Sea porque deliberadamente el gobierno haya provocado el apagón generalizado que sufrió el país recientemente; sea porque su indolencia e incapacidad permitió que las últimas turbinas de Guri se dañaran, lo cierto es que los “señores” que gobiernan han situado a la nación en un oscurantismo similar al que han sufrido otros pueblos y del cual será muy difícil salir; un estado de barbarie al que se ha resistido valientemente el venezolano durante veinte años y para cuya defensa han preparado y armado concienzudamente a los llamados colectivos, tal como se desprende de la alocución que hizo recientemente NM donde les dice que ha llegado la hora definitiva. Y es que a nadie se le escapa que nos han querido llevar a un escenario violento desde los inicios de este sinsentido que ya dura veinte años, por mucho que sus líderes hablen socarronamente de paz, como seguramente les aconsejan sus amigos cubanos. “Que nadie se equivoque”, vociferaba el culpable de todo este despropósito.

Hubo un momento en que el mundo se acostumbró a que los problemas de gobernabilidad de los diferentes países se solucionaban a través de golpes de fuerza, revoluciones y hasta guerras, en las cuales, a pesar de los años que duraban, siempre había un claro ganador que proporcionaba a la nación (o naciones) cierta estabilidad y “normalidad” durante algún tiempo. Ahora estamos asistiendo, sin embargo, a la tendencia de que el caos y los problemas de gobernabilidad que sufren los países se eternizan debido al fundamentalismo y utopismo ideológico de los actores políticos que hacen vida en ellos, hasta el extremo de llevar a los mismos a ser territorios realmente arrasados. La inestabilidad política de las naciones donde ocurrió la llamada Primavera árabe y ciento y pico de países que no pueden garantizar los servicios básicos a sus ciudadanos y la integridad de su territorio, considerados Estados fallidos por el  centro de estudios Fundfor Peace, parecen ser muestra de todo ello.

Popper, en su texto Conjeturas y refutaciones, tiene un capítulo dedicado a este tema, titulado “Utopía y violencia”. Allí vincula irremediablemente la violencia y la imposición a la  aspiración de un mundo utópico e inexistente. Según nos deja dicho, las utopías son fábricas de sociedades ideales imposibles de llevar a cabo mediante la razón y la lógica, y que solo se sostienen apelando a la fe. Por lo tanto, el defensor de las utopías termina recurriendo a la violencia para destruir a los que no comparten sus ideas y objetivos. Las utopías, en ese sentido, siempre nos venden un mundo mejor por el cual debemos sacrificar nuestro presente. Pero, como decía este autor, “…ninguna generación debe ser sacrificada por el bien de una generación futura”.

Cabe recordar que el mundo clásico fue un mundo de escritores y pensadores. Que Grecia fue la cuna de Platón y Aristóteles, de literatos como Sófocles, artistas como Fidias, de científicos como Aristarco de Samos o Herón de Alejandría; y la antigua Roma, conquistada previamente por los griegos, tuvo a Lucrecio, Cicerón, Séneca, Epicteto, etc. Que ese mundo floreciente vio su fin cuando Roma fue invadida por los bárbaros y que se sumió en la oscuridad durante aproximadamente diez siglos debido al dominio del pensamiento utópico religioso, el cual fue desplazado finalmente gracias al Renacimiento del siglo XV. 

Volviendo a nuestro país, la pregunta que habría que hacer entonces a esta gente que nos desgobierna es: ¿qué más sacrificios se nos van a pedir y a cuenta de qué? Apartando los posibles vínculos de estos “señores” con el narcotráfico, habría que preguntarles también si son capaces de destruir y arrasar el país con tal de permanecer en el poder e imponer su modelo de sociedad.

Desgraciadamente, y por lo que estamos viendo, mucho me temo que sí.


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