No podía ser de otra manera, sino como un asalto a mano armada, la convocatoria adelantada de elecciones presidenciales por la manada de la ANC. Se cansaron de simular en la mesa de negociaciones, de jugar a presentar algunas razones con un mínimo de lógica y civilidad, idiomas que aborrecen, y decidieron optar por la penumbra y la navaja, en eso en que siempre tan diestros se han mostrado.

El primer atropello es la convocatoria misma, como ya se ha señalado, tanto porque ha sido hecha por una entidad bastarda y sin competencia como porque es claramente ventajista al fijar un lapso en exceso breve, técnicamente indecente, y para el cual el gobierno está, por supuesto, más preparado, por ser el dueño absoluto del poder y porque ya se había apertrechado para la artera emboscada. Lo que así comienza anuncia ya otros, y hasta novedosos, métodos de embaucar la racionalidad electoral. Así que mucho cabe esperar para esta vital competencia del carnet de la patria, la corrupción del CNE o las agresiones físicas de soldados y gamberros contra testigos y votantes. Pero no abundemos, todos sabemos dónde estamos parados a partir de la mañana de este 23 de enero, de esa macabra celebración de una fecha libertaria.

Qué hacer, nos preguntamos ante esta vil celada, una vez más apoyada en la fuerza de las armas, que no es otro su sostén .Y en la cual nos estamos jugando la república y no es una metáfora. Un nuevo período de Maduro es una opción genocida y la clausura de las postreras formas de libertad que van quedando. Al parecer, ya circulan las dos respuestas imaginables: o aceptar, aun en las condiciones impuestas, el desafío confiando que es tal nuestra tragedia que tenemos con qué vencer o negarse a jugar con tahúres y legitimar de alguna forma lo que será una dictadura plena y quién sabe cuán larga. Menudo dilema, ya trajinado en el pasado, con resultados a la vista.

Pienso que un punto clave debería ser jugar nosotros también con esa ambigüedad impuesta. No hay por qué tomar una posición definitiva en lo inmediato, de suyo no hay por qué tomarla nunca. Tanto más porque hay que sopesar la opinión nacional y, también asaz importante, la internacional, que comienza a moverse y con fuerza, de ello casi todo depende. Lo que urge de momento es denunciar todos los abusos que acarrea la convocatoria. Por ejemplo, ya se ha señalado que en el lapso establecido no habría tiempo para incorporar al registro electoral algunos millones de votantes en el exterior y el interior del país. Como debemos atender los movimientos que tendrán que hacer los entes gubernamentales concernidos, lo que impiden y posibilitan. Y que servirán para delinear nuestra posición.

Pero, y ello parece indetenible porque ya está en alguna medida en curso, habrá que cumplir con las tareas básicas que no excluyan de entrada o, lo más triste, dividan una eventual participación.

Yo diría que una sobre todo, la unidad. La unidad que ha de servir para lo uno y para lo otro. Ante el peligro apuntado son babiecadas sectarias y circunstanciales las diferencias de algunos sectores opositores, y no se deben excluir los diversos desprendimientos del chavismo. Y otra tarea primordial es vencer esa desidia y la desesperanza que ciertamente ha contaminado de un tiempo a esta parte a amplios sectores, no ha mucho efervescentes.

No tenemos otra tarea en el inmediato futuro que elaborar con la mayor inteligencia y audacia las estrategias que nos conduzcan a un voto tan masivo que pueda aplastar todas las trampas y engañifas o irnos por otros senderos a esa larga y difícil batalla contra la pesadilla renovada y multiplicada. Y si alguno no está de acuerdo porque le irritan estos nudos de la historia, pero no tiene una opción concreta y viable que ofrecer, no joda.

No hay, no puede haber una argumentación sensata y mínimamente creíble para que un país que ha sido literalmente destrozado, masacrado, favorezca a sus sanguinarios verdugos. Esa es nuestra premisa mayor, y la que debe aupar nuestra fe en que de alguna manera vamos a vencer.


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