Versión feminista de John Wick, Atomic Blonde inquieta al llamado heteropatriarcado. En las salas venezolanas provoca reacciones airadas de un público convencido de sus ideas fijas.

En paralelo, los críticos se debaten con el nuevo juguete diseñado para el lucimiento de la furiosa Charlize Theron, devenida en ícono de la tercera mujer, según Lipovetsky, y de un cierto cine de género al calor de las mutaciones posmodernas. El empoderamiento de ella puede despertar dos visiones encontradas.

Primero, aceptar su revisión de los resortes de la acción hiperviolenta, desde el lugar de las chicas independientes de ayer y de hoy.

Antes las explotaban como carne de cañón de las funciones dobles. Ahora son la carnada de un mercado en pleno apogeo, a la luz del reciente éxito de Wonder Woman.

Segundo, entender el cambio de enfoque como una renovación pragmática del mainstream, en busca de satisfacer las demandas de consumo del target global, entre las influencias hongkonesas y las artes marciales de la escuela indie, el ascenso de los gustos LGBT y el reforzamiento velado de las dominaciones masculinas, al ser extrapoladas en los cuerpos castigados de las estrellas kamikazes. Todo un juego de apariencias y falsos semblantes.

Atomic Blonde deriva de un cómic original, cuyo chiste radica en dinamitar las convenciones ortodoxas del filón de espías de la Guerra Fría.

Por tanto, la adaptación viste de femme fatale al arquetipo de James Bond, desmitificando el aura de ellos al servicio de cualquier majestad, aunque el personaje principal aspira a recibir el reconocimiento de la reina, en un plan de distanciamiento satírico. 

Literalmente, la protagonista muele a golpes y patadas a cada uno de los prejuicios establecidos por el orden dominante de las centrales de inteligencia. Enfrenta a un némesis mercenario. Tiene sexo sin compromiso con una misteriosa chica francesa. Destila un erotismo funcional a los intereses y las fantasías de los fanáticos del softcore de nuestros días, administrado con dosis de música a todo volumen, a lo 50 sombras de Grey, pues la censura impone aturdir los oídos para confundir la mirada voyerista.

Filme de contradicciones asumidas y naturalizadas, quiere invocar una respuesta al falocentrismo, pero apenas maquillando y disfrazando de suicide girl a sus estereotipos, tal como ver una de 007 con peluca platinada y ropa de Madonna ochentosa. Al final, la subversión es controlada y limitada.

En último caso, queda el aire de transgresión en el contexto de la caída del Muro de Berlín y el genuino espíritu de resistencia ante el oscurantismo del pasado comunista, negado a morir.   

También rescatamos los planos secuencia, marca de fábrica del autor de la pieza, así como el irónico soundtrack de temas pop de la cultura anglo, interpretados por voces alemanas de la región clandestina.

Curioso disfrutarla en una pantalla de Caracas. Genera emociones diversas. Inspira la lucha de las calles ante el fascismo de los herederos criollos de la Stasi.

Su final feliz, de derrumbe de la cortina de hierro, nos devuelve a la realidad del país frustrado, de la Venezuela estancada a la espera de un desenlace favorable a la causa democrática.

En síntesis, Atomic Blonde habla de conflictos bipolares tan nuestros y vigentes, como la tensión de Trump con los dictadores del planeta, desde Maduro hasta el tiranuelo de Corea del Norte. 


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