José Pino

La conciencia tiene ramificaciones internas y externas que son dinámicas fruto de las vivencias del sujeto; de allí que es necesario plantear que el sujeto aspira a elevar esa conciencia tanto al mundo interior como al exterior, reconociendo su propia esencia.

Así pues, la conciencia de sí mismo se vincula con las formas expresivas del pensar. De hecho, el pensar crítico reflexivo es pertinente en las diferentes formas de miradas humanas. La conciencia de sí mismo hace que el sujeto por su propia voluntad perciba su realidad y acepte sus desavenencias. Nietzsche (2004) manifiesta que “la voz del rebaño continuará resonando dentro de ti y cuando digas ‘yo ya no tengo la misma conciencia que vosotros’, eso será un lamento y un dolor”, entonces esa voz del rebaño, estará representada en lo cosificado, instrumental y estandarizado del positivismo.

La voz del rebaño es el alter ego de la mala conciencia que forma parte de lo cotidiano y lo que la gente piensa que no es cotidiano. Por ello, Nietzsche (ob. Cit.), sentencia que “a los piadosos trasmundanos les he oído decir a su propia conciencia estas sentencias, y, en verdad, sin malicia ni falsía ¡deja que el mundo sea el mundo! ¡No muevas ni un dedo en contra de eso!”. En efecto, somos cómplices, protagonistas y coprotagonistas en difundir mecanismos de dominación para consolidar un gran rebaño, que desde lo local comunitario acelera la desigualdad, excluyendo al sujeto de participación emancipadora para la transformación social.

La manifestación de participación liberadora del sujeto desde su conciencia corresponde a esa forma ideal, en el cómo tiene que ver con su visión de vida, su manera de construir y edificar una realidad ideal para él y para la participación social, es decir, para el desarrollo humano, que necesariamente tiene que ser un desarrollo sostenible en el ámbito de la convivencia, en la complejidad ambiental, social, económica y cultural.

En la compleja y diversa convivencia humana, se dan formas expresivas creadas y recreadas desde lo que se estandariza como buena conciencia, para la aspiración cotidiana de mundo ideal. No obstante, existe una conciencia fingida para la imposición, dominación y expoliación, enmascarada de progreso social comunitario, que impone las decisiones de orden economicista de rentabilidad del capital por encima de la sustentabilidad y la armonía social comunitaria.

La conciencia humana en la convivencia cotidiana converge en la construcción de realidades, tal cual como lo afirma Freire, “ni la conciencia es exclusiva réplica de la realidad, ni esta es la construcción caprichosa de la conciencia” (Freire, 1992, p.28). De allí la necesaria dialéctica para que el debate social sea consumado desde el encuentro social, edificador de la dignidad humana, sin discriminación ni exclusión social. Donde la conciencia está orientada hacia el ser, reflejada en aspiraciones humanas en el orden de conocer, comprender, entender, asimilar, reflexionar, criticar y autocriticar. En efecto, para Marx y Engels (1848) en la aspiración de transformación social, “la conciencia jamás puede ser otra cosa que tener conciencia del ser”.

El mundo de la vida es el mundo donde evidenciamos nuestra realidad, con manifestación incipiente referente a un espacio siempre de expresión constituyente de la intersubjetividad colectiva, que parte de la existencia humana individual en convivencia comunal, pues no existen en las vivencias comunitarias relaciones humanas aisladas.

Las relaciones de vivir y convivir son comprendidas, entendidas desde la teoría de la acción comunicativa de Habermas (1981), con base en la comunicación racional, puesto que critica a Schütz, ya que no comunica cómo es la construcción social intersubjetiva del mundo de la vida, solo afirman que la intersubjetividad es clave en el mundo de la vida.

La convivencia humana en el mundo de la vida es conflictiva y compleja, las personas interactúan en la comunidad en una relación dinámica, vulnerables a lo esperado e inesperado del comportamiento humano, relación cinética, constante y permanente donde el tiempo de vida humana es variable condicionada al temor, miedo, respeto, pero también a la fe y a la esperanza, donde están presente el éxito y el fracaso; por lo que, no se debe visionar el encuentro y desencuentro social de manera positivista en la vida,

El mundo de la vida se constituye en una realidad de convivencia cotidiana, espontánea y natural (cultural) que tiende a una realidad local (social) creada intersubjetivamente, con base en un orden constitucional que regula el comportamiento social, donde se manifiesta la personalidad (subjetiva) que a través de las vivencias convergen en el orden comunicacional, en el discurso basado en el lenguaje y la acción.


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