¿Saben los candidatos que postulándose le hacen el juego a la destrucción de Venezuela? ¿Saben los eventuales votantes que votando se hacen cómplices de su propia aniquilación? ¿Saben los partidos que participando de la farsa electoral sirven al fin de nuestra República? Si no lo saben o se niegan a saberlo, llegó la hora de apostar por la intervención humanitaria. Si los venezolanos no somos capaces de liberarnos, que nos liberen quienes lo sean. Llegó la hora de salvar a Venezuela

El maestro de Fidel Castro no fue ni Marx ni Lenin: fue Adolf Hitler. De cuya única obra, Mi lucha, escrita por el Führer en la cárcel en donde pasó dos años de detención por las mismas razones por las que Fidel Castro estuvo encarcelado en la Isla de Pinos luego del asalto al Cuartel Moncada: por haber protagonizado el famoso Putsch de la cervecería de noviembre de 1923. Obra en la cual asentó la famosa frase de la que Castro se apropiaría para su gloria en su misma circunstancia carcelaria, por golpista: “La historia me absolverá”. A Hitler la historia no lo absolvió. Terminó hecho cenizas frente a su cuartel general del Bunker del Tiergarten, en Berlín, en abril de 1945, rociado con gasolina y convertido en pira luego de dispararse un tiro en la sien. Tan poco lo absolvió la historia, que constituye hasta hoy el epitome del tirano moderno, asesino de masas, genocida, inescrupuloso e inhumano a escalas siderales. Responsable por la mayor carnicería habida en la historia mundial y de la Shoá, el asesinato y cremación de 5 millones de judíos, que lastrará a la humanidad por los días de sus días.

Pero Fidel Castro no solo extrajo de Mein KampfMi lucha, su enseña maestra. Extrajo de la vida y la obra de Hitler, del Tercer Reich, las leyes y normas fundamentales que rigieron, y aún rigen, el funcionamiento del Estado nazi que construyó. Presente en todas las formas tiránicas de gobierno: el desprecio por la ley, el desprecio por las formas, el desprecio por el ser humano. Y un demoníaco talento para malversarlas y convertirlas en formalidades vacías de todo verdadero sentido. Fichas todas de un solo tablero: el del poder. Que se trata de mantener contra viento y marea, así sea al precio de los crímenes más abominables. Y el sacrificio de la esencia de lo humano: la libertad.

A grandes rasgos se trata, en primer lugar, de anular toda legalidad e instaurar la ley de la selva. No hay norma. Y la que existe es un simulacro, una apariencia, una simulación, un disfraz. Siguiendo al pie de la letra la enseñanza nazi, transmitida desde La Habana, en Venezuela se vota, sistemática, ritual y perseverantemente, aun sabiendo los protagonistas que esos votos no eligen. Es una maroma automática, robótica: depositar un voto en una urna sin que ese acto automatizado tenga la menor consecuencia. Y ello por la sencilla razón de que en Venezuela, como en Cuba o en la Alemania nazi, el sistema normativo es decorativo y lo que verdaderamente importa es el sistema operativo. Y ese sistema operativo, el corazón de la tiranía, es intocable, es impalpable, es inmodificable. La tiranía no aceptará un solo acto o gesto que desmonte su relojería esclavizante.

El régimen nazi se había convertido en un autómata. Se había hecho total. Se había embalado por los rieles de los mil años que Hitler prometiera. Nada ni nadie lo hubiera sacado de esos rieles mediante fuerzas endógenas, inmanentes al sistema mismo. El monstruo era total, vale decir: totalitario. Inmutable. Pero su naturaleza violenta, agresiva, expansiva y guerrera lo llevó a su final: quiso conquistar el mundo. Y el mundo no se lo permitió. Su dinámica expansiva y depredadora lo llevó a enfrentarse con las naciones más poderosas de sus circunstancias que, unidas, eran absolutamente invencibles. Desde el mismo momento en que Churchill decidiera desalojar a sus apaciguadores y sacara del camino a Chamberlain y sus diálogos inútiles, asumiendo la guerra como una necesidad inevitable, se acabaron los mil años del reinado hitleriano. Bastó con que Japón cometiera el gigantesco error de atacar Pearl Harbour y provocara la ira de Estados Unidos, para que estos entraran en la guerra y decidieran el destino del nazismo. Exactamente como su intervención en la Primera Guerra Mundial decidiera el destino de la derrota alemana.

Las semejanzas no son gratuitas: “Para los nazis, las balas y las urnas eran instrumentos de poder complementarios, no alternativos. Los votos y las elecciones eran concebidos cínicamente como instrumentos de legitimación política formal; la voluntad del pueblo se expresaba no a través de la articulación libre de la opinión pública, sino a través de la persona de Hitler y de la incorporación por el movimiento nazi del destino histórico de los alemanes, tanto si estos estaban de acuerdo como si no. Además, normas legales comúnmente aceptadas, como la noción de que la gente no debe cometer asesinatos o actos de violencia, destrucción y robos, fueron ignoradas por los nazis porque estos creían que la historia y los intereses de la raza alemana («aria») justificaban medidas extremas en la crisis que se desató tras la derrota de Alemania en la guerra”. (Richard J. Evans. El Tercer Reich en el poder).

Mientras los partidos políticos que hacen vida en la llamada Mesa de Unidad Democrática no comprendan que los diálogos obedecen a tácticas dilatorias del régimen para afianzar su control policíaco militar sobre el conjunto de la sociedad venezolana, mientras se nieguen a entender que cada día que pasa se acrecienta la sistemática destrucción de nuestro nivel de vida, reducidos los venezolanos a luchar por sobrevivir, sin importarle cómo ni por qué vías, haciéndolos fácil presa de la tiranía, asistiendo a la emigración de millones y millones de compatriotas; digamos: mientras la MUD no entienda que cada día que pasa es un día menos de libertad y democracia y se niegue a luchar por la reconquista del poder, más lejanas serán la posibilidades de revertir la tragedia y desalojar a los tiranos.

¿Saben los candidatos que le hacen el juego a la destrucción de Venezuela? ¿Saben los eventuales votantes que se hacen cómplices de su propia aniquilación? ¿Saben los partidos que sirven al fin de nuestra República? Si no lo saben o se niegan a saberlo, llegó la hora de apostar por la intervención humanitaria. Si los venezolanos no somos capaces de liberarnos, que nos liberen quienes lo sean. Llegó la hora de salvar a Venezuela.


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