dado lugar a lo que eufemísticamente se ha denominado “guerra de las ciencias”, ya que la batalla comienza reconociéndose, apriorísticamente, que hay vencedores (ciencias duras) y vencidos (ciencias blandas).

Si desde un punto de vista formal, no podemos soslayar que ciertas disciplinas son más blandas que otras, también debemos reconocer que el valor que se le atribuye a cada ciencia depende de la percepción social (incluyendo las modas) y criterios de autoridad-dominación en un momento dado de la historia. No veo razón alguna para que ciertos investigadores se jacten de pertenecer a una u otra disciplina, y se burlen de los de otras por su “blandura”. Lo único que demuestran con tal mezquino comportamiento es su propia ignorancia y un cierto grado de mezquindad. Tal aserto sería extensivo a nuestros gestores de la política científica y otros poderes fácticos, como los medios de comunicación.

No deposito la culpabilidad en «los otros»; seguramente también «nosotros» debemos difundir más asiduamente el conocimiento que generamos y sus aplicaciones. A esta pregunta podría sumar una reflexión: el fuerte arraigo de las mujeres dedicadas a estos campos de la ciencia y a quienes poco se las asocia con la figura paradigmática de un científico; como si estuvieran genéticamente inhabilitadas por su condición de género y la especialidad que han elegido para llevar a cabo sus investigaciones.


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