La universidad venezolana está sumida en una profunda crisis en su misión y objetivos cuya génesis es producto de la estrategia interventora del régimen y de los efectos económicos y culturales que ella produce. Mas allá de la humillante remuneración de su capital social, la  pérdida de infraestructura, las limitaciones estructurales, y el abandono del campo universitario (como consecuencia de la ausencia de recursos y años de parálisis producto de las restricciones financieras y la pandemia), han conducido al éxodo del personal docente y de investigación, incluyendo a estudiantes que, ante la crisis de motivación y necesidad de sobrevivencia potencian la acción de no poder continuar sus estudios y muchos se marchan del país.

Uno de los aspectos relevantes de tal situación fue la estrategia oficial de apoderamiento e ideologización de las universidades, su efecto directo de la paralización la comunidad se ha desenvuelto en un entorno hostil marcado por la intervención académica, la dependencia del personal a reglamentos unilaterales, control centralizado y degradante política de remuneración. No dejan de ser importantes las limitaciones curriculares, merma de la calidad educativa, incluyendo la limitación de costos complementarios asumidos particularmente por los docentes para el traslado, adquisición de equipos y materiales de estudio.

Las reflexiones anteriores marcan la tendencia de la pérdida del sistema universitario, ya no solo como consecuencia de las limitaciones anotadas, sino que se está creando otro sistema que, desde el punto de vista de la autonomía, de la misión y los valores universitarios está cambiando muy rápidamente. La comunidad observa como el sistema universitario se convierte en otro, caracterizado por la pérdida de la autonomía, misión y valores. Una reflexión sobre este particular determina la necesidad imprescindible de cuestionar el modelo político puesto en práctica por el régimen lo cual obliga a repensar fórmulas de recuperación en un entorno democrático, es decir refundar la universidad, incluyendo la educación en general y la recomposición de los egresados mal formados.

Si se examina el asunto en un entorno internacional, el caso Venezuela se inscribe en un sistema que también está cambiando como consecuencia de la mutación de objetivos y metas, especialmente estudiantiles cuyo comportamiento marca nuevas tendencias producto, ya no solo de restricciones ideológicas, culturales y de vínculos con el desarrollo tecnológico actual. Las universidades de variados países están sujetas a un cambio en su entorno, el incremento significativo de las matrículas, acompañado del incremento del costo de mantener las universidades.

Se aprecia que la reinversión en las universidades disminuye significativamente, la investigación se hace global y multidisciplinaria bajo control de grandes corporaciones. Las consecuencias financieras de estas tendencias se profundizan con un cambio de conducta y determina que sus actividades tiendan a hacerse no sustentables en el mediano plazo y consecuentemente, también se plantea el objetivo fundamental de ir a una reformulación universitaria.

Este efecto alcanza a los egresados de las universidades que logran después de muchas peripecias salir del sistema como licenciados, incluso posgraduados, pero las perspectivas de inserción en la sociedad productiva se ven mermados, incluyendo el ingreso salarial cuyos montos no garantizan las expectativas y sus aspiraciones económicas y sociales. Información confiable de las universidades, independientemente de su administración, bien sea pública o privada, han obligado a financiar los estudios estudiantiles y la tendencia general es que sus egresados no puedan amortizar de manera adecuada el costo de la carrera. Por ejemplo, en países desarrollados la política de otorgar créditos y becas a recuperar después la inversión acumulan acreencias significativas que hacen casi imposible su amortización y la morosidad sube indiscriminadamente.

En el caso estadounidense, el gobierno federal siempre ha privilegiado de acuerdo con la Ley de Educación Superior la cartera de préstamos estudiantiles que se ubicó el pasado año en más de 110.000 millones de dólares y la deuda por morosidad aumentó más de la cuarta parte superando incluso las deudas por hipotecas, y de créditos personales, por tanto, el gobierno federal se ha comprometido a comprar casi 90% de la deuda el cual se ha estimado en 890.000 millones de dólares. Estas estadísticas oficiales no gritan sostenibilidad. De hecho, los números y la retórica recuerdan la burbuja inmobiliaria; demasiados estudiantes solicitan financiamiento para pagar un precio demasiado alto por sus carreras, y que por lo demás, las profesiones se están haciendo rutinarias, poco atractivas, y no garantizan empleo y, si lo obtienen los ingresos son marginales y la tentación de abandono de los estudios se hace evidente.

