En Venezuela las cosas van de mal en peor. Un régimen que no cesa en su intención totalitaria, una oposición irracionalmente fragmentada que no encuentra el camino para impedirlo y un pueblo envuelto en una crisis humanitaria que tiene su más clara y máxima expresión en la trágica diáspora que la desangra.

Un país que sufre el yugo de una hiperinflación provocada por las desastrosas políticas de un régimen que tiene veinte años en el poder haciendo todo cuanto en economía no se debe hacer, y nos ha llevado a ser víctimas de la escasez y la consiguiente especulación que ella genera para mayor aprovechamiento de los comerciantes deshonestos que, aun cuando usted no lo crea, abundan,  y de los bachaqueros que a  la vera de esas políticas van generando las mafias que operan con el consentimiento del régimen.

Un país que ha visto morir su otrora respetada moneda dos veces en estos veinte años, gracias a los fracasos reiterados del régimen en su empeño de insistir,  una y otra vez, en fórmulas probadamente erradas.

Un país en el que hay un régimen incapaz de reconocer sus errores y de rectificar y una oposición que ha perdido la brújula y en ocasiones el entendimiento.

Un país en el que se ha perdido el entusiasmo y la fe en la protesta ciudadana, en el que el maravilloso valor desplegados por las enfermeras en su larga protesta recibe desprecio y burla como toda respuesta del régimen y logra apenas conmover a muy poca gente, ocupada como está en ese trabajo inagotable que es sobrevivir.   

Un país en el que lo único que hay de cierto es que nada hay en el horizonte que pueda hacernos pensar en un retorno a la normalidad en poco tiempo.  Todo lo contrario, lo que aquí se vive en el día a día, asfixia, frustra, entristece, humilla, da rabia, y mantiene a ese más de 80% de venezolanos que repudia las acciones del régimen en la incertidumbre, el desasosiego, la frustración,  el desencanto, sin saber qué hacer, lo cual abona a favor del estado de sumisión que,  con ferocidad extrema, trata de imponer el régimen.

Mientras la población desespera por el costo de la vida, la escasez, los controles, la inseguridad y todas las aberraciones que trae consigo una crisis de tan grandes proporciones, el régimen  desconociendo la realidad, como es su estilo y su costumbre, en vez de  aliviar los problemas los complica; en vez de atacar el monstruo de la hiperinflación, la estimula porque lo que sucede en realidad es que las medidas que toma son políticas y sin duda perversas que persiguen continuar con el empobrecimiento de toda la población que comenzaron hace ya veinte años (recuerdan cuando Chávez decía “ser rico es malo, ser pobre es bueno”), en lo que han tenido un innegable éxito, y poder entrar como lo están haciendo ahora en “la masificación del carnet de la patria como un mecanismo más de control social,  lanzado en estos momentos como un salvavidas para que la gente no muera de hambre. Como bien dice José Ignacio Guédez, secretario general de La Causa R: “Ante la carestía y el aumento oficial de todos los bienes y servicios, Maduro se convierte en el patrono universal del país, ofreciendo salarios y bonos a trabajadores públicos, privados y por cuenta propia, o sea, a toda la población. Es el fin de la empresa privada como concepto y el colapso definitivo de la economía formal capitalista. Claro que la crisis es tan grande que los empresarios no van a oponer resistencia,  ante lo que en la práctica es similar a consentir que un tercero le compre joyas y ropa a su esposa. Si el Estado es quien paga la nómina, entonces es el verdadero patrono, así de simple”.

Mientras la oposición, en sus distintas expresiones, se mantiene alejada de la unidad, que es el único camino que podría llevarla a una victoria en su lucha por la democracia y la libertad, el régimen, aprovechando  el vacío que dejan esos desencuentros, no vacila en dar cada día pasos más contundentes en su propósito de someter al pueblo y atornillarse en el poder a como dé lugar. Basta ver la coherencia con que manejan y manipulan todos los instrumentos necesarios para lograr la sumisión de un pueblo que en más del 80% lo repudia.

Basta ver cómo ha logrado construir un verdadero sistema de represión formado por:  las rutinarias embestidas de las fuerzas del orden contra los ciudadanos que, con sobrada razón y derecho,  protestan contra las decisiones arbitrarias e injustas del régimen, las distintas formas  de compra, soborno, mentiras, amenazas y  chantajes con las que pretende doblegar la inconformidad popular, las decisiones  inconstitucionales que el régimen toma con el deliberado propósito de borrar del mapa los derechos ciudadanos, y esas otras formas de agresión y represión pública, tan usada por los regímenes comunistas, como son la descalificación continuada de todo opositor,  el escarnio al que son sometidos,  el insulto, la burla y la humillación.

Agresiones todas que, sumadas a la desinformación que el régimen maneja con suma eficiencia, la censura, el dominio pleno  de los medios de comunicación, las bolsas CLAP, las cadenas de bonificaciones,  cuya máxima expresión es el carnet de la patria, constituyen un sistema de agresiones contra las libertades ciudadanas.

Es bueno que se entienda que todo lo que aquí sucede es producto de un libreto ejecutado con premeditación y alevosía por el régimen para imponer el comunismo en Venezuela a como dé  lugar. No hay que llamarse a engaños, desde hace ya veinte años que llegaron al poder con las armas de la democracia y han ido tejiendo, con la ayuda de la antipolítica, las mafias oportunistas y el visto bueno de las izquierdas  radicales y fracasadas de buena parte del mundo,  la hiedra de la destrucción,  con un discurso populista basado, como siempre, en uno de los más destructivos de los antivalores,  como es el resentimiento de quienes,  por desgracia, o propia culpa, prefieren ser sumisos mantenidos, que trabajadores productivos. Definitivamente estamos de mal en peor, con la soga al cuello y anhelando una oposición sólida con un mensaje en la cual creer.


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