“La política gubernativa respecto de los medios de comunicación social no puede ser más nociva. La comunidad, sabedora de que hay temas sobre los cuales no se puede opinar y acontecimientos que no se pueden narrar, ha aprendido a dudar de cuanto se informa y comenta, lo que representa un modo distinto de ver la vida y entender la sociedad. Se ha creado el hábito de la desconfianza y la incredulidad, en cuyo clima toda obra de bien común se hace difícil. El pueblo culto e informado de ayer, es hoy un pueblo indiferente y ajeno, que, al no tener acceso a una parte del acontecer, se ha desinteresado por conocer la parte que se le cuenta”. Este relato, que escasamente refleja la magnitud de lo que está ocurriendo en Venezuela en materia informativa, corresponde a una carta del presidente del Colegio de Periodistas de Chile al presidente de la Corte Suprema de ese país en tiempos de la dictadura; pero sirve para poner de relieve algunos de los efectos que la “hegemonía comunicacional”, por una parte, y la censura, por la otra, están teniendo en la sociedad venezolana. Lo que no se menciona en esa carta es cómo la censura repercute negativamente en el crecimiento económico, en la prosperidad de la población, y en la convivencia pacífica.

Amartya Sen, un intelectual galardonado con el premio Nobel de economía, ha sostenido que la libertad de expresión desempeña un importante papel en el desarrollo económico de un país, pues las libertades políticas pueden contribuir de manera extraordinaria a dar incentivos y a suministrar informaciones para solucionar las necesidades económicas acuciantes. Los derechos políticos brindan a los individuos la oportunidad de llamar la atención sobre sus necesidades generales y demandar la adopción de las medidas apropiadas; porque la respuesta de los gobiernos al sufrimiento de los individuos suele depender de las presiones que se ejerzan sobre ellos, y es allí donde el ejercicio de la crítica y la protesta puede ser más importante. Es por eso que, en opinión de Sen, nunca ha habido una hambruna en un país que tenga partidos de oposición para expresar las críticas, y que permita que la prensa informe libremente y ponga en cuestión el acierto de las medidas del gobierno. Cuando no hay libertad de expresión ni derechos políticos, los venezolanos conocen perfectamente lo que ocurre. ¡No hay milagros económicos en dictadura!

Las ideas hacen avanzar a las ideas; pero ellas sólo pueden germinar y desarrollarse en un ambiente de libertad y tolerancia, muy distinto del clima imperante en un cuartel militar. Por eso, Walter Lippman sostenía que, en una democracia, se tolera a la oposición no porque sea constitucional, sino porque es necesaria. Pero los tiranos no necesitan de ideas para mejorar las condiciones de vida de sus pueblos, sino de bayonetas para sostenerse en ellas.

En su sentido más amplio, la libertad de expresión tiene una importante connotación política, que, entre otras cosas, supone el derecho a recibir informaciones de todo tipo, y particularmente informaciones de interés público. En vez de estar sometidos a la censura de los medios de comunicación y al bloqueo de Internet, deberíamos tener acceso a información relacionada con los acontecimientos de esta semana. Por ejemplo, los venezolanos tienen derecho a saber qué otros funcionarios, además del ministro de Defensa, del presidente del TSJ y del comandante de la Guardia Nacional, estaban (o están) en conversaciones con el gobierno de los Estados Unidos sobre la devolución del poder político a los venezolanos; asimismo, los ciudadanos de este país tienen derecho a saber si es verdad que, el martes pasado, Nicolás Maduro tenía todo preparado para abandonar el país e irse a Cuba, y que el gobierno de Rusia lo disuadió para que no lo hiciera; no se trata de saber quién miente, sino quién maneja los hilos del poder. No permitir el libre flujo de informaciones e ideas de todo tipo sólo alimenta rumores e impide contrastar la información proveniente de fuentes no siempre confiables.

En estos momentos de incertidumbre, cuando imagino que todos los venezolanos quisieran tener más información sobre el destino que les espera, lo que destaca es la censura y la represión. El bombardeo sonoro de cadenas de radio y televisión no es el equivalente a la libertad de expresión, que también supone alguna libertad para elegir lo que queremos escuchar, sino la manifestación más palpable de la tiranía comunicacional. En vez de escuchar las fantasías de una mente delirante, tal vez, preferiríamos tener información sobre cuándo va a llegar el agua, dónde podemos comprar pan, o cuándo es que, finalmente, Nicolás Maduro se va a ir de Venezuela.


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