En enero de este año 2018, la prestigiosa revista norteamericana The National Interest publicó un artículo de Todd Royal en el que este destacado analista internacional del tema petrolero ponía de relieve el interés de largo plazo que China viene prestándole a Venezuela y la manera como ello se ha manifestado a lo largo de las últimas décadas.

Nunca la tesis política de la legitimidad del interés nacional que valida todo tipo de acciones de los países en el terreno de la diplomacia o de las relaciones internacionales modernas, cuando se actúa en beneficio propio, ha estado mejor representada que en el caso del irrestricto apego de China a un país a todas luces equivocado y díscolo, manejado por un grupo de dirigentes cuestionados a escala planetaria, que han llevado al país a la quiebra y que crecientemente vienen incumpliendo sus compromisos internacionales, los financieros puestos en cabeza de la lista.

China, siendo el mayor consumidor mundial de energía, tiene la necesidad, si no la obligación, de mantener al país suramericano dentro de su lista de prioridades geopolíticas para garantizarse una razonable provisión de petróleo y de gas. Para Todd Royal, cada uno de los pasos dados por el gigante chino en torno a Venezuela, sin bien comportan innegables y mayores riesgos, son vistos como inversiones en favor de su seguridad.

Al lado de ello, una presencia incisiva y constante de China en Venezuela faculta al socio de la revolución chavista a manipular a Nicolás Maduro, su gobierno y sus recursos naturales a su favor, al tiempo que gana una presencia relevante dentro del ámbito latinoamericano, una zona geográfica que es, por demás, arena de interés estratégico igualmente de su principal contendor en la escena internacional. Hablamos del Estados Unidos de Donald Trump.

El aislamiento económico y la reprobación moral de los cuales está siendo objeto Venezuela por el resto del continente y la persecución orquestada en contra de esa corrupta cleptocracia por parte de los países con mayor peso en la región y en la comunidad internacional están creando un espacio para que China se afiance al lado del dictador y para que Rusia igualmente tome partido de la debilidad. Ni los principios, ni la ética, tienen cabida en esta manera de relacionarse con el oprobio.

Es esa misma tesis del “interés nacional” a la que estos dos países han apelado al impedir de manera explícita las acciones que el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas pueden iniciar en contra de la pandilla que gobierna, roba y azota a Venezuela. Maduro lo sabe y, en la medida en que la diplomacia se ha agriado en su entorno, las puertas están más abiertas a establecer comanditas de todo género con Xi y con Putin, y a concederles prebendas en el manejo de los intereses petroleros y gasíferos de la nación.

El lunes, la sesión del Consejo de Seguridad, convocada para discutir la desgracia venezolana, la cual contó con detallada y bien estructurada documentación acerca de los dramas que vive el país y la corrupción rampante de sus gobernantes, incluidos temas como el soporte al terrorismo, no contó con la asistencia de China, que ha hecho saber que toda iniciativa que pase por este órgano cimero que vaya encaminada a reprobar o a castigar la actuación dictatorial será bombardeada desde los escaños cuyas directrices vienen de Pekín.

Esta ayuda China a regímenes dictatoriales, y al de Venezuela en particular, la hace cómplice de las crisis que sus poblaciones atraviesan y la convierte en contribuyente de la destrucción de un país.

Todo ello tiene un buen asidero ya que se hace en aras de su propio “interés nacional”.


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