Los inefables Monty Python postularon, en una fábula memorable sobre la vida de Jesucristo llamada La vida de Brian, dos movimientos de resistencia ante los romanos. Uno era el Frente Popular para la Liberación de Palestina y el otro el Frente del Pueblo para la Liberación de Palestina, y ambos coincidían en una sola cosa: había solamente algo peor que los dominadores romanos. Era el trente opuesto. El gag es una metáfora de varios conflictos (las guerras de la oposición tuitera, entre otras) pero viene al pelo para entender un elemento básico de la hoy muy encumbrada Avengers: Endgame, apellidada 1.093 millones de dolares de recaudación en el primer fin de semana de su estreno.

La película, que arranca con unos superhéores maltrechos, luego de su última refriega con el perverso Thanos en la entrega anterior, es la historia de un contraataque. Debieran precisarse, sin embargo, los términos del mismo, o más bien el calibre de sus contrincantes. En realidad la batalla es entre DC Comics, una subsidiaria de la Warner y Marvel, hijastra de los Estudios Disney. DC Comics revista entre los integrantes de su colectivo Liga de la Justicia a Batman, Superman y últimamente, la Mujer Maravilla, en tanto que Marvel tiene en su portafolio al Hombre Araña, Iron Man , Hulk y unos cuantos más. Los villanos también entran en la ecuación. En esta batalla Marvel lleva una ventaja considerable. La última entrega (Avengers, Infinity War del año pasado recaudó 2.048 millones) contra unos escasos 614 ídem de la Liga de la Justicia en 2017.

Ahora bien, una superproducción es mucho menos una operación artística que una operación militar y, por supuesto, financiera. Este final de juego de los Avengers tiene al menos tres misiones en una. La primera es seguir siendo un indiscutido éxito de taquilla, la segunda es aniquilar en el imaginario del espectador y los posibles inversores el renacimiento de la Liga de la Justicia como colectivo de los buenos del planeta y el tercero es ajustar cuentas con el maldito Thanos que salió bastante bien librado en la entrega pasada. Ocurre entonces que el procedimiento, antes que narrativo es acumulativo. No es fácil recordar exactamente que fue lo que ocurrió en Infinity War, de la misma forma en que no lo será tampoco recordar en unas semanas que ocurría en esta. En parte porque se mezcla, a una trama particularmente difusa, un compendio de física cuántica “for dummies” y como se sabe, o conviene que se sepa, la física cuántica es víctima del principio de indeterminación, que en manos de un libretista hábil reza “pon lo que quieras que te creerán igual”. La trama, con diversos tentáculos que obedecen a la necesidad de darle una cuota parte de la acción a cada superhéroe, va en el sentido de los efectos especiales, lo cual quiere decir que va en cualquier sentido de los vidriecitos de colores.

Todo esto no va en desmedro de la película. Lo que ocurre es que el cine ha pasado de una era en la cual los personajes hacían la trama, a otra (iniciada con La guerra de las galaxias) en la cual la trama tenía primacía sobre los personajes. Y de allí a este momento actual en el cual la marca (es decir, los superpoderes como rasgo esencial de los héroes) es la que pauta las exigencias de la trama, que como un Moloch devora efectos especiales. El espectáculo, razonamiento aparte, es bastante disfrutable, en especial porque el tal Thanos tiene un cierto tufo trumpiano que ha hecho las delicias de la platea liberal, sin que los fanáticos del villano real mosqueen, porque después de todo no es más que un cómic.

En todo caso, esta saga de zancadillas dentro de cada película para sojuzgar al próximo villano (Thanos está fuera de juego y se anuncia un Guasón encarnado por Joaquin Phoenix) está muy lejos de estar resuelta.

Los colectivos son algo serio.

Avengers: Endgame. Estados Unidos 2019. Directores: Anthony y Joe Russo. Con Robert Downey Jr., Chris Evans, Mark Ruffalo. 


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