Se ha avanzado mucho. La estrategia envolvente de acumulación progresiva de presión –internacional, institucional, de organización y de calle– está dando sus frutos. La dictadura se encuentra más débil que nunca, al punto de que solo se mantiene temporalmente sostenida de las manos que en las otras empuñan los fusiles. En estas condiciones, son pocas las opciones que le quedan. Pero le quedan, y esto es lo importante.

En el plano internacional, sabiendo que las bravatas y amenazas allí no funcionan, y que la posibilidad del chantaje económico se le ha reducido al mínimo, opta por arroparse con la bandera de víctima y llamar a los pocos aliados para intentar un engaño de diálogo que le permita algo de oxígeno. En el plano militar, su esperanza está en que los cuarteles compren el disfraz de la soberanía amenazada, y en sembrar miedo sobre supuestas represalias a sus miembros una vez instaurada la democracia. Dado el curso de los acontecimientos, tales opciones no parecen estar funcionando.

Sin embargo, los dos planos anteriores –el internacional y el militar– cobran mayor viabilidad de incidencia en la medida en que se ven acompañados por un tercer factor, que es un rechazo popular que se visibilice en las calles y haga presencia activa en todos los espacios y rincones del país. Sin esto último, los primeros pueden sufrir una mengua importante en el sustento que les da legitimidad y eficacia política. La dictadura lo sabe, y por eso apunta hacia allá su estrategia de supervivencia. ¿Cómo desmotivar a la gente, cómo desactivar las calles y la presión ciudadana generando la necesaria frustración que las apague?

Lo primero, por supuesto, es reprimir y disuadir con la amenaza de la fuerza bruta. Al momento de escribir esto, ya suman 73 los venezolanos asesinados y 956 los detenidos a raíz del grito de libertad y justicia del 23 de enero pasado. La esperanza de la dictadura es repetir su exitosa estrategia de 2017, cuando la sanguinaria represión fue el factor principal en el agotamiento de las protestas de entonces.

Lo segundo –y en esto el gobierno es demostradamente bueno– es generar campañas mediáticas y digitales que propicien desinformación y confusión. La psicología de las masas ha demostrado cómo el paso previo a la frustración y a la desmotivación que se busca es inundar a los adversarios con informaciones falsas, contradictorias, que produzcan vaivenes afectivos de alegría y tristeza, en una especie de “montaña rusa” emocional difícil de soportar en el tiempo y que suele terminar irremediablemente en desilusión y apaciguamiento. En este esfuerzo se incluye el jugar con el tiempo, para provocar el desgaste de unas expectativas que venden su caída como fácil e inminente.

Y por último, hacer lo que sea para dividir a las fuerzas del cambio. Desde inventarse una elección parlamentaria extemporánea e ilegal, con la esperanza de que algunos acepten participar en ella, hasta propagar los consabidos cuentos de negociaciones de trastienda para intentar renacer el fantasma de la oposición “mala” vs la “buena”, tratando de ocultar que el verdadero enfrentamiento es entre un inmenso país que se cansó de sufrir y una minoría corrupta que se empeña en seguir sometiéndolo por la fuerza.

Una cosa es que vayamos bien, y otra que se haya logrado el objetivo final. Por eso hay que entender la estrategia del enemigo y evitar que la necesaria presión popular disminuya, sino que por el contrario se mantenga y aumente. Para ello, la mejor forma de hacerlo –y al mismo tiempo el reto que se nos presenta– es que la población y sus sectores sociales se organicen en torno a identificar y definir actividades y tareas concretas que les lleven del peligro de convertirse en espectadores pasivos a un papel activo de incidencia política, cada quien dentro de su especificidad y circunstancias particulares, lo cual es clave para mantener la motivación y la presión social creciente.

La mejor forma de ayudar a que la dictadura permanezca es bajar la guardia, y que nuevamente triunfe su estrategia de desmovilización y desesperanza.

Pero como usted, al igual que la inmensa mayoría del país, ya tiene tiempo resistiendo y abogando por un país distinto, la invitación es a que no luche solo. Somos millones en esta cruzada. Si nos acercamos y articulamos esfuerzos en tareas comunes, no solo alejaremos el riesgo de la desmotivación y el desgaste, sino que estaremos transformando en formidable realidad aquello de que un pueblo unido jamás será vencido.

 


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