“Pocas vidas ilustres, en efecto, irradian una luz tan limpia y tan noble, y un ejemplo tan fortalecedor, como la de este varón extraordinario”, así comenzaba Ángel Raúl Villasana su Discurso, pronunciado en San Diego de los Altos, ante el busto de Cecilio Acosta, el 6 de marzo de 1938.

¿Quién fue Cecilio Acosta? Si se pregunta en cualquier ámbito venezolano, algunos, un tanto “instruidos”, responderán que nació en San Diego de los Altos, atinarán diciendo que fue un intelectual del siglo XIX y pare usted de contar, y, para mi asombro, hace días, yo hablaba de este homenaje a los doscientos años de su nacimiento a una profesional universitaria, quien comentó: “Sí, Cecilio Acosta, un valor del siglo XX”. Otros, podrán hablar, además de sus datos biográficos, de su obra y su posición liberal. Uno de nuestros grandes valores civiles no es lo conocido que debiera. No exagero, circulan en Internet algunos artículos que ni siquiera atinan con su lugar de nacimiento.

El propio pueblo, San Diego de los Altos, por donde circuló con cierta frecuencia –pues es cercano a mi casa–, está muy lejos de verse como un lugar histórico. La iglesia, la plaza y el Museo Cecilio Acosta lamentablemente muestran un fuerte deterioro. La plaza suele llenarse de vendedores y también con muchas personas que hacen las largas colas, cuando aparece alguno de los productos escasos en el supermercado que queda justo frente a la iglesia. Las oficinas de la parroquia –donde se expiden todos los documentos que se necesitan en la cotidianidad, como la fe de vida o las distintas constancias oficiales–, es una linda edificación, pero por dentro el descuido es palpable. Nada hace pensar que en este pueblo transcurrió la vida de un pensador como Cecilio Acosta.

Hombre humilde, sabio disfrutó del reconocimiento de los hombres más acreditados de las letras tanto en España como en América. A su muerte, el diario El Siglo escribía que Acosta había sido “notabilidad entre nuestros notables escritores, miembro correspondiente de la Academia Española y ciudadano cuyo carácter y virtudes públicas y privadas habían conquistado la universal simpatía y estimación de esta sociedad”. Sigue El Siglo reseñando la vida y obra del gran escritor y dice: “…la sabia y circunspecta Academia de la Lengua, no dudó en hacer figurar su nombre en la lista de sus miembros honorarios”.

Acosta ha sido calificado como uno de los distinguidos representantes del humanismo de nuestro siglo XIX. Su extensa producción engloba estudios que abarcan distintas disciplinas como la sociología, la historia, el derecho, la educación, la filosofía. Muchas de sus reflexiones sobre Venezuela, la política y la educación fueron publicadas en los diarios de aquellos años, como La Época, El Liberal, El Centinela de la Patria y la Tribuna Liberal. Hay escritos de Acosta que no han sido difundidos lo suficiente como se merecen; uno de esos trabajos, Los dos elementos de la sociedad, fue publicado en varias ediciones del periódico El Centinela de la Patria de 1846. Vale la pena referirse a este análisis que lleva a cabo acerca de dos factores constitutivos del avance de la sociedad humana: las ideas y la fuerza.

En un artículo excelente, publicado por Lógoi, Revista de Filosofía de la UCAB, Jaime Palacio examina este escrito de Acosta para resaltar, justamente, que siendo Acosta un liberal y, además, ilustrado, era razonable que entendiera las ideas como las conductoras del hombre hacia la felicidad, mientras que la fuerza, por el contrario, incitaba tanto el caos, como la inmoralidad. Citemos al propio Acosta: “En efecto; criado el género humano para la felicidad, si la felicidad estriba en la paz y en la conservación de unas mismas relaciones; y esa paz y esas relaciones pueden con frecuencia verse turbadas por la fuerza, que obra sin saber, porque no ve, y por capricho, porque es egoísta, es preciso que haya un elemento más eficaz que ella, y que sea inteligente para que dirija, y que sea poderoso para que mande y sea obedecido”.

Por su parte, Palacios explica esta referencia al texto de Cecilio Acosta diciendo que “cuando Acosta se refiere al progreso, piensa en el resultado de una evolución social en la que las ideas han dominado a la fuerza, como el jinete que doblega la naturaleza brusca de la bestia. Con las ideas o conocimientos, una vez logrado un nuevo cosmos social, viene la paz y con ella el derecho y de su mano la propiedad y así el progreso. Es entonces un progreso que es resultado de la combinación de los elementos más sublimes de la humanidad, sin los cuales es imposible, y que también los expresa en: derecho, religión y filosofía. Estos tres elementos de razón luchan contra los desafueros, la barbarie y la ignorancia que, en contrapartida, son los engendros de la fuerza”.

Leer estos escritos de don Cecilio Acosta nos acerca a un pensador que, tristemente, nuestros jóvenes bachilleres desconocen casi por completo. En días pasados, en mi artículo quincenal del diario El Nacional, insistí en la necesidad de rescatar del olvido a nuestros héroes civiles.

A propósito de esta necesidad de eliminar esa amputación que representa el sesgo militarista de nuestra historia, viene también a mi memoria Pedro Díaz Seijas, individuo de número de la Academia Venezolana de la Lengua y miembro correspondiente de la Real Academia Española, quien le dedicó a Acosta un extraordinario trabajo, titulado Cecilio Acosta: El apóstol y el pensador. En esa obra, Díaz Seijas nos dice: “Un hombre como Acosta, formado en las más avanzadas fuentes del derecho constitucional, del pensamiento republicano, de los teóricos europeos de la primera mitad del siglo XIX, ha debido ver con horror cómo en la política criolla de entonces el presidente de la República incita al atropello de las leyes y después se excusa diciendo que ‘la Constitución sirve para todo”.

Para finalizar, recordemos unas líneas de Jesús Rojas Marcano quien decía: “Cecilio Acosta no inclinó jamás la frente ante ningún tirano”.


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