Sabía que tenía que llegar hasta Manaos y luego la ciudad de Porto Belo para finalmente cruzar a Argentina, nunca pensó que en su travesía desde Venezuela habría un desvío hacia Chile. Heicner González salió huyendo de la crisis de nuestro país en mayo de 2016 a Buenos Aires, con poco dinero en su cartera y hambre, forzada a comer una vez al día durante los últimos tres meses. Se fue sola en autobús, y durante el viaje entabló amistad con un grupo de coterráneos con los que aún mantiene contacto. Se ayudaron entre todos, se acompañaron y se dieron ánimo durante los más de 7.300 kilómetros de distancia entre ambas capitales suramericanas.

“Durante el camino me tocó encontrarme con venezolanos deprimidos, muchos que se querían devolver a medio camino. A mí nunca me pasó eso por la cabeza, yo sabía hacia donde iba”. Ya tiene 2 años y medio viviendo en Buenos Aires y trabajando en una oficina en el área administrativa, lo mismo que hacía en su país. “Cuando llegué a Argentina trabajé en un call center, también en un local de jugos desintoxicantes, limpiaba el hostal donde tenía la habitación, pero he tenido muchos ángeles que me han ayudado y guiado en el camino”.

Ella como miles de venezolanos salieron del país por tierra, aunque hoy podría considerarse afortunada por haberlo hecho en autobús, entre los miles que no han tenido otra alternativa que cruzar caminando, algunos cargando con sus hijos y el equipaje que sus manos le permiten. El viajar en autobús le dio mucho tiempo a Heicner para pensar, más bien pensar de más; “llevaba conmigo una libreta donde anotaba todo lo que iba sintiendo y viviendo durante el trayecto”. Así como ella, ninguno de los que abordaban esos autobuses sabían dónde iban a dormir, cuándo podrían bañarse o comer, “llegaba algunos momentos en que me desesperaba, me dolía todo el cuerpo. Llegamos a dormir en sillas y bancos en los terminales mientras esperábamos el próximo autobús”. Ella recuerda la experiencia como muy enriquecedora –con miedos, sí– y la describe como si fuera un salto al vacío sumado a la incertidumbre de lo que encontraría más abajo.

“La gente a veces no habla tan bien de los argentinos, pero me han tratado como una más; jamás me he sentido excluida, se han preocupado por mí. Estoy enamorada de este país y su gente”. Y es que su testimonio puede que esté colmado de suerte, o de ángeles en el camino como ella dice; lo que es cierto es que no se arrepiente ni un solo día de la decisión que tomó, “claro que hubo muchos momentos de llanto, de extrañar, de rabia, impotencia, de no saber cuándo volveré a ver a mi familia; largos días de extrañar olores, sabores y muchos abrazos…”. Al final es algo con lo que todos los que emigramos tendremos que vivir por el resto de nuestras vidas, cada uno aprende a sobrellevarlo de distintas maneras, porque hay unos que toman el autobús de regreso a mitad del camino, y hay otros que siguen sin mirar atrás. Como ella.

Twitter: @sebasmarcano


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