Es común menospreciar o desatender los asuntos de menor importancia sin percatarnos de que en ocasiones los mismos son relevantes para alcanzar objetivos superiores. La situación se hace más dramática cuando el cúmulo de objetivos sin resolver desemboca en el desorden generalizado que, más de las veces, nos hunde en el caos total. En el campo militar y político, especialmente los asociados con procesos de cambios revolucionarios, encontramos ejemplos que hacen evidente lo que acá vamos a explicitar.

En la fase final de la guerra de emancipación, Simón Bolívar y Antonio José de Sucre fueron protagonistas principales de una situación de la anterior naturaleza. El Libertador giró instrucciones a Sucre para que atendiera asuntos asociados a la retaguardia. La misión encomendada fue recibida por el joven general como un desaire, pero en ningún momento dudó en cumplirla. La molestia, sin embargo, alcanzó un alto grado de ebullición hacia finales de agosto de 1824, momento en el cual el nativo de Cumaná procedió a escribirle una carta a Bolívar en la que manifestó lo siguiente: “Yo he sido separado del mando del ejército para ejecutar una comisión que en cualquier parte se confía cuando más a un ayudante general, y enviado a retaguardia al tiempo en que se marchaba sobre el enemigo; por consiguiente, se me ha dado públicamente el testimonio de un concepto de incapaz en las operaciones activas, y se ha autorizado a mis compañeros para reputarme como un imbécil, o como un inútil (…) de reducirme ante el ejército unido al ridículo papel de conducir enfermos de retaguardia”.

El 4 de septiembre de aquel mismo año, Bolívar respondió la citada misiva y expuso su visión del asunto: “La comisión que he dado a usted la quería yo llenar; pensando que usted la haría mejor que yo (…) Antes de ayer, sin saber nada, nada de tal sentimiento, dije al general Santa Cruz que nos quedaríamos aquí para dirigir esa misma retaguardia, cuya conducción deshonra a usted, y que usted iría adelante con el ejército (…) Si usted quiere venir a ponerse a la cabeza del ejército, yo me iré atrás, y usted marchará adelante para que todo el mundo vea que el destino que he dado a usted no lo desprecio para mí”.

A una distancia temporal mayor y sin confrontación de por medio, nos encontramos con un aspecto de la conquista y colonización de América (siglo XVI) que fue de fundamental relevancia para los logros que se alcanzaron en beneficio de España. El mismo está referido al cerdo ibérico, el cual tuvo un papel importante, gracias a su adaptación al medio, en la nutrición de los soldados y colonos españoles.

Los registros históricos dan fe de que Hernán Cortés dejó en manos de uno de sus capitanes la organización de un centro de explotación porcina antes de iniciar el sitio de Tenochtitlan. De la misma manera actuó Francisco Pizarro antes de internarse en la sierra peruana. De manera que ese suministro cárnico para los soldados fue fundamental para el éxito de las campañas que se llevaron a cabo. Se sabe que en muchas ocasiones los mismos soldados arreaban las piaras en el camino que seguían las huestes o procedían a establecer campamentos en la retaguardia para criar los cerdos que alimentaban a los hombres que luchaban en la vanguardia. Así se ponía de manifiesto que sin comida no hay revolución ni proceso de cambio que se mantenga en el tiempo.

A pesar de estas claras enseñanzas, la revolución local se empeña en mantener un proceso que ya es un rotundo fracaso. Hay que recordarles a nuestros trasnochados revolucionarios que en esta Tierra de Gracia la mayoría de las encomiendas del siglo XVI tenían grandes cantidades de cerdos y que los mismos pululaban por la mayor parte de las tierras existentes entre Coro y Macarapana (Carúpano). También es necesario rememorar que, a pesar de las crisis económicas que se vivieron durante todo el período democrático que va del gobierno de Wolfgang Larrazábal hasta el segundo gobierno de Rafael Caldera, el pueblo venezolano no dejó de comer hallaca y pernil de cochino en la Navidad ni en la noche de Año Nuevo. Pero en los últimos tres años de revolución el írrito gobierno de Nicolás Maduro ha sido incapaz de suministrar a los venezolanos los perniles de cochino que siempre ha prometido importar porque la revolución bonita que inició Hugo Chávez arrasó con las cochineras del país.

Si la anterior fuese la única carencia que tuviéramos, todos la aceptaríamos con las críticas del caso. Mas ella es solo una cuenta del largo rosario que abarca asuntos tan variados como salud, seguridad, educación, aseo urbano, agua, electricidad, hiperinflación, transporte, escasez de billetes, libertad de prensa, justicia, emigración, corrupción, politización de la Fuerza Armada Nacional, tráfico de drogas y presos políticos, entre muchos otros.

Así, la revolución ha alcanzado un estado de desorden generalizado que es la clara expresión de una muerte inminente. Ojalá que logre descansar en paz.

@EddyReyesT


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