Llevábamos años señalando la importancia trascendental de las pasadas elecciones colombianas. Desde el triunfo de la Revolución cubana, este país ha sido codiciado por el castrismo como punta de playa en la expansión comunista continental. En ningún otro país las guerrillas comunistas habían logrado ser un peligro tan fuerte para la democracia y solamente por la aguerrida posición del presidente Álvaro Uribe, con su política de seguridad democrática, se impidió que el castrocomunismo tomase el poder por la vía armada. Lamentablemente, la traición de Juan Manuel Santos casi logró imponer la estrategia del Foro de Sao Paulo de establecer la dictadura comunista a través de la vía electoral, incluso implantando la dictadura del Farcsantismo, al desconocer la voluntad popular expresada en el plebiscito de octubre de 2016.

Es por ello que las elecciones del 17 de junio eran vitales para la democracia: o triunfaba esta con la elección de Iván Duque o caíamos en manos del socialismo del siglo XXI, representado por el ególatra Gustavo Petro. El pueblo colombiano supo ratificar su inteligencia política y apego a la democracia de octubre de 2016, derrotando contundentemente el proyecto de expansión comunista del Foro de Sao Paulo, lo cual hubiera significado la implantación del fracasado modelo chavista en nuestro país. Colombia demostró una vez más su larga tradición de legalidad e institucionalidad democrática.

Fue solo el primer paso. Ahora le corresponde al presidente Duque y a los partidos de la coalición democrática que le brindan su apoyo rectificar el camino de ilegalidad, corrupción, deslegitimación, sociedad con el narcoterrorismo, imperio de la inseguridad y estancamiento económico que significó el gobierno de Santos. Acompañado por el liderazgo de Álvaro Uribe Vélez, Colombia retomará el camino de seguridad, paz y diálogo social que imperó en los 8 años de su gobierno.

Obviamente, el presidente Duque tiene su propio proyecto, su propia personalidad y estilo, y gobernará con total independencia y autonomía, pero requiere del apoyo de las verdaderas fuerzas democráticas que luchan por la protección de Colombia del peligro comunista, en lo que Uribe y el Centro Democrático desempeñarán un papel de vanguardia en el frente democrático integrado por los partidos de la coalición gubernamental. Un rol trascendente lo tendrá también la vicepresidente Martha Lucía Ramírez, quien ha probado su inteligencia, capacidad y don de mando.

Considero que el primer objetivo que debe acometer el gobierno de Duque es la rectificación de las vergonzantes gabelas dadas por Santos al narcoterrorismo, en un acuerdo de paz, que solo significa la entrega del país a las FARC. Obviamente, eso no significa –como lo quieren hacer ver los corifeos de las FARC– estar en contra de la paz y ser guerrerista, sino todo lo contrario: limitar los alcances de ese vergonzoso acuerdo Santos-Timochenko significa encauzar a Colombia en un verdadero camino de paz, legítima, legal, institucional y sostenible.

En este aspecto el presidente Duque ha sido brillante. Demostrando su talante de estadista ha llamado a la conciliación nacional, para que en unidad se rectifiquen los excesos concedidos a las FARC. Él ha destacado tres puntos: la no impunidad, la no elegibilidad de los criminales de lesa humanidad y la no aceptación del narcotráfico como delito político conexo. Si se asegura que los criminales de lesa humanidad paguen una pena adecuada y justa, acordada incluso con gran benevolencia (por ejemplo, cinco años en una colonia agrícola); que no sean elegidos para cargos de representación popular (menos aún designados a dedo como senadores y representantes) y se elimina el narcotráfico como delito político conexo, se acabará la confrontación en el país respecto a la impunidad acordada por el acuerdo Santos-Timochenko y se impondrá una verdadera paz en Colombia.

Personalmente, considero que la mejor vía para hacer estos correctivos es el llamado al constituyente primario, vía referéndum, para que esa inmensa mayoría que votó por Duque ratifique su deseo del triunfo de la democracia sobre el socialismo del siglo XXI.

Un segundo aspecto vital en una exitosa gestión de Duque es retomar la senda del crecimiento económico, esta vez con una diversificación del aparato productivo y con un gran énfasis en el aspecto de la equidad social. El presidente Duque es un experto en el tema y estoy seguro de que sabrá elegir un equipo técnico de lujo, que cimentará las bases del “milagro colombiano”. Superar la pobreza vía el crecimiento económico sí es posible hacerlo en un mediano plazo, como ha podido ser demostrado por los llamados “tigres asiáticos”.

Finalmente, consideramos necesario que el gobierno de Duque impulse una gran reforma institucional, que modernice y reduzca el Estado, que haga cambios en la justicia, en el ámbito fiscal, en el de las pensiones y un largo etcétera de procesos de revigorización democrática. Pero, por encima de todo, Duque deberá poner los valores como el eje fundamental de la vida pública en Colombia. La pérdida de valores fundamentales como el respeto a la vida, la libertad, la propiedad, la familia, el imperio de la ley, la honestidad, el derecho a la libertad de conciencia ha sido la causa del descalabro político, social y económico del país, incrementado en forma gigantesca durante los últimos 8 años.

La tarea de Duque es, pues, gigantesca; pero, como bien entendió el pueblo colombiano, él es un estadista, un hombre de valores y una envidiable combinación de tecnócrata y político, lo cual le asegura la capacidad para triunfar en su labor. La victoria de Duque significará el triunfo definitivo de la democracia; su (improbable) fracaso, la continuidad del peligro comunista. Todos los colombianos de bien, que somos mayoría, debemos unirnos como un solo hombre para apoyarle.


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