El socialismo del siglo XXI nos ha traído al caos del siglo XXI. Parece inverosímil el nivel de devastación que una camarilla política y militar pudo lograr, sin que se haya originada una guerra convencional.

El mundo quedó estupefacto con la capacidad del ser humano para autodestruirse, luego de las guerras del siglo XX. Las dos guerras mundiales, la guerra de los Balcanes y las guerras del Oriente Medio han sacudido la conciencia de la civilización contemporánea y han producido todo un desarrollo filosófico, sociólogo, ético, político social y jurídico para crear mecanismos capaces de no repetir esa macabra historia de bajeza, muerte y destrucción.

El socialismo del siglo XXI, conocido inicialmente como la revolución bolivariana, debe ser el punto de partida para iniciar una cruzada capaz de propiciar un movimiento mundial para evitar que un régimen, sin que llegue a una guerra convencional, puede destruir una sociedad, sometiendo a su población a privaciones de tal naturaleza que generen la muerte de miles de seres humanos, la enfermedad, el desplazamiento y emigración de millones, el hambre y sufrimiento de toda una población nacional.

Tal devastación ocurre en un país dirigido por una camarilla que recibió, administró, malbarató y se robó la fortuna más cuantiosa que país alguno haya recibido en un siglo en todo el hemisferio occidental, como producto de la venta de su principal producto de exportación, en este caso el petróleo.

Venezuela, con la bonanza petrolera de comienzos de este siglo, ha debido convertirse en la más próspera, moderna y justa nación de toda la América Latina, y en una de las más desarrolladas del planeta.

Pasamos de un país en proceso de modernización, con una gran movilidad social hacia el crecimiento cultural y material de una creciente porción de su población, a un país colapsado y empobrecido.

El caos eléctrico que estamos enfrentando y padeciendo es la muestra más patética de esa destrucción, de esa incapacidad y de la más brutal corrupción.

En el mundo moderno la energía es el motor más importante de la vida humana y social. La humanidad está configurada para vivir sobre la base de la energía. Ella mueve todo la actividad en la que nos desenvolvemos.

Nuestra sociedad venezolana logró instalar el más moderno sistema de energía eléctrica del continente suramericano. Obra, en gran parte por cierto, de la República civil. Un sistema mixto con inversiones del Estado y de empresas privadas nacionales e internacionales. 

La energía eléctrica había llegado hasta las más remotas comunidades rurales del país. Tenía cobertura en todos los asentamientos humanos de la geografía nacional y movilizaba todo el aparato productivo nacional.

Era además un sistema montado sobre la riqueza hídrica del país y reforzado con la fortaleza de nuestra riqueza en hidrocarburos. Lo logrado en un siglo de esfuerzo ha sido devastado en 20 años de revolución.

El calvario comenzó con la declaración que hizo Hugo Chávez en 1999 de considerar “la energía como un sector estratégico de la economía y de la seguridad nacional”.

En enero de 2007 ordenó estatizar la parte privada del sector. Colocó al frente de la industria eléctrica nacional a personajes ajenos a la industria que terminaron destruyéndola.

Fueron expropiadas la Electricidad de Caracas, la de Margarita, Eleval (Electricidad de Valencia), Elebol (Compañía Anónima Electricidad de Ciudad Bolívar), Caley (C. A. Electricidad del Yaracuy) y Enelbar en Barquisimeto. Se paralizaron los proyectos de desarrollo en marcha, y se orientó todo el trabajo a centralizar y partidista al extremo dicha industria.

La aplicación de un modelo político y económico anacrónico e ineficiente, y la presencia de una camarilla incapaz y criminal al frente del Estado nos ha condenado a una situación de miseria y postración tan dolorosa, como vergonzosa.

Una política equivocada, “unos dirigentes” equivocados nos han traído al más lamentable caos. Una demostración de la importancia de la política y del deber que tiene cada ciudadano de interesarse por la política de su país.

Una sociedad siempre tendrá política. Siempre tendrá que toparse con la política. Ella es inherente a su propia existencia. Alguien habrá de conducir la vida social. De modo que desentenderse de la política es desentenderse de su vida en esa sociedad.  Los venezolanos solemos ser emocionales frente a la política. De ordinario oímos a nuestros compatriotas expresar ideas como las siguientes: “A mí no me interesa la política”. “Yo no vivo de la política”. “Si no trabajo, no como. A mí me da igual quien mande.”

Si alguna persona tenía o tiene dudas respecto a la importancia de la política en una sociedad, que valore de cerca la tragedia que vivimos. Ella tiene su origen en una política perversa y equivocada. Aquellos que apostaron al militarismo, a la antipolítica, a la indiferencia, permitieron que esta camarilla se instalara en el poder y generara el caos que hoy padecemos.

No se trata de que todos los ciudadanos asuman la política como su actividad fundamental. No se trata de convertir a cada persona en un actor, activista o dirigente político. Se trata del deber ciudadano de detenerse a evaluar cada propuesta política. Examinar sus ideas y planteamientos. Evaluar, además, a las organizaciones, su naturaleza, su funcionamiento y su proyecto político. Examinar a sus dirigentes y voceros. Exigir compromiso, autenticidad, trayectoria y ética en el desarrollo de su vida pública y privada.

Los ciudadanos no podemos seguir asumiendo la política de forma emocional. Claro que somos conscientes de la naturaleza emocional del ser humano y su relación con el comportamiento político. La educación sistemática, formal o informal, en el aula, en los partidos, ONG, iglesias y medios de comunicación debe estar orientada a una educación ciudadana capaz de lograr la internalización de valores fundamentales de la vida republicana, democrática, ética y social que vacunen a las futuras generaciones contra el populismo irresponsable, el estatismo agudo, el arribismo, el partidismo exacerbado y el aventurerismo en la política. 

Solo así podrá lograrse una sociedad estable, pacífica,  en proceso de crecimiento y en permanente búsqueda de justicia y equidad. Siempre habrá dificultades y problemas. Siempre habrá controversias y disensos. Siempre se presentarán injusticias e inequidades. Al fin y al cabo el hombre es un ser imperfecto.


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