La exhibición de la llegada de tropas y aeronaves rusas, supuestamente previstas dentro de los convenios de cooperación con Venezuela como un apoyo al gobierno de Maduro, cumplió su cometido de generar algunos temores. Que los rusos decidieran elevar su perfil de apoyo por encima de lo declarativo y del respaldo en organismos multilaterales como el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas para presentarse como un incondicional aliado militar generó sobre todo preocupación y frustración entre aquellos que ven en una intervención armada la solución de la tragedia que vivimos. No faltaron calificaciones de actuación decidida de los rusos versus habladera de pistoladas de los gringos que no le piensan echar pichón.

Como era de suponer, el gobierno de facto intentó sacarle más provecho a la puesta en escena. Se sintieron fortalecidos y capaces de pasar a la ofensiva. La visita de Arreaza a Siria y la foto con Al Assad sirvieron para enviar el mensaje de que están dispuestos a llegar hasta las últimas consecuencias, incluyendo una guerra civil, con tal de no entregar el poder. El representante de la dictadura venezolana hizo un llamado a los pueblos del mundo a aprender de Siria, que “venció a los grupos terroristas provenientes de todo el mundo”, para referirse a la gran mayoría de los países democráticos del mundo que manifestaron su rechazo a la genocida dictadura de Al Assad apoyada por Rusia, esquema que tratan de repetir en Venezuela.

Pero es de tales dimensiones la crisis en Venezuela, sin que haya existido un conflicto bélico, que es cada vez más contundente la reacción de la comunidad internacional apoyando una salida democrática. Tan solo la semana pasada se dio una declaración de las cancilleres del G-7 en la que se subrayó la urgencia de restablecer el respeto total del orden democrático y constitucional en Venezuela; la organización cuanto antes de una nueva elección presidencial libre, transparente y creíble y expresaron su preocupación por las numerosas alertas de graves afrentas a los derechos humanos y por la creciente crisis económica y de servicios y sus repercusiones humanitarias. Subrayaron de paso su rechazo por el despliegue de fuerzas militares rusas, que corre el riesgo de agravar una situación crítica, tema que formó parte también de la preocupación de la OTAN en reunión de días pasados.

A quién va dirigido entonces el mensaje del gobierno de Maduro. En primer lugar a  los venezolanos para hacernos sucumbir en la desesperanza y el terror. Es de suponer que a los países vecinos -especialmente Colombia- y a Estados Unidos, para disuadir cualquier intención de apoyo de una acción armada. Pero me pregunto si habrán contemplado el impacto que pueda producir en la Fuerza Armada Nacional la posibilidad de verse involucrados en un escenario bélico de tal envergadura, sobre todo si tal como dicen los entendidos lo que las mantiene cohesionadas no es la lealtad sino el miedo, lo que unido a las grandes diferencias entre Maduro y Al Assad y de los problemas que se dirimen al interior de Siria y Venezuela no hacen muy creíble el indeseable traslado mecánico de este escenario  

Lo que sí es seguro es que tenemos una invivible realidad nacional repotenciada por apagones y escasez de agua, un rechazo de más de 80% al mandatario usurpador y un reconocimiento de casi 80% a Juan Guaidó, lo que no hace para nada descartable que la liebre salte desde adentro habida cuenta que los dolientes somos demasiados y están en todas partes. Para muestra la descomunal  manifestación del sábado pasado.


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