Las asociaciones y organizaciones diaspóricas de Colombia y el mundo agradecen al Museo de Arte Moderno de Bogotá la exposición dedicada a la diáspora venezolana. El equipo humano del museo preparó, con mucho esmero, la exhibición de la artista mexicana Teresa Margolles, quien es fotógrafa y médico forense. La exposición se hace eco del dolor y sufrimiento del éxodo venezolano a través de la porosa frontera colombo-venezolana.

La muestra narra la tragedia humana, pero también la esperanza de quienes han convertido esos senderos y trochas en caminos de libertad. Imágenes de los rostros de quienes buscan en al otro lado de la frontera los alimentos, las medicinas, las fuentes de trabajo y la vida.

Bajo el lema “Estorbo”, aquello extraño y molesto, la exposición cumple el triple cometido de documentar, denunciar y difundir el dolor y la crisis humanitaria venezolana. Quienes huyen lo hacen en medio de un país en penurias, en el cual sus ciudadanos mueren de inanición. Acercar esa realidad, próxima al escalofrío, a los ciudadanos colombianos, es una forma de aplacar cualquier brote de intolerancia y xenofobia. La exhibición reivindica el derecho a la vida y permite comprender el dolor que embarga a quienes forzosamente han debido migrar buscando en otros países lo que no encuentran en el suyo.

La artista combina la fotografía, la cerámica, el tejido, la vestimenta y el sudor de los migrantes, construye adoquines con sus franelas, incorpora los tejidos cosidos por los migrantes sobre tela usadas para cubrir a los fallecidos en las peligrosas trochas. Los retratos de las carretilleras con los implementos con los cuales acarrean las cargas, cuyo peso está simbolizado en una inmensa piedra del río Táchira colocado en medio de uno de los espacios, junto a la fotografía con la que se promueve la muestra. Una carga cuyo peso dobla pero, paradójicamente, alivia a quienes lo cargan, pues es el medio, el asidero que evita que caigan en las garras de las  “industrias de los procesos migratorios”.

Con las fotografías la diáspora adquiere cuerpo y rostro y se humaniza. Fotos a escala humana compartiendo el espacio con los visitantes. El trabajo con las telas ensangrentadas por quienes fallecían en esas difíciles trochas y las arcillas del lugar, convertidas en sombrillas y pequeños ladrillos distribuidos como lápidas miniatura en el cementerio, muestran los riesgos del camino. Las  franelas, impregnadas con el sudor de los viajeros, se perpetuaban en adoquines que preservan la historia y se colocan como las piedras del río, obstáculos naturales a la decisión de migrar.

La exposición documenta lo que ocurre en ese tránsito. Allí están quienes dejan todo atrás, quienes viajan ligeros de carga, persuadidos de que valdrá la pena el derecho de vivir dignamente. También muestra las imágenes de quienes a diario buscan en la frontera colombiana los centros de alimentación y atención, las medicinas y alimentos y las fuentes de ingreso para continuar sobreviviendo.

El museo añadió valor al proporcionar información sistemática del contexto social, económico y político de las dos últimas décadas, período en el cual se ha producido el mayor desplazamiento humano conocido en Latinoamérica. Este aporte ilustra al visitante del museo acerca de dónde hallar los orígenes de la tragedia.

Una afirmación de la artista llamó mi atención. Decía: La morgue es una institución cuyo desempeño y resultados revelan el grado de descomposición de una sociedad. De inmediato vinieron a mí las imágenes de la precariedad de las morgues venezolanas y su incapacidad para atender el creciente número de fallecidos por incontables causas, y me hizo evocar una frase terrible que sintetiza uno de los motivos medulares del éxodo: “En Venezuela, la única nevera llena es la de la morgue”.

El hecho de que la exposición haya sido promovida en Colombia tiene una extraordinaria importancia: cobija más de 1,3 millones de venezolanos, cerca de 25% de toda la diáspora. Ha abierto sus brazos pese a estar inundada de problemas propios: bandas armadas que han hecho de la droga y el secuestro un modo de vida, elevados niveles de informalidad, desplazados, dificultades económicas y debilidades institucionales, que se hacen mayúsculas en las ciudades más próximas a las fronteras, allí donde arrecia la migración.