En el caso venezolano las pocas veces que se otorgan becas sus montos son humillantes e inútiles, y no existe la posibilidad de financiar carreras en el caso de la universidad privada cuyas matriculas son cargadas al presupuesto familiar y a través del pago derivado de un empleo marginal, o producto del emprendimiento de moda, es decir, actividades manuales o de comercio especulativas reduciendo de manera importante el pago de sus estudios. A ese problema hay que añadir un factor que por lo demás no se ha tratado seriamente, pero que es clave, se trata de la cultura. Es evidente que los universitarios han perdido las habilidades de pensamiento crítico lo cual quiere decir que, se aprecia con facilidad la deficiencia cultural para defender claramente un argumento, interpretar adecuadamente un libro, comprender las herramientas cada vez más complejas de la tecnología y menos aún, interpretar documentos de orden técnico, jurídico o incluso de una tabla de resultados financieros o estadísticos. También es posible apreciar que incluso en universidades de mucho nombre el pensamiento crítico brilla por su ausencia.

En general la respuesta pragmática a esos solo dos factores, es decir, percibir un empleo con salario adecuado o de interpretar de manera critica los resultados de una gestión ha hecho que  se haya  abierto la necesidad de aprender nuevas habilidades, dejar de lado la carrera universitaria tradicional con ligereas excepciones, y por ende, el título que ha perdido su significación; se tiene como una especie de medalla al mérito frente a la realidad de que solo desean ser emprendedores o incluso ingresar en grandes entidades empresariales. A estas últimas francamente no les importa el grado académico, sino que los aspirantes tengan una habilidad nueva y conveniente a sus competencias y tareas, de tal manera, que las personas buscan como demostración de competencia otro tipo de certificado para lograr una posición con sueldos relativos, pero con bonos en divisas complementarios a su productividad.

Se abre entonces un mercado competitivo, de nuevas habilidades utilitarias y, la juventud ya lo sabe, emigra de sus centros de estudio y comienza a mirar programas cortos, baratos y de calidad cuyos planes son ofertados masivamente por instituciones cuyos objetivos son certificar habilidades laborales focalizadas en especificaciones estrechas de las organizaciones demandante.

Todos estos elementos revelan la necesidad de repensar la universidad, de formular un proyecto de reconstrucción que tiene que ver con el comportamiento organizacional asociado al uso de la tecno educación y el viejo vínculo universidad-instituciones-sector productivo. En ese sentido, se plantea abordar los temas del mejoramiento profesional haciéndolos compatible con los requerimientos de la triada mencionada a despecho de las profesiones tradicionales. Surge entonces la diatriba de reformular  la universidad orientándola firmemente hacia la educación para el trabajo apostando a estimular a los estudiantes con la oferta de carreras con futuro y a la investigación apoyando, a la certificación profesional con nuevas habilidades con un diseño curricular más dinámico y acreditable a las profesiones elegidas fortaleciendo el vínculo con los sectores sociales y productivos, sometiéndolas a un ajuste permanente que combine el trabajo y la investigación  con el estudio, que flexibilicen la construcción de planes de estudios acordes con las necesidad coyuntural sin perder de vista la misión fundamental de la universidad.

Cada universidad tiene la necesidad de evaluar su gestión, revisar e integrarse para lograr nuevos objetivos locales, estadales, nacionales e internacionales a diferentes niveles profesionales y de investigación tomado de la mano con los requerimientos sociales, del sector productivo y sus relaciones estratégicas con las corporaciones de producción de tecnología.

Ante un nuevo esquema los estudiantes deben rescatar sus motivaciones y lograr el apoyo de diversos segmentos para prosperar en la educación superior tomados de la mano de nuevos objetivos, con reglas claras y una visión de futuro que los hará necesarios dentro de la reconstrucción de sus instituciones, potenciar sus vínculos laborales y de emprendimiento en beneficio no solo personal sin del país nacional inscrito en un entorno democrático y liberal.


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