La muestra se celebra en medio de un nuevo cierre de frontera de parte del régimen usurpador en Venezuela. El anterior, en 2015, se prolongó durante varios meses y los ciudadanos colombianos fueron expulsados de un modo indignante, propio del nazismo. Por ello hemos pedido disculpas públicas, pues lo hecho por ese régimen no representa la venezolanidad.

Frente a un éxodo de tales dimensiones, las élites colombianas han actuado de un modo inteligente, con prudencia y mesura. Han sabido diferenciar entre un régimen servil a la dictadura cubana, que representa la servidumbre, la destrucción y se comporta como inductor de discordia de la sociedad venezolana y la sociedad, las organizaciones sociales y políticas democráticas, representantes de la venezolanidad, aquella abierta a la inmigración, al desarrollo y la modernidad.

Esas élites han sabido sortear las ofensas continuadas del régimen venezolano a través de los más diversos medios. Le han brindado cobijo a los venezolanos mientras el Estado venezolano se desentiende. Las instituciones colombianas de Fronteras y Migraciones ofrecen atención primaria, vacunan, identifican las necesidades de quienes llegan y la forma como impactan los servicios de la ciudad en la cual se instalan.

El Estado colombiano posee información y sobre esa base formula políticas públicas más precisas y certeras. La información recabada posibilita identificar las necesidades y los aportes de la migración en términos de consumo, inversión, crecimiento económico y desarrollo de la capacidad emprendedora. Las instituciones colombianas responsables de la gestión de la diáspora son conscientes del importante número de venezolanos que invierte, produce riqueza y empleo y, por ello, crean condiciones para impulsar el proceso de integración regional una vez se produzca el ansiado cambio.

Los demás países latinoamericanos comparten la estrategia adelantada por Colombia, estrategia que, además, ha dejado muy mal parado al régimen venezolano. La región está dando un ejemplo de humanidad a la dictadura venezolana y al mundo. Han colocado a los derechos humanos por encima de cualquier otra consideración. Sabedores de la proverbial ineptitud del régimen venezolano y de su incapacidad para garantizar los documentos de identidad a sus ciudadanos, aunque paga por ello sumas onerosas a la dictadura cubana, los reciben en sus países sin documentos personales.

Los gobiernos de Colombia y la región desempeñan un papel activo en el Grupo de Lima y en la OEA, y junto a los demócratas venezolanos denuncian al régimen dictatorial y promueven acciones para recuperar la democracia perdida.

A la rebelión de toda la sociedad se suman los militares que no forman parte de las bandas de corrupción y narcotráfico. Militares cuyo ascenso depende, no de las competencias y habilidades, sino del grado de sumisión y de aceptación de la cesión de la soberanía del país a la dictadura cubana; del silencio que sepan guardar de las tropelías y negociados en todas las áreas: guías para la distribución de alimentos, secuestro de títulos, coltán, oro, droga, petróleo y derivados, etc.

No sabían los responsables de propiciar la tragedia y la migración, la importancia de esta para el desarrollo e integración regional. Muchos de quienes migraron se quedarán en el país que los acogió. El trabajo que ha venido realizando esa inmensa diáspora que hoy vive en  Latinoamérica prefigura lo que es posible hacer.

Diversas estimaciones ponen de relieve el impacto positivo de la migración sobre el producto interno bruto, aproximadamente 4% lo cual representa cerca de 3,2 trillones de dólares. Las diásporas favorecen la expansión de los negocios y sus habilidades mitigan los vacíos de las fuerzas de trabajo nativas e introducen nuevas ideas y perspectivas. La verdadera integración, como la que comenzó a experimentar la región en 1980, se produce cuando hay movilidad de negocios y del capital humano que los hace posibles: cuando hay una amplia participación del sector privado.

En palabras de un estudioso del tema, “los migrantes pueden desempeñar un importante papel en la consolidación del desarrollo desde fuera. Desde esta nueva perspectiva, en lugar de ofrecer incentivos para que el migrante retorne a su país de origen, decisión de carácter personal, se hace necesario promover la creación de lazos con miembros individuales de la diáspora, con sectores seleccionados en los países de origen y acogida, con el propósito de canalizar recursos para de este modo asegurar un mejor aprovechamiento de esas inmensas reservas internacionales. Para ello es importante impulsar la integración verdadera, aquella producto de alianzas y acuerdos que cuenta con una extraordinaria participación del sector privado y la sociedad civil.

@tomaspaez


